Estrenos: «Más notas perfectas», de Elizabeth Banks
Tras el éxito de la primera parte de esta comedia musical, la secuela se convirtió en una prioridad para su estudio y, dos años y medio después, el estreno de PITCH PERFECT 2 en los Estados Unidos fue un verdadero suceso, triplicando la taquilla de la primera. De todos modos, aquí no sucedió lo mismo […]
Tras el éxito de la primera parte de esta comedia musical, la secuela se convirtió en una prioridad para su estudio y, dos años y medio después, el estreno de PITCH PERFECT 2 en los Estados Unidos fue un verdadero suceso, triplicando la taquilla de la primera. De todos modos, aquí no sucedió lo mismo con la primera parte (que se estrenó muy tarde y no funcionó comercialmente), por lo cual que imagino que el estreno de la secuela se debe más a apostar por ver si se produce ese mismo milagro aquí. Es cierto que la película original fue generando un pequeño fenómeno de culto online y en formatos hogareños, pero sólo se verá si funciona o no una vez en salas.
Como la mayoría de las secuelas, MAS NOTAS PERFECTAS (título que le pusieron aquí pese que a la primera se la llamó RITMO PERFECTO) es una versión más grande y descontrolada de la primera parte, tratando de aprovechar lo que funcionó en aquella –personajes, situaciones– pero con la dificultad de haber de algún modo perdido la originalidad del relato. Aquel filme trataba sobre Becca (Anna Kendrick), una chica un tanto díscola que quería ser productora musical y que terminaba integrando un grupo de pretenciosas cantantes de un grupo femenino «a capella» de una universidad, trayendo con ella una frescura y una actitud musical «políticamente correcta» con la que terminaban triunfando.
Con este conflicto resuelto, la secuela se dispara hacia varios lados. Por un lado, las ahora consagradas Bellas (campeonas tres años seguidos) tienen un «accidente» en una actuación frente al presidente Obama, lo cual las hace perder títulos, privilegios, participación en competiciones y ganarse el ridículo en todo el país. Les queda una sola oportunidad: el Mundial de grupos «a capella», que nunca ha sido ganado por los norteamericanos. «Porque nos odian, todos nos odian», aseguran Gail y John, la dupla de comentaristas/organizadores de estos concursos que, interpretados por Elizabeth Banks (que dirigió la película) y John Michael Higgins, otorgan muchos de los momentos más graciosos del filme. Los favoritos allí son los mecanizados y perfectos alemanes de Das Sound Machine.
Hay, además, una nueva integrante (encarnada por Hailee Steinfeld), cuya madre es una ex-Bella y que se integra al grupo sin del todo adaptarse a su estilo. A su manera, le sucede lo mismo que a Becca en el filme anterior: su sueño es ser una cantautora y componer, algo que no corre mucho ni es del todo muy bien visto en estos concursos de covers y mash-ups. Becca –que pasa a ser casi una más del combo protagónico– tiene sus propios asuntos cuando decide tomar una pasantía en el estudio de un productor musical, a escondidas de sus colegas. Y la que crece en protagonismo es Rebel Wilson, cuyo personaje «Fat Amy» la convirtió en la revelación del primer filme, una suerte de versión australiana y low key de Melissa McCarthy.
La película continúa con la serie de batallas musicales y románticas entre distintos grupos, con un repaso de los hits del momento (Pitbull, Icona Pop, Miley Cyrus, Muse, Taylor Swift, Beyonce, Nicki Minaj, más algunos clásicos del soul, hip hop y… de la música navideña) obviamente en sus versiones «a capella» y lo que pierde de la sorpresa original lo gana en un humor muy seco y concentrado que por momentos las protagonistas lanzan como si tal cosa, con un timing de comedia impecable que se concentra mucho en el pequeño comentario lateral, la observación curiosa e instantánea, para las que Kendrick y Wilson son perfectas, al igual que algunas de las «Bellas» secundarias, como la asiática y la latina, que se toman en solfa los clichés culturales que existen sobre ellas. La incorrección política de una película que es, finalmente, casi un canto a la corrección política es la que termina permitiendo ese curioso doble standard.
La película nunca es más que la suma de sus partes, pero esas partes son lo suficientemente graciosas, simpáticas y satisfactorias como para que la endeblez narrativa del conjunto nunca termine de afectarla. Un buen porcentaje de las bromas y de los números musicales funcionan y eso ya es suficiente como para que el producto se sostenga. No generará la misma sorpresa que la original (o la curiosa belleza de ese juego musical con vasos que Kendrick popularizó en el filme original y luego en un videoclip, al que ahora recrean en otra versión), pero alcanza su cometido como entretenimiento. Veremos si el público responde en las salas o si la «nueva comedia americana» sigue siendo aquí un fenómeno de culto…