Estreno y Retrospectiva: «La vida de alguien» y el cine de Ezequiel Acuña

Estreno y Retrospectiva: «La vida de alguien» y el cine de Ezequiel Acuña

por - Críticas
01 Jul, 2015 01:12 | comentarios

En mi oficio o mi arte sombrío ejercido en la noche silenciosa cuando sólo la luna se enfurece y los amantes yacen en el lecho con todas sus tristezas en los brazos, junto a la luz que canta yo trabajo no por ambición ni por el pan ni por ostentación ni por el tráfico de […]

lavidadealguienEn mi oficio o mi arte sombrío
ejercido en la noche silenciosa
cuando sólo la luna se enfurece
y los amantes yacen en el lecho
con todas sus tristezas en los brazos,
junto a la luz que canta yo trabajo
no por ambición ni por el pan
ni por ostentación ni por el tráfico de encantos
en escenarios de marfil,
sino por ese mínimo salario
de sus más escondidos corazones.

No para el hombre altivo
que se aparta de la luna colérica
escribo yo estas páginas de efímeras espumas,
ni para los muertos encumbrados
entre sus salmos y ruiseñores,
sino para los amantes, para sus brazos
que rodean las penas de los siglos,
que no pagan con salarios ni elogios
y no hacen caso alguno de mi oficio o mi arte.

(“En mi oficio o mi arte sombrío”, Dylan Thomas)

 

retrospectiva-acuña-750x414Conozco a Ezequiel Acuña desde tiempos inmemoriales. Bueno, acaso no inmemoriales, pero más o menos unos quince años. El Nuevo Cine Argentino era una novedad en esos momentos –estaba en plena confirmación de su expansión internacional–, pero quedaba claro que la cabeza y la sensibilidad de Ezequiel pasaban por otro lado. Lo suyo no eran los retratos contemplativos ni las vidas secretas de las familias de provincia ni el realismo sucio del conurbano. Su cine bebía de un modelo que el nuevo cine nacional por lo general ignoraba: una suerte de línea que unía la Nouvelle Vague francesa y el cine independiente norteamericano, y que hacía su centro en la adolescencia, en los ritos de pasaje de esa etapa de la vida, en las emociones y confusiones que se viven durante esos años. Y eran películas –siguen siendo– en las que la música cumplía un rol central en la vida de los protagonistas.

Esa melancolía pop del cine de Acuña –cuyo único referente previo aplicable podría ser el de Martín Rejtman, la injustamente olvidada película MODELO ‘73, de Rodrigo Moscoso y muy poco más– fue variando en tonos y estilos, sus personajes fueron creciendo en edad e intentando cambiar de vidas, pero inevitablemente el centro de su existencia seguía y sigue pasando por esos quiebres y fracturas emocionales que se producen en algún punto en el que las personas toman conciencia que la vida va a ser más complicada de lo que pensaban. Amigos perdidos, amores perdidos, familias perdidas: el cine de Acuña siempre se caracterizó por una presencia constante de una especie de dolor existencial, tamizado por momentos de humor y de frescura –la melancolía pop, las “canciones tristes para sentirte mejor”– que aparecen en sus películas.

Cineasta casi natural para trabajar el espacio fílmico y para saber sacar de sus actores una naturalidad difícil de encontrar en muchos de sus colegas (su elenco más o menos estable de intérpretes, con Santiago Pedrero a la cabeza, junto a Matías Castelli, Nicolás Mateo, Ignacio Rogers y su habitual coguionista/actor Alberto Rojas Apel, que supo traducir algo de ese mundo a su guión de la reciente y exitosa ABZURDAH), las películas de Acuña fueron delimitando espacios, como marcando en zona ese territorio minado entre la adolescencia y la adultez (entre la defensa y el mediocampo, pongamosle, de su amado club Chacarita) a la que pocos miran con la profundidad necesaria. Algunos, porque les parece –equivocadamente– un problema menor de clases medias y altas en un país que tiene “problemas más serios” de los que hablar. A otros, porque, al llegar a la etapa de hacer cine, ese momento de sus vidas parece parte del pasado.

excursiones - FOTOFIJA.28Es cierto, Ezequiel Acuña ya ronda los 40 y uno podría pensar que las preocupaciones de esa edad deberían ser otras –siempre recuerdo que Jerry Seinfeld decidió terminar su sitcom porque le parecía que sus personajes ya no podían seguir dando vueltas por las mismas e “inmaduras” situaciones a esa edad–, pero en su caso no sucede. Eso, es cierto, puede dar la impresión de una suerte de círculo que vuelve una y otra vez sobre las mismas obsesiones, pero en un sentido más abarcativo también se podría decir que no es tan así, que el tono y el tipo de personajes pueden ser similares (el romance complicado, las amistades potencialmente traicioneras, alguna pérdida irrecuperable del pasado) pero que Acuña siempre se las arregla para encontrar nuevos ángulos para explorar ese territorio, uno que aún sigue siendo bastante virgen en el cine argentino, a excepción de algunos miembros de la camada de cineastas cordobeses, que parecen haber tomado al cine de Acuña como un modelo a seguir más que los de otros nombres más previsibles del canon del NCA.

Esos “nuevos ángulos” están en LA VIDA DE ALGUIEN, una película que circula entre la melancolía y la depresión de su personaje principal, alguien que siente que perdió su gran oportunidad de convertirse en una estrella pop (o, al menos, en un músico reconocido) y, ya en sus treintaypico, intenta rearmar un proyecto cuyo final amargo parece cantado de entrada. En EXCURSIONES aparecía también una situación similar: la amistad cortada –por los distintos caminos que las personas toman en la vida o por peleas concretas– que luego se recupera, con un brote de entusiasmo inicial, pero que luego vuelve a presentar las mismas dificultades que la quebraron en un principio. El tercer filme de Acuña mostraba un lado un tanto más humorístico y luminoso de esa situación, pero en LA VIDA… reaparece un tono más cercano a NADAR SOLO y a algunos momentos de COMO UN AVION ESTRELLADO, como si el proceso de crecer funcionara al ritmo de “dos pasos para adelante y uno para atrás”.

lavidadealguienHay algo querible y hasta noble en la decisión y/o necesidad de Acuña, de sus películas, de mantenerse fiel a sus obsesiones de siempre, y a sus modos de hacer cine. En una industria como la argentina en la que casi todos los nuevos cineastas dejaron de ser nuevos y se reconfiguraron como el mainstream del cine nacional –trabajando con apoyo de la televisión, dirigiendo asociaciones que pasan mucho tiempo recorriendo pasillos del INCAA, armando inverosímiles coproducciones con 17 países–, Acuña se mantiene siempre cercano a sus temas y a sus modos, a su universo personal y a sus obsesiones, a sus “canciones tristes”, a los amigos inconstantes (los citados Castelli y Apel, Nicolás Mateo) y a los “amores imposibles” (Antonella Costa, Manuela Martelli, Martina Juncadella, Ailín Salas) de sus personajes. Y también a esos márgenes que lo dejan fuera de las modas y del circuito de los festivales, que buscan una especie de falso “color local” que sus películas no tienen en el sentido más convencional y pictórico.

El cine de Acuña es universal, en tanto las fracturas emocionales de la adolescencia y la cada vez más larga “juventud” se pueden reflejar en cualquier lugar del mundo y, últimamente, casi a cualquier edad. Y también es, como pocos, un cine personal, disfrazadamente autobiográfico, construido a base de películas que bien podrían trazar una suerte de esquiva historia de la vida del realizador. Es por eso que esta retrospectiva –que se presenta a la par del estreno de LA VIDA DE ALGUIEN— es justa y para nada apresurada. Es el retrato del artista cachorro, que no quiso o no supo resolver el arma de doble filo que es la madurez y que se expone –y expone a una generación– a los desgarros de volver a caer, una y otra vez, en la misma trampa emocional.

 

Estreno: La vida de alguien
MALBA: Sábados 4, 11, 25 de julio y 1 de agosto, 22:00
-ArteCinema

Retrospectiva MALBA

Viernes 3, 22.00
Nadar solo (Argentina, 2003)

Viernes 10, 22.00
Como un avión estrellado (Argentina 2005)

Viernes 24, 22.00
Excursiones (Argentina, 2009)

Abajo, la crítica de LA VIDA DE ALGUIEN publicada aquí mismo durante el Festival de Mar del Plata y las de las dos películas anteriores, publicadas en su momento en Clarín. Se ve que sobre NADAR SOLO no escribí en su momento. Estaba seguro de haberlo hecho, pero se ve que no fue así. De todos modos, creo que es la película imperdible de esta retrospectiva y la que hay que ver primero para entender la evolución del cine de Acuña.

 

LA VIDA DE ALGUIEN (2014)

lavida1El director de NADAR SOLO vuelve con ciertas obsesiones que lo caracterizan a lo largo de su cine en ésta, su cuarta película: las amistades perdidas y reencontradas, los amores tímidos e incipientes y, sobre todo, cómo la música juega un rol un rol importante en las vidas de los personajes. Esta es la que ataca más directamente el tema ya que se trata de la historia de una banda de rock que se separó mucho tiempo atrás dejando un disco sin editar y algunas “piedras” emocionales en el camino. El grupo se vuelve a reunir y a salir de gira a partir de la propuesta de una compañía de editar ese disco, pero pronto en la gira vuelven a aparecer las complicaciones, los celos y las tensiones que hicieron que originalmente la banda se separara, además de algunos secretos del pasado que iremos conociendo más cerca del final. A la vez, hay una chica (Ailín Salas), la nueva novia del protagonista (Santiago Pedrero, guitarrista de la banda), que suma a las fricciones en las que también participan el cantante (Matías Castelli), el baterista más joven (el ácido Julian Larquier Tellarini) y el manager de la banda.

Así, entre actuaciones en vivo (las muy buenas canciones son de La Foca, una banda uruguaya cuya historia real es en parte inspiradora de esta trama), la historia de amor y las rispideces personales que crecen con el correr de los minutos va avanzando la sensible mirada de Acuña a este universo que, evidentemente, conoce de primera mano y que transmite con genuina emoción, casi a la manera de un Linklater argentino. Se puede decir que tras el giro tonal de EXCURSIONES, la nueva película es un regreso de Acuña a un mundo conocido que, si bien maneja muy bien, por momentos da la impresión que ya lo ha explorado lo suficiente y que no sería mala idea cambiar un poco de universo.

LA VIDA DE ALGUIEN, entonces, es casi una sumatoria del mundo cinéfilo, musical y personal del director argentino: hasta sus actores de siempre se reúnen como si el filme fuera un reencuentro, diez, quince años después, de personas cuyos caminos en las vidas los han separado y ahora vuelto a juntar. Esas reuniones de músicos, lo dice la historia del rock, nunca terminan del todo bien. Y en esta ficción pasa lo mismo. Los personajes del filme no se dan cuenta que la nostalgia de querer volver a hacer aparecer esa magia puede ser un arma de doble filo y lo que se quiere reparar puede terminar rompiéndose aún más.

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EXCURSIONES (2009, estreno 2010)

EXCURSIONES500Los vaivenes de una relación amistosa son, probablemente, los más difíciles de captar para un medio como el cine. Sin los componentes dramáticos más obvios de las relaciones filiales o de pareja, la complejidad, idas y vueltas, los detalles que arman y desarman amistades necesitan de un grado de sutileza que no muchos cineastas poseen. Esa sutileza es la que hace de Excursiones una gran película, capaz de captar la intensidad, la desazón, las pequeñas traiciones y los momentos divertidos en la vida de dos amigos.

No hablamos aquí de la típica «buddy movie» americana, sobre dos hombres diferentes que terminan haciéndose amigos pese a tener personalidades opuestas. En Excursiones, Marcos y Martín eran amigos de la secundaria, pero cada uno tomó un camino separado y se dejaron de ver. Unos diez años después de esa «separación», Marcos (Matías Castelli), que trabaja en una fábrica de golosinas, decide terminar una obra teatral que había empezado en el colegio y llama a Martín (Alberto Rojas Apel), que se ha convertido en un guionista profesional, para que lo ayude.

La obra teatral es la excusa para retomar esa relación, la que les sirve para reunirse semanalmente, para saber uno del otro y para hablar de esos otros amigos que Martín dejó de ver pero que Marcos aún frecuenta. Y para lidiar, además, con un fantasma del que casi no hablan: Lucas, un amigo de ambos que murió en un accidente, acaso la situación más evidentemente «guionada» de la película.

El filme –que se construye a partir de los encuentros entre ambos– funciona por momentos como una muy ensamblada comedia: los diálogos, los reproches («es la mía», le dice Marcos a Matías cuando lo ve usando una remera de Morrissey, «es large y vos no usás large») y las confusiones suelen ser muy graciosas, con los actores consiguiendo un timing perfecto en el que casi nunca se nota el armado. Se siente real, verdadera, honesta.

El filme da espacio a la aparición de terceros, personajes que van a ejercer divisiones entre ambos y que permitirán que el espectador note que, pese al cariño que los une, ambos han armado universos bastante diferentes. Está la hermana vivaz de Marcos, Luciana (Martina Juncadella) y el hermano pedante de Matías, Ignacio (Ignacio Rogers); un actor que ayuda en los ensayos, pero que termina entrometiéndose demasiado (Martín Piroyansky) y un director teatral algo peculiar (Santiago Pedrero).

Rodada en un bello blanco y negro que imprime al filme un tono nostálgico y le da cierta filiación con la comedia indie americana de Jim Jarmusch o Kevin Smith; con esas secuencias musicales, casi separadores, a los que el director de Nadar solo es tan afin (la música de la banda uruguaya La Foca es otro aporte al tono pop melanco que tiene el filme), Excursiones es una de las mejores películas argentinas que se han hecho sobre la amistad, sobre cómo el paso del tiempo modifica a las personas pero, a la vez, nunca termina por romper ciertos lazos. Y esos lazos, al traspasar a la platea, conectan al espectador con Marcos, con Matías, y con la experiencia casi sensorial de la amistad verdadera, hecha de experiencias, alegrías y penas compartidas… y no de contactos en Facebook.

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COMO UN AVION ESTRELLADO (2005)

avionLos padres de Nico murieron en un accidente de avión en Valdivia. Un año después, y regresando de allí, Nico se topa con Luchi en el aeropuerto. Ambos regresan a Buenos Aires y, una vez aquí, no tardarán en reencontrarse en la veterinaria que él tiene con su hermano, Fran. De allí en adelante, y a los tumbos, Nico (Ignacio Rogers) hará lo posible por acercarse a Luchi (Manuela Martelli) e iniciar una relación con ella. La excusa será el conejo algo enfermo que ella tiene (y a través de quien, cual ventrilocua, a Luchi se le da por hablar), pero a Nico le cuesta cruzar la frontera que va de la tristeza, la timidez y la soledad a algo parecido al amor, a la salvación, a la gracia.

La soledad de Nico no es total. Tiene un único amigo, Santi (Santiago Pedrero), que expresa su desasosiego adolescente hacia afuera: robándole pastillas a su madre, asaltando farmacias, kioscos, disquerías. Nico es un cómplice sin voz ni voto en esta relación. Tiene fuertes reparos morales que lo incomodan ante cada delito en el que su amigo lo envuelve, pero no hace nada para evitarlos. Al contrario, necesita a su amigo como consejero sentimental, aunque no da la impresión de que a Santi le vaya mucho mejor con las chicas. Al menos, no en el universo en el que lo recorta Ezequiel Acuña en Como un avión estrellado.

A diferencia de Nico, su hermano Fran (Carlos Echevarría) maneja el dolor de la pérdida juntándose con los amigos de sus padres. No parecen preocuparle los problemas de Nico ni la veterinaria: trata de actuar como si nada hubiese sucedido. Y será éste el otro gran y pesado bloque que este frágil chico de 17, 18 años tendrá que manejar: recomponer el hogar quebrado, reconstruir una vida con los restos de un avión estrellado. Como dijo Acuña, su segunda película es más áspera y rugosa que la primera, Nadar solo. Lo que allí era silencio, melancolía y depresión, aquí se convierte en dolor, titubeos y angustia para estallar finalmente en furia reprimida. Acuña sigue abrevando en modelos del cine independiente norteamericano, y a excepción de la historia con Luchi (jugada en un tono inocente, al punto que sus escenas parecen filmadas más por Nico que por el director, con sus cámaras lentas y su tímido romanticismo), aquí la referencia no es tanto el universo de Richard Linklater sino el de Gus Van Sant, con personajes que —por necesidad o desesperación— le hacen frente a sus miedos… aunque casi nunca las cosas les salgan bien.

Es por eso que, en términos narrativos, la película fluye de una manera más clásica, con las tres subtramas anudándose hasta llegar a un final de creciente intensidad, en el que las relaciones de Nico con su amigo y su hermano se llevan el mayor peso dramático. Peso que se logra también gracias a las excelentes actuaciones de Pedrero (que se roba la película desde que aparece) y Echevarría, que maneja muy sutilmente las curiosas aristas de su personaje.

Es extraña la relación que se puede hacer entre los filmes de Acuña. Si bien hay muchas similitudes (el uso de la música sigue siendo ejemplar) y son evidentes aquí los avances en lo formal, algo parece haberse perdido del encanto y la coherencia interna que tenía Nadar solo. En ese sentido, Como un avión… parece librar una batalla interna entre dos mundos (ternura/agresión, convención/ruptura), tanto para el director como para su protagonista.

Lo que Acuña no perdió es su ajustado ojo y oído para captar los detalles de la vida adolescente. Ese vagabundeo emocional en el que se mueven sus personajes es de una verdad y sinceridad que pocos cineastas en este país han conseguido comprender y representar. En sus películas no hay una mirada clínica ni una formalista distancia con los personajes que retrata. Al contrario, hay empatía, emoción y la misma confusión que ellos atraviesan. Acuña es un cineasta que vive adentro de sus películas.