Ventana Andina: Competencia de Cortometrajes
Tengo la impresión que muchas de las mejores cosas que vi últimamente han sido cortometrajes. Tal vez exagero, pero lo cierto es que –por decirlo bruscamente– el promedio de calidad de los cortometrajes que vi en los últimos meses es ostensiblemente mejor que el de los largos, tanto argentinos como latinoamericanos. Es cierto, podrán decir […]
Tengo la impresión que muchas de las mejores cosas que vi últimamente han sido cortometrajes. Tal vez exagero, pero lo cierto es que –por decirlo bruscamente– el promedio de calidad de los cortometrajes que vi en los últimos meses es ostensiblemente mejor que el de los largos, tanto argentinos como latinoamericanos. Es cierto, podrán decir que un cortometraje menor o no muy logrado dura 10-15 minutos y uno se libera/olvida de él rápidamente mientras que un largo nos somete a una sesión muchas veces interminable de personajes, situaciones o decisiones de puesta en escena que, de entrada, sabemos que estamos obligados a prestarle atención por muchísimo más tiempo que lo aconsejado por los médicos. También he pensado que el consumo cada vez mayor de series cuyas duraciones van de los 20-30 (la mayoría de las comedias) a 45-60 minutos (la mayoría de los dramas) han hecho que uno se acostumbre a narraciones más breves y a estructuras narrativas diferentes. No estoy seguro si esas dos variables alcanzan a explicar del todo la sensación que comenté al abrir la nota, pero de todos modos me parecen dignas de mencionar a la hora de pensar el porqué de esa sensación.
En el Festival Ventana Andina, que tiene lugar en la provincia de Jujuy (el epicentro es la capital, pero también hay sedes en lugares bellísimos como Tilcara, Humahuaca y así), me dediqué a ver cortometrajes. El motivo era más o menos obvio: ya había visto casi todos los largometrajes argentinos y buena parte de los latinoamericanos (Chile, Perú, Bolivia y el invitado especial de este año, Ecuador, completaban el quinteto andino al que hace referencia el nombre del festival que va por su segunda edición), y la opción a descubrir eran los cortometrajes argentinos y los de la región.
Una breve disgresión. La Competencia Internacional de largos tenía muy buenos títulos como REFUGIADO, de Diego Lerman; LA MUJER DE LOS PERROS, de Laura Citarella y Verónica Llinás; EL PATRON, de Sebastián Schindel y la chilena MATAR A UN HOMBRE, de Alejandro Fernández Almendras (algunas de las que vi y comenté en previos posts aquí dentro del rubro ficción), así como los documentales EL OJO DEL TIBURON, de Alejo Hoijman; EL COLOR QUE CAYO DEL CIELO, de Sergio Wolf; AL FIN DEL MUNDO, de Franca González (entre las argentinas), la chilena SURIRE, de Bettina Perut e Iván Osnovikoff, y la boliviana EL CORRAL Y EL VIENTO, de Miguel Hilari, todas vistas previamente y casi todas reseñadas también en estas páginas.
Estaba también la Competencia Argentina, con LA SALADA, de Juan Martín Hsu; EL ARDOR, de Pablo Fendrik; CHOELE, de Juan Sasiaín ; EL CERRAJERO, de Natalia Smirnoff; EL ESCARABAJO DE ORO, de Alejo Moguillansky; CIENCIAS NATURALES, de Matías Lucchesi, y EL ULTIMO PASAJERO, de Mathieu Orcel, entre otras, todas más que dignas representantes de la última cosecha cinematográfica argentina, digamos 2014-2015. Faltaban algunos títulos, seguro, pero casi nada sobraba (bah, salvo la película de apertura, la incomprensible coproducción OLVIDADOS, de Carlos Bolado). Pero más allá de ese engendro, la selección era representativa y bastante apropiada de títulos que de otra manera no suelen llegar a Jujuy. Pero tomando en cuenta que ya había visto y reseñado casi todas ellas, queda claro que el único punto ciego del festival, al menos para mí, eran los cortos.
Tras esta larga introducción, entonces, allí vamos.
LAS LUCES, de Juan Renau y Manuel Abramovich (Argentina). Después del extraordinario corto LA REINA, por el que ganó todos los premios por los que compitió (o casi), Abramovich colabora con Renau en un cortito tan breve como elocuente acerca de un padre y su hijo que decoran una casa/vidriera para las fiestas. Es, apenas, una viñeta simpática y un tanto tierna sobre dos hombres que se toman el enorme trabajo de iluminar un local de manera estrafalaria para que los habitantes del pueblo puedan pasar por ahí y ver un rato ese enceguecedor y algo excesivo juego de luces. Si bien no alcanza la carga de su anterior corto, se nota que Abramovich tiene un ojo muy particular para los detalles y los personajes fuera de la norma…
VIDEOJUEGOS, de Cecilia Kang (Argentina). Una notable aproximación al universo de los confusos sentimientos preadolescentes, esta pequeña «coming of age story» se centra en un grupo de amigas del colegio de unos doce, trece años que se encuentra habitualmente en un local de videojuegos. El conflicto surge cuando Rocío se entera que su mejor amiga, Melina, se mudará de casa y colegio, lo que lo lleva a enfrentar los sentimientos (bronca, celos, malestar, dolor, pero sobre todo un afecto no del todo declarado) que siente por ella. Más allá de algunos desniveles actorales, la sinceridad y frescura de las chicas (además de Melina y Rocío hay otras dos), su relación y su contacto con el universo que las rodea alcanzan para conformar una tierna y sentida historia de amor/amistad acerca de enfrentar los confusos sentimientos de esa edad. Al verla, uno quisiera que esos personajes pudieran extenderse a un largo, ya que son pocos los grupos de amigas de esa edad en el cine nacional (tal vez JUANA A LOS DOCE tenga algo similar) que se vean y sientan tan naturales.
SABADO 14, de Juan Carlos Herrera. Un corto breve, con una idea central simple pero contundente, que mete al espectador en un terreno de tensión y violencia hasta llegar a un final inesperado, SABADO 14 tal vez no sea el corto más original que se haya visto aquí pero es uno que, clásicamente, narra de manera muy efectiva su pequeño «cuentito» de miedo (no llega a ser de terror, pero se le aproxima). No se puede contar mucho sin spoilear por lo que basta decir que el corto sigue a su protagonista luego de una fuerte discusión telefónica de carácter sentimental a su muy particular lugar de trabajo. El resto, descubranlo ahí…
LA VENTANA ABIERTA, de Lucila Las Heras (Argentina). De algún modo, el corto sigue los lineamientos clásicos de SABADO 14 ya que se plantea una situación mínima de misterio y suspenso y guarda un remate final sorpresivo. Como allí, aquí también están bien logrados los climas y la sorpresa del final es efectiva, aunque los evidentes desniveles actorales (entre la sugerente Susana Pampín y el resto del elenco) afectan un poco la credibilidad del cuentito que se centra en la visita de un hombre a una casa de campo a pasar un tiempo, en la que viven una madre y su hija, a quien la idea de tener un visitante viviendo allí no le cae nada simpática. El resto entrará en la zona de lo que no conviene revelar, ya que –claro– las cosas no son del todo lo que parecen…
SED, de Lucía Romero (Ecuador). Fotográficamente impecable, pero confuso y algo tedioso, este corto explora también el universo del cine de género en su modo, digamos, más existencialista. Se centra en un hombre que se despierta en un lugar oscuro y cerrado, en el que –muerto de sed– busca agua por todos lados, recorriendo un lugar cerrado que parece haber sobrevivido a una explosión nuclear. Lo único que quiere es un vaso de agua. Lo encuentra, pero no le será fácil hacerse con él. Hay algo de cuento truculento de terror puesto en juego, pero la película es más clima y fotografía que otra cosa, ya que se vuelve algo extenso y reiterativo para llegar, de vuelta, al truco/trampa que se revela sobre el final de la historia.
MUERTE BLANCA, de Roberto Collío (Chile) De los mejores y más originales cortos latinoamericanos de los últimos tiempos, el corto de Collío reimagina mediante audios en apariencia originales, imágenes de los lugares reales y un trabajo impresionista de animación, un hecho trágico de la historia chilena reciente: la muerte de 44 conscriptos que salieron a hacer un ejercicio militar en las laderas de un volcán y murieron a causa de una tormenta de nieve en 2005. En lugar de intentar reconstruir los hechos, muy inteligentemente Collío elige retratar las sensaciones que pudieron vivir en esa peligrosa situación y trazar los ecos que resuenan hasta hoy en el lugar de los trágicos acontecimientos de la llamada Tragedia de Antuco.
TIERRA EN MOVIMIENTO, de Tiziana Panizza (Chile) Una muy buena idea que se diluye a partir de una excesiva duración (35 minutos) una falta de eje temático y de una voz en off excesivamente engolada y pretendidamente poética, la película trabaja sobre las consecuencias de un terremoto en una ciudad, pasando de los registros del desastre, algunas interesantes ideas acerca de la conservación o no de los edificios destruidos como testimonios de los sismos para luego imponerle a las potentes y muy sugerentes imágenes una suerte de reflexiones entre filosóficas y poéticas que van por distintos lados y no alcanzan a generar más que una suerte de letargo. Tiene momentos bellos en los que, por momentos, imágenes y texto combinan de maneras inesperadas, pero en otros se vuelve un tanto cansino en su machacante «reflexión» que ata a las imágenes y no las libera, ya que poéticamente funcionan mejor solas que acompañadas de esos textos. De todos modos, el principio del corto –en el que se ve y se habla sobre la función de la arquitectura y sus restos en lugares sísmicos– es más que valioso. Lástima que luego la deriva se lleve al corto hacia lugares cada vez más recónditos…