Estrenos: «Ricki & The Flash», de Jonathan Demme
Escrita por Diablo Cody (LA JOVEN VIDA DE JUNO, ADULTOS JOVENES), la nueva película de Jonathan Demme, RICKI & THE FLASH, es una por momentos bastante lograda combinación de sensibilidades entre guionista y realizador. Como en las anteriores películas escritas por Cody, aquí hay una mujer que no se lleva del todo bien con las […]
Escrita por Diablo Cody (LA JOVEN VIDA DE JUNO, ADULTOS JOVENES), la nueva película de Jonathan Demme, RICKI & THE FLASH, es una por momentos bastante lograda combinación de sensibilidades entre guionista y realizador. Como en las anteriores películas escritas por Cody, aquí hay una mujer que no se lleva del todo bien con las «reglas» del mundo en el que vive y que, por un motivo u otro, decide llevar una vida alejada de los estereotipos o las convenciones. Esa mujer, claro, en algún momento u otro debe enfrentarse con esas personas y normas a las que una vez abandonó o contra las que chocó. Y el encuentro no será fácil.
Ese tono irónico para el retrato social conjuga y por momentos choca con el más amable de Demme, un director cuyo cine más personal muchas veces ha retratado a personajes fuera de norma (el de Melanie Griffith de TOTALMENTE SALVAJE tal vez sea la más «Diablo Cody» de todos, seguido por el de Michelle Pfeiffer en CASADA CON LA MAFIA) y especialmente mujeres, que han sido el centro de atención de buena parte de sus películas, de EL SILENCIO DE LOS INOCENTES a LA BODA DE RAQUEL, otra película con la que esta RICKI… dialoga. Si a eso uno lo combina con el mundo del rock del que Demme se ha centrado en muchos de sus documentales, todo indica que se trata de un universo perfecto para él.
Y si bien Demme no es el mismo de antes –ha perdido un poco el pulso de su tiempo y cierta frescura narrativa–, RICKI & THE FLASH es una película más que recomendable: humana, generosa y divertida, con una Meryl Streep que sigue pasando por su mejor momento, uno que empezó cuando se atrevió a animarse a hacer comedias, películas supuestamente livianas y a relajarse un poco. Aquí, es Ricki Rendazzo, una mujer que ronda los 60, que dejó a su marido y a sus hijos cuando eran pequeños para perseguir un sueño de estrella de rock que nunca se concretó: hoy tiene una banda que toca en un bar de mala muerte de Tarzana, California, trabaja en un supermercado y está endeudadísima. De todos modos, parece pasarla relativamente bien en su vida de working musician: no hay sueños de estrellato para ella, solo tocar en la banda para relajarse tras un arduo día de trabajo y de sonrisas forzadas de cajera.
Pero el pasado está ahí, acechando, y Ricki sabe que dejó una familia con la que casi no tiene contacto más allá de una visita navideña y algún regalo. Un día, su ex marido, Pete (un Kevin Kline un tanto caricaturizado) la llama de urgencia desde su mansión en Indianapolis: la hija de ambos se ha divorciado, está muy deprimida y él cree que la presencia de su madre podría ayudarla, especialmente porque su esposa actual no está y él no parece saber muy bien qué hacer con la chica. Ricki vuelve del white trash que habita a ese mundo burgués y liberal, y su reencuentro con ellos no será sencillo. Su hija (interpretada por la verdadera hija de Meryl, Mammie Gummer) le guarda rencor, lo mismo que su otros dos hijos varones: uno que está a punto de casarse y el otro que le anuncia en el reencuentro que es gay. Su presencia los violenta, literalmente: es la madre que los dejó de lado por su sueño de rockstar y que nunca miró para atrás.
Un eje curioso del guión es que la rockera de vida desmadrada sea pro-Bush y anti-Obama mientras que la familia más acomodada represente un modelo de burgués progresista del que la película se burla bastante. Ricki es una rockera tradicional que hace covers de Tom Petty y Bruce Springsteen (su guitarrista y novio actual lo encarna Rick Springfield, mientras que Bernie «Funkadelic» Worrell toca los teclados y los veteranos sesionistas Rick Rosas y Joe Vitale, se suman en bajo y batería), no sabe cocinar y vive de cervezas y hamburguesas mientras que su (ex) familia tiene hábitos bohemio- burgueses del siglo XXI, con sus costumbres veganas, sus productos orgánicos y sus tragos naturales.
El filme se centra en las idas y vueltas de esos reencuentros, pero si bien hay reclamos y críticas duras para hacerse, Demme prefiere que todo quede relativamente en un tono amable, casi burlón, sin llevar las cosas al dramón del reencuentro familiar. Todo el tiempo da la sensación de que pese a las diferencias y los evidentes traumas abandónicos, las cosas se podrán resolver más temprano que tarde ya que el tono de la película siempre vuelve a lo liviano, especialmente a partir del humor que le imprime Streep a su personaje, aún en los momentos más emocionales.
Sí, Streep, Springfield y compañía tocan de verdad y lo que se escucha en la banda sonora parece ser en vivo. Y el filme dedica un buen tiempo a mostrarlos tocando, en algo que es una de las cualidades del cine de Demme: el hombre nunca aparece apurado por llegar a ninguna conclusión, sus películas son sobre el recorrido en sí mismo. En un punto, tiene mucho que ver con la música de Neil Young –a quien Demme ha filmado más que a ningún otro músico–, cuya especialidad es estirar los tiempos de las canciones y dejar que los secretos y placeres se encuentren en los intermedios, en la duración misma de las cosas, en los pequeños momentos.
RICKI & THE FLASH es una película pequeña y humana, de esas que casi ya no se estrenan en cine (aquí llega, uno imagina, por la popularidad de Streep) y que son siempre bienvenidas porque devuelven a la pantalla grande la escala humana del cine de Hollywood. El filme es como una de las canciones de american rock que suele tocar la banda de Streep: los acordes son conocidos y familiares, pero el placer que generan es instantáneo y acarician suavemente el corazón sin tratar de estrujarlo.
Con todo respeto, pero más que una «película pequeña y humana» estamos ante un muestrario de desvergüenza narrativa, convencionalismo plano, vulgaridad trepidante y el mayor número de cuasi-personajes esquemáticos que solo una cuasi-historia así podría atesorar. Streep bien como siempre y su hija sin desentonar y plegándose a unas buenas directrices aprendidas en familia.
Simplemente, prescindible.
Saludos,
Heraldo.