Estrenos: «En la cuerda floja», de Robert Zemeckis
Dos ideas paralelas recorren EN LA CUERDA FLOJA a lo largo de su desarrollo. La primera tiene que ver con el tono elegido por Robert Zemeckis para contarla y la segunda, a una curiosa elección: la de tener al narrador contando a cámara su propia historia. Una funciona más o menos bien durante un rato. […]
Dos ideas paralelas recorren EN LA CUERDA FLOJA a lo largo de su desarrollo. La primera tiene que ver con el tono elegido por Robert Zemeckis para contarla y la segunda, a una curiosa elección: la de tener al narrador contando a cámara su propia historia. Una funciona más o menos bien durante un rato. La otra, nunca. Como lo hizo en sus películas animadas como EL EXPRESO POLAR, Zemeckis parece apostar con este filme por un público entre infantil y adolescente, por lo que el tono de las acciones y las actuaciones tiene la exageración y recursos ampulosos propios de una película que intenta acercarse a los más chicos, más cerca de un PETER PAN que de un filme para un público adulto.
Este sistema resulta simpático por un rato ya que uno lo emparenta con el tono que tenían ciertas películas de estudios de los años ’60, con un falso París en sepia, un aire zumbón y algo tonto de las comedias de aventuras de entonces y esos acentos caricaturescos propios de alguna película tipo LA VUELTA AL MUNDO EN 80 DIAS. Pero mientras se va contando la historia de Philippe Petit, el hombre que en los años ’70 intentó cruzar sobre una cuerda floja de una a otra de las entonces aún no terminadas Torres Gemelas, de a poco el tono se va volviendo cansino, hasta irritante, más cercano al AMELIE, de Jean-Pierre Jeunet, que a CHARADA, de Stanley Donen, por poner algún ejemplo. De hecho, una película reciente que homenajeaba ese tono y salía bastante mejor parada era EL AGENTE DE CIPOL.
Si a esto se le suma el relato constante a cámara, en irritante acento francés, de Joseph Gordon-Levitt, el asunto en algún momento se empieza a volver casi indigesto. Uno entiende las intenciones, pero los resultados no aparecen. Y cuando Petit se va metiendo en el mundo del circo, con equilibristas, malabaristas y, ¡ay!, mimos, uno siente que el asunto se volverá imposible de levantar. Por decirlo de una manera cruda, mi sensación es que entre los 15 minutos de la película y la hora y algo estamos ante una de las peores cosas que el habitualmente sólido Robert Zemeckis hizo en su carrera.
Pero, de a poco, la historia empieza a dar un vuelco. Sin cambiar el tono ampuloso, EN LA CUERDA FLOJA se convierte en una suerte de parodia de película de espionaje o de ladrones a la italiana, con un grupo de bastante impresentables sujetos –Petit, su novia, un fotógrafo, un muchacho que sufre vértigo y la gente algo bizarra que se les une una vez que llegan a los Estados Unidos– embarcados en la absurda y a la vez fantástica empresa de cruzar las Torres, acción mítica que muchos ya conocemos gracias al premiado documental MAN ON WIRE, que cuenta esta misma historia. De ahí en adelante, la película cuaja. Se vuelve un simpático thriller que culmina con casi media hora de asombrosa recreación de la(s) caminata(s) de Petit en el aire, armada puramente con efectos especiales pero que no solo resulta creíble sino que posee una belleza poética de esas que a veces Zemeckis sabe alcanzar.
Es cierto que es un poco tarde. Por decirlo de otro modo, la película «se pone buena» en los últimos 40, 45 minutos y es posible que esa belleza sea suficiente premio para soportar la previa, los acentos, el tono infantil y bobalicón del resto del relato. Cuando Petit (Levitt) está en el aire, cuando la cámara sobrevuela el cielo de Nueva York en 3D, cuando todo lo sobrante desaparece, EN LA CUERDA FLOJA se encuentra a sí misma, al punto que uno quisiera reeditarla y reestrenarla en un corte que vaya de ahí en adelante.
Hay otro espacio/tema que vuelve a la película más interesante y dramáticamente compleja una vez que el grupo de intrusos empieza a armar su plan de subir al piso más alto de las Torres Gemelas para allí colgar sus cables. Y son las torres en sí mismas. Los recorridos internos por ese lugar, por los pequeños espacios y esquinas que hoy ya no están, confrontarse con los enormes bloques de metal y concreto y con lo que pasó allí adentro –metáfora que el filme nunca subraya pero que es inevitable, está ahí– le agrega un peso dramático extra a la película que se combina a la perfección con esa especie de proeza físico-poética de Petit, literalmente, colgado en medio de las nubes.
Es una lástima que, para llegar a eso, uno tenga que pasar por toda la historia previa del personaje contada como si fuera una fábula infantil (no por serlo, sino porque no funciona). Es que Petit no es un personaje demasiado interesante –es un clásico «francés excéntrico», creído de sí mismo y un tanto absurdo– y la película se vuelve atrapante no cuando habla sin parar, no cuando explica su filosofía de vida, no cuando se hace el gracioso, sino cuando se desliza sobre un cable en medio de la nada. Es la acción en sí misma la película, la belleza visual de ese momento. Lo demás, sobra…
A riesgo de que se difumine mi última intervención con su réplica:
o Peacock says:
05/10/2015 at 10:20 am
No sé a qué debate le huyo en esta película, a eso me refiero. No vi ningún post con una opinión distinta a la mía o proponiendo algo respecto a la película? Decis que no hablo lo suficiente de política en la crítica? A eso te referís. Creo que sí, que lo hago. En general no soy de bajar línea ideológica en mis críticsas, pero queda claro cuál es mi posición en relación a los personajes y a las decisiones que toman en relación a la actitud y comportamiento de sus padres. Especialmente de su padre, que se comporta como un “bully” cada vez que trata con árabes. Es claro que las chicas buscan otra cosa y esa otra cosa es una mejor relación entre vecinos…
1. 05/10/2015 at 7:40 pm
Sr. Lerer:
Por favor, le agradecería guarde la serenidad que se requiere en estos casos. Como parece que ya se le olvidó leer entre líneas, me sirvo de exégeta.
A ver, ¿Qué entendió de lo primero que le escribí? Hablaba de la actitud de cierto crítico (¿quién?)poco dado a intercambiar ideas y más bien con toques de pusilanimidad al no querer encarar cuando percibe diferencia de opiniones ¿Le quedó claro? Jamás hablé nada de esta cinta israelí que no fuera una vaga referencia a que me hubiese sido grato discutirla con Ud., pero que en vista de su actitud huidiza iba a dificultarse tal intercambio . Nada más fue eso. Punto.
No me meto con las ideologías o querencias de nadie, las suyas las sé o las percibo, al igual que su ascendencia y eso no me interesa en lo más mínimo, no le aporta ni le quita nada. Lo mío con Ud. obedece solo a lo estrictamente cinematográfico. Deploro haya confundido o entendido mal mis iniciales palabras y agradecería pudiéramos departir libres de cualquier sesgo.
Saludos,
Heraldo
Sigo sin entender cuál es el debate, Heraldo.
Si me lo explicas un poco más claro tal vez lo pueda entender. De qué querés discutir? Estoy confundido ya…
Que eludes la discusión, el cotejo de puntos de vista disímiles. Lo dije en la primera entrada y anticipaba que quizá no me respondería sobre mi parecer de la cinta israelí. Pero me equivoqué, después de eludirme por cierto tiempo responde, pero interpretando mal lo que dije o creyendo que le reclamaba no sé que trasfondo político sobre la película de Israel. Ya ¿más claro?
Saludos,
Heraldo
No eludo la discusión per se, la eludo cuando viene rodeada de términos agresivos para con mi persona. Puedo debatir horas sobre las películas y sobre diferencias de opinión, pero apenas alguien pone que el crítico es tal o cual cosa no me da ganas de discutir. Es así de sencillo. Son «las reglas de la casa», je!
slds
d
Comprensible,»je», pero no creo recordar algo verdaderamente agresivo hacia su persona. En todo caso, si llega a sentirlo le invito a que me lo señale detalladamente. No me divierte atacar a las personas sin sentido alguno, ni de ninguna otra manera. Solo expreso lo que siento o mi parecer sincero y si lastimo el pundonor ajeno, lo siento, pero es mejor que el fingimiento o la engañifa. Sinceramente espero se dé la ocasión de que podamos departir sin ninguna sombra de maledicencia o que se interprete así.
Saludos,
Heraldo
Ok. El plan entonces es llegar tarde, agarrarla empezada y sentir «qué lastima que me perdí el principio».
Como los libros de César Aira, pero al reves.
Es un poco dura la comparación pero digamos que la idea es un poco esa… je!
d
guau