Festival de Locarno: «El movimiento», de Benjamín Naishtat
Un largometraje y tres cortos argentinos (uno de ellos, coproducción con Bolivia) se presentan en esta edición del Festival de Locarno que comenzó hace unos días. Dos de los cortos pudieron verse en BAFICI, aunque curiosamente no en la competencia sino en la muestra paralela. Ellos son: LA NOVIA DE FRANKENSTEIN, de Agostina Gálvez y […]
Un largometraje y tres cortos argentinos (uno de ellos, coproducción con Bolivia) se presentan en esta edición del Festival de Locarno que comenzó hace unos días. Dos de los cortos pudieron verse en BAFICI, aunque curiosamente no en la competencia sino en la muestra paralela. Ellos son: LA NOVIA DE FRANKENSTEIN, de Agostina Gálvez y Francisco Lezama, y NUEVA VIDA, del cineasta boliviano –y ex alumno de la FUC– Kiro Russo. A la participación nacional la completan el corto de María Alche, GULLIVER y, también en carácter de estreno europeo, el largo EL MOVIMIENTO, de Benjamín Naishtat. Aquí van, entonces, la reseña del filme de Naishtat. En breve, publicaré la de los cortos.
EL MOVIMIENTO, de Benjamín Naishtat
El realizador de HISTORIA DEL MIEDO y de varios muy buenos cortos se corre un poco en lo que respecta a la época pero no en lo que respecta a sus temas preferidos en esta curiosa suerte de western gauchesco experimental, cuyo modelo austero y extrañado para observar la Argentina del siglo XIX hace recordar un poco a JAUJA. No tanto en lo específico –ni el blanco y negro de la fotografía ni la trama tienen mucho que ver con los del filme de Lisandro Alonso, aunque sí el académico cuadro 4:3–, si no más bien en el intento de observar el pasado nacional desde una nueva o diferente perspectiva a las más convencionales, algo que uno imagina volverá a aparecer el año que viene con ZAMA, de Lucrecia Martel.
El tema de Naishtat siempre ha sido la violencia latente que tensiona todas las relaciones humanas. En cortos como EL JUEGO y ESTAMOS BIEN, esa violencia se hace presente a través del uso de armas, sí, pero también en función de la imprevisibilidad psicológica de los personajes. En HISTORIA DEL MIEDO pasa algo parecido, pero allí el miedo es ya casi un estado de la mente, una condición de la existencia en el mundo actual, la sensación de que lo real, lo aparentemente normal, tiene siempre un costado oscuro e imprevisible.
En EL MOVIMIENTO –filme realizador a partir de un premio del Festival de Jeonju y estrenado mundialmente allí– estamos en 1835, la Argentina es un páramo donde la peste ataca y los soldados sobreviven casi sin comida en sus viajes por parajes desérticos o abandonados a su suerte. En medio de esa misteriosa tierra de nadie en la que no parece salir nunca el sol y las amenazas pueden venir de cualquier lado, nos encontramos con un hombre (interpretado magníficamente por Pablo Cedrón) que viaja tratando de convencer, como sea, a los pueblerinos de unirse a su tan mentado y nunca explicado «movimiento». Las opciones no parecen ser muchas: sumarse o pasar a degüello.
No hay que ser historiador ni saber mucho de política argentina para notar por donde pasa la metáfora que intenta contar Naishtat, que viaja al pasado para trazar una historia de la violencia política en la Argentina en nombre de improbables causas políticas que esconden, más que otra cosa, intereses y deseos personales. El filme relatará la «campaña» de este hombre y sus dos secuaces (uno de ellos jamás abre la boca y el otro es un hombrem muy joven) en su paso por una serie de cada vez más abandonados parajes provinciales, incluyendo algunos alucinatorios inerludios musicales.
Con una fotografía magnífica en blanco y negro y una atención especial por los rostros, los gestos y las miradas, EL MOVIMIENTO no avanza de una manera narrativa clásica, sino que más bien se va hundiendo hacia una especie de abismo de la locura, la matanza y la masacre. Todo lo que puede salir mal va a salir mal, y los muertos y degollados se irán apilando en esta breve (la película apeas supera la hora de duración) pero impactante peripecia.
Sobre el final Naishtat reserva una sorpresa mediante un procedimiento que ya había usado en otros trabajos suyos (la idea de «romper la cuarta pared» con el espectador), como si fuera una manera de trazar una línea directa entre esos extravagantes sucesos, la actualidad y poniendo el recurso de la ficción versus el documental como espejos de un mismo sistema de cosas. La película puede parecer muy alejada a nuestra forma de vida pero la ficción es solo un pase de magia: con un mínimo detalle escenográfico, la realidad se hace presente planteando con claridad que, acaso, las cosas no sean tan distintas ahora de lo que lo eran 180 años atrás.
En la constante discusión de la crítica local sobre si las nuevas generaciones de cineastas se atreven o no a meterse en temas políticos, Naishtat deja en claro que no le teme al desafío.
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