Cannes 2016: «It’s Only the End of the World», de Xavier Dolan
Imagínense estar en una reunión familiar en la que nadie parece soportarse entre sí, todos gritan y se agreden casi todo el tiempo y no poder salir de ella ni para ir al baño. Esa es la clase de tortura a la que Xavier Dolan somete al protagonista y a los espectadores de IT’S ONLY […]
Imagínense estar en una reunión familiar en la que nadie parece soportarse entre sí, todos gritan y se agreden casi todo el tiempo y no poder salir de ella ni para ir al baño. Esa es la clase de tortura a la que Xavier Dolan somete al protagonista y a los espectadores de IT’S ONLY THE END OF THE WORLD, adaptada de una obra de teatro francesa de 1990. Lo teatral del proyecto es más que evidente, no sólo en la manera en la que los actores gritan como si la cámara no captara sus voces sino en su propia estructura narrativa, armada en base a largas escenas entre distintos personajes de pura extracción escénica. Pero eso sería el menor de los problemas del filme.
Además hay que sumarle lo desagradable de la mayoría de los personajes, lo absurdo y ridículo de la mayoría de las discusiones que se producen y la idea de Dolan de que para volver «cinematográfico» al asunto lo mejor es cortar constantemente entre primeros planos de unos y otros gritándose entre sí. Con estos elementos –y sin un núcleo dramático al menos inquietante que justifique el maltrato generalizado, más allá de las obvias diferencias de personalidad– lo que la película produce en el espectador es un agotamiento y fastidio superior al que causa en el personaje. El, por lo menos, sabía al llegar a lo que se atenía. A nosotros nos toma por sorpresa.
Con 27 años y una décima parte del talento que cree tener y que, por razones que no logro comprender (más que en ciertos momentos de algunas de sus películas y en la aceptable TOM A LA FERME) muchos creen que tiene, el canadiense Dolan se reunió con un grupo de superestrellas del cine francés y las puso a ladrarse entre sí –o tolerar los ladridos de los otros– durante semanas. Por suerte, a nosotros nos dejaron solo 100 minutos de toda esa experiencia.
Gaspard Ulliel encarna a Louis, un autor de teatro gay que regresa a su hogar familiar tras doce años a anunciar que tiene una enfermedad terminal y que le queda poco tiempo de vida. Allá lo espera su madre, la histérica, gritona y negadora Martine (insoportable Nathalie Baye), su hermana menor, la torturada Suzanne (Léa Seydoux, a voz en cuello casi todo el tiempo), el violento y agresivo hermano mayor Antoine (Vincent Cassel, pasadísimo de rosca) y la mujer de éste, la nerviosa y tímida Catherine (Marion Cotillard), que se suma a Louis y a los espectadores en el sufrimiento de la tortura familiar.
No hay un eje demasiado claro ni un reproche ni un trauma específico que sostenga la cantidad de barbaridades y el nivel de agresiones que se lanzan en el filme. Comparativamente a estos muchachos, cualquier familia italiana o judía parecerían nórdicos. Es una catarsis sin catarsis, porque se agreden la mayor parte de las veces por tonterías, en especial Antoine que no tolera a nadie y que tiene más ganas de pegarle a sus hermanos –y a su mujer– que de estar ahí. Lo mismo nos pasa a nosotros, pero lo incluiríamos a él, que evidentemente se merece un tranquilizante para caballos en la bebida.
Las tensiones reinantes llevan a que nada cambie demasiado, el agobio visual y verbal se vuelva intolerable y uno empiece a pensar en que, después de todo, sus propias reuniones familiares –aún las menos agradables– no son tan graves. Los momentos en los que la película sale del caos de la mesa familiar o de los distintos tête à tête es para pintar algunos recuerdos que Dolan filma y musicaliza a la manera de convencionales videoclips de moda. Y para el final alguna metáfora terminará dando a entender al espectador que a este chico todavía le falta mucha experiencia de vida para entender la mecánica de una familia. Y mucho cine para saber cómo contarla.
Veo que la critica está siendo muy uniforme respecto a esta película, no creo que la mayoría se equivoque, me gustan algunas de sus películas y rescato algunos de sus esfuerzos siendo un cineasta relativamente joven, lo que más valoro sin duda es su deseo de hacer cine a pesar de los muchos inconvenientes que puede encontrar un director tan joven en una industria tan exigente. Como he leído en otras páginas, estadounidenses en su mayoría, esta película no logra dejar una buena impresión y parece ser que fue un despropósito llevar esta historia al cine y más aun desaprovechando a actores tan grandes como Cotillard y Cassel. Me gustaría verla pronto para poder dar una opinión pero preveo que si no logro convencer ni a un pequeño porcentaje de la critica, no voy a encontrarme con una gran película y mucho menos con la confirmación de que Dolan es un gran prodigio de la dirección como algunos apresuradamente lo han catalogado. A mi toda esta historia del infant terrible me parece más una manera errónea de encasillarlo, una etiqueta que claramente aminora e impide que su trabajo evolucione orgánicamente. Si lo viésemos más como un director y menos como el gran transgresor que la prensa y la critica nos ha vendido creo que podríamos apartarnos y ver sin tantos escrúpulos el trabajo de un cineasta más. En cuanto a lo que mencionas respecto al uso de la música, me parece que ya es una característica muy propia de su trabajo y a mi me parece que le resta mucho a la narrativa y estructura visual y estética de la que imprime sus films. Siempre es bueno leer una critica que tienda más al análisis expreso de la historia y menos a la reminiscencia de mejores trabajos.
Ultimamente hay un subgenero de películas que he denominado «cancer movies». Este subgenero traspasa fronteras y abarca desde cine adolescente comercial hasta cine independiente. Por supuesto… sea quien sea el director… NO VEO NINGUNA DE DE ESTAS PELÍCULAS. Me parece que es un recurso muy bajo de escritores con pocas ganas de pensar.
Lo que capta los gritos no es la cámara, es el micrófono.
Ok, es verdad, digamos que es metafórico, je!
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