Festivales: «La academia de las musas», de José Luis Guerin
LA ACADEMIA DE LAS MUSAS es el primer filme de ficción de José Luis Guerin desde EN LA CIUDAD DE SYLVIA, ocho años atrás. Pero como en esa película y en prácticamente toda su filmografía los límites entre la ficción y la realidad son bastante porosos por lo que se podría hablar tranquilamente de un […]
LA ACADEMIA DE LAS MUSAS es el primer filme de ficción de José Luis Guerin desde EN LA CIUDAD DE SYLVIA, ocho años atrás. Pero como en esa película y en prácticamente toda su filmografía los límites entre la ficción y la realidad son bastante porosos por lo que se podría hablar tranquilamente de un «híbrido», una película con momentos documentales y con otros aparentemente ficcionalizados por parte de las personas reales que lo interpretan. Como cierto cine iraní –o algunas películas del portugués Miguel Gomes–, Guerin juega de manera extraordinaria en esos márgenes, llevando a la película de a poco de lo que parece ser un documental hecho y derecho a un drama romántico y de relaciones que podría ser un melodrama.
El protagonista del filme es el profesor y filólogo Raffaele Pinto que da clases en la Universidad de Barcelona en lo que parece ser un proyecto que algunos denominan «la academia de las musas». Pinto habla del Dante, de la Divina Comedia, de la poesía canónica de esa época y debate con sus alumnos (en su mayoría mujeres) conceptos literarios tradicionales sobre el rol de la poesía y el lenguaje en la vida, la muerte y, sobre todo, la pasión, el amor y la inspiración que surge del propio concepto de las musas. Para Pinto, que se autoproclama feminista, las «musas» no son un objeto para la creatividad del poeta (tradicionalmente, hombre) sino que son las voces cantantes y activas de esa relación.
De a poco, en los debates que surgen en sus clases, empezamos a identificar a algunas de sus alumnas. Guerin va marcando el paso de las escenas con las fechas en las que fueron filmadas (la película está presentada como si el director solo filmara las clases de Pinto para registrar esa «experiencia pedagógica»), pero los personajes de manera más tradicional van apareciendo, o siendo recortados por el montaje. El filme va, también, con mucha naturalidad del español al italiano y, un poco menos, al catalán.
Emanuela (Emanuela Forgetta) es la más participativa de las alumnas. Una italiana –como el profesor– que aporta sus ideas sobre los temas que surgen: si la poesía es una forma de diálogo con los muertos, si el «amor» es un invento de los poetas que luego es imposible de sostener en la vida real. A la que más le cuesta manejarse en estos terrenos es a Mireia (Mireia Iniesta), una española que trae a clase lo que, luego veremos, son varios de sus dilemas y problemas románticos personales. Y está la más descreída Carolina (Carolina Llacher), una bella catalana de pelo corto que rechaza alguna de las limitaciones impuestas por Pinto, en especial las ligadas a los formatos de rima clásicos que impone el profesor. En paralelo, y cuando el filme se va paulatinamente alejando de las clases para ir a los pasillos de la Universidad y de ahí a los bares y a las casas de los protagonistas, veremos conversaciones entre el profesor y las chicas, entre ellas mismas y la relación entre Pinto y su esposa española, Rosa (Rosa Delor Muns).
Es Rosa la que empieza a abrir las puertas a lo que uno ya supone que está pasando. Como da la impresión por el tono de las conversaciones entre el profesor y sus alumnas hay una relación entre ellos que siempre parece estar a punto de quebrar la formalmente apropiada. Y Pinto se hace cargo de que «enseñar es seducir» pero tal vez no lo suficiente como para tranquilizar a su esposa, también una intelectual que se da cuenta que hay algo más que juego en el ir y venir de Pinto y en su discurso sobre la fidelidad, etc. Un viaje de fin de semana del profesor pone las cosas aún más en zona de dudas para la mujer.
Pero el filme no solo busca descubrir si el veterano y seductor profesor italiano es un «chanta» que utiliza sus clases para levantarse jovencitas fascinadas con su presencia (uno podría decir, en ese aspecto, que lo es y no lo es a la vez, y que Guerin no lo juzga… demasiado) sino que buena parte del tiempo –cuando el filme va dejando el marco teórico de las clases para centrarse en las vidas personales de los protagonistas– son las cuatro mujeres las que conversan entre sí acerca de su relación con la clase en particular, con el concepto de «musa» y como todo see refleja en sus vidas cotidianas, incluyendo sus diversas relaciones con el profesor y a la vez otras relaciones que las mujeres –todas muy lúcidas e inteligentes en sus planteos teóricos pero confundidas sentimentalmente– tienen.
Con estos materiales, Guerin crea un fascinante retrato de un grupo humano –que puede extenderse tranquilamente a muchos otros– que lucha entre la aparente claridad conceptual y la fragilidad emocional. Desde el personaje que teóricamente no cree en los celos o en la fidelidad pero que luego los sufre en carne propia y se desarma, hasta las discusiones sobre el deseo que pasan de las clases a las conversaciones privadas, siempre en algún tipo de límite, entre el profesor y sus «musas». Muchas de estas conversaciones individuales Guerín las filma desde afuera –de un bar, de una casa, de un auto– generando planos cargados de reflejos y ecos visuales, además de una potente belleza que contrasta con el registro mas tradicional de las clases.
Así, LA ACADEMIA DE LAS MUSAS va pasando de la interesante pero teórica etapa del aula a la zona donde esos conceptos se ponen en juego de otra manera, afectando directamente la vida de las personas que participan de esa «academia». En ese sentido me hizo recordar a las películas de Matías Piñeiro, por esa manera de conectar textos tradicionales (en este caso, en lugar de Shakespeare, son la Divina Comedia y el Dante, núcleos centrales de las clases de Pinto) con las vidas sentimentales y las relaciones de sus protagonistas, especialmente mujeres. Son personajes que, finalmente, terminan lidiando con los placeres, los beneficios pero también con algunos «peligros» de dejar que sus vidas sean gobernados por conceptos teóricos creados por hombres que, en el fondo, tal vez no sean tan «feministas» como dicen serlo…
Partiendo de que quizá sea un poco exagerado el cotejo de esta cinta del siempre ponderable Guerín con el cine persa del Panahi de «El espejo» («Ayneh», 1997), llego a estas conclusiones:
-La película de José Luis Guerín maneja hábilmente una temática ya harto manida: la prototípica relación (de ideas o amoroso-sexual ¡cómo no!)que se da entre el intelectual mayor y sus encandiladas y jóvenes alumnas. Y digo hábilmente porque no juzga ni toma partido, solo registra la verborrea.
-Venir a recordarnos en medio de un denso debate intelectual que los llamados progres no lo son tanto y que el macho ilustrado (léase, profesor universitario, director o crítico de cine)arrastra consigo centurias de patriarcado que ni toda su buena fe o puesta al día en el feminismo moderno logran borrar del todo.
En todo caso, es de agradecer que el papel de la mujer incluso como fuente de inspiración en nuestra sociedad sea puesto en la palestra. Y de qué manera es fácil ir por la vida de feminista o moderno, cuando la educación sentimental te viene del medio, casa, vecindario, amistades, testosterona no domeñada…Y después …¡Solo el barniz!
Ahorrame los ultimos dos renglones y seguimos debatiendo…
Ya te dije, son las reglas de la casa.
Y además no me conoces como para saber si tengo «testosterona no domeñada»–.
slds
d
Me habría gustado que ,efectivamente, se hubiese dado eso, un debate. Pero como siempre lo tomas personal. No he hablado nada de ti, me estoy concentrando en la película, interesante, por cierto, y de la que hago solo señalamientos y extraigo opiniones personales.
¿Por qué siempre todo termina así? Coliges que TODO es contra tu persona, cuando a mí solo me interesa hablar de cine. No, no te conozco lo suficiente como para opinar sobre tus niveles hormonales ni me interesa tampoco averiguarlo. Hablaba de manera general y sin concretarme en nadie.
Saludos,
Heraldo