Estrenos: «Salad Days: Una década de punk en Washington DC (1980-1990)», de Scott Crawford
La escena hardcore de Washington D.C. durante los años ’80 es –junto a la similar que se producía en California al mismo tiempo– uno de los movimientos más influyentes y mitologizados de la cultura rock de los Estados Unidos. En principio, por aportar una variante local y musicalmente específica al punk que había nacido unos […]
La escena hardcore de Washington D.C. durante los años ’80 es –junto a la similar que se producía en California al mismo tiempo– uno de los movimientos más influyentes y mitologizados de la cultura rock de los Estados Unidos. En principio, por aportar una variante local y musicalmente específica al punk que había nacido unos años antes. Y, segundo, por su peso clave en el desarrollo de la cultura independiente, del DIY (do it yourself), tanto en lo que respecta a los sellos discográficos como a los shows en vivo. Si algo quedará en la historia de este movimiento, aún tal vez más que lo musical, será su decisión política de mantenerse al margen de la economía clásica de la industria discográfica.
SALAD DAYS –el título hace referencia a un EP de Minor Threat, la banda clave y fundamental de esta escena– es un documental que de una manera bastante tradicional pero efectiva, cuenta la historia de este movimiento y los cambios que vivió a lo largo de los ’80, empezando por pequeños shows y encuentros en la zona de Georgetown entre los pocos y vilipendiados punks de Washington que había entonces, hasta convertirse unos años después, en uno de los disparadores clave de la explosión de movidas masivas posteriores dentro de la llamada música alternativa, como el grunge y el emo.
La película recorre la historia callejera de los primeros cultores del hardcore punk en Washington, una ciudad donde la pobreza y la criminalidad crecían hasta convertirla en una de las más peligrosas de los Estados Unidos según todas las estadísticas. Inspirados por grupos como Bad Brains –la precursora banda multirracial de punk y reggae de esa ciudad–, esos adolescentes de familias burguesas de D.C. empezaron a montar su escena, con pequeños shows y, fundamentalmente, armando un sello discográfico (Dischord) que se mantiene hasta hoy como uno de los emblemas de la distribución independiente en ese país.
Dischord era la creación de dos de los integrantes de Minor Threat, entre ellos el mítico Ian MacKaye, principal responsable y figurita repetida de casi todos los cambios de esta escena musical. MacKaye empezó con la banda The Teen Idles, de breve duración, para luego fundar el sello Dischord, encargado de editar «a mano» todos los discos del movimiento musical. Minor Threat fue la banda central del hardcore, la encargada de popularizar el concepto de «straight edge» que proponía que los cultores del hardcore de esa ciudad no bebieran ni se drogaran como forma de diferenciarse de modelos culturales tanto de la burguesía como del hippismo.
Ese primer impulso duró apenas unos años y Minor Threat dejó de existir, a la par que The Faith, Void y otras bandas que implosionaron pronto, con excepción de la más duradera Government Issue. La movida no desapareció sino que se alteró para tomar un camino de activismo más políticamente correcto a mediados de la década que, combinado con un tono más emotivo y confesional de las letras, sirvieron para crear el llamado «Revolution Summer», con bandas como Rites of Spring, Embrace (liderada por MacKaye) y Gray Matter, entre muchas otras. Esa nueva versión del hardcore, llamado por algunos emo-core, es considerada hoy como la precursora de la movida emo de los 2000.
Ya en la segunda mitad de la década la escena explotó. La popularidad de algunas bandas y la violencia que se generaba en los conciertos pasó a ser más de lo que muchos músicos toleraban y la escena se expandió pero perdió gran parte de su esencia. Fue, de vuelta, MacKaye, el encargado de volver a enarbolar las primeras banderas del hardcore con su nueva banda, Fugazi, que se convirtió en la más popular de toda la escena durante los ’90 manteniendo siempre una filosofía de cobrar los discos y las entradas a los shows más baratos que lo acostumbrado en la industria. Fugazi fue, además, la banda que más hizo por la evolución musical de la escena, siendo en cierto sentido la que musicalizó la transición entre el primer hardcore y la escena alternativa post-Nirvana de los ’90.
La película se centra en testimonios de casi todos los involucrados en la historia, incluyendo, curiosamente, al propio director que fue parte de la movida creando un fanzine en su adolescencia; a Henry Rollins, oriundo de D.C. y que formó bandas allí (S.O.A.) antes de mudarse a California y crear Black Flag; a Thurston Moore (Sonic Youth) y a Dave Grohl, un entonces muy joven baterista de la banda Scream que terminó tocando en Nirvana y luego liderando Foo Fighters. Los testimonios se combinan con material de archivo –en general de muy mala calidad visual y sonora pero importantes como registros de la época– que va recuperando también la historia político/económica de una ciudad que, cuando las luces de la otra escena, la política, se apagan, se transforma en otra cosa, muy diferente.
Esa cercanía al poder político, tal vez, haya sido la responsable del efecto más duradero de la movida hardcore de D.C.: no sólo la idea de que cualquiera puede hacer música sino que cualquiera puede editarla y distribuirla. Ese cambio cultural y económico que aportó Dischord (en paralelo a otros sellos como Epitaph, Alternative Tentacles, Twin/Tone y SST Records que en otras partes del país editaban a bandas como Bad Religion, Dead Kennedys, Black Flag, Hüsker Dü y The Replacements, entre otras) fue un cambio que entonces fue radical en lo conceptual y que hoy es moneda corriente entre los que hacen música fuera del mainstream comercial. Aquí, allá y en todas partes.
(Exclusivamente en Bama Cine Arte. Diagonal Norte 1150 / www.bamacine.com)
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