Estrenos: «Buscando a Dory», de Andrew Stanton y Angus MacLane
Para Pixar la oportunidad de hacer una secuela de BUSCANDO A NEMO era tan atractiva como complicada. Aquel filme recaudó más de 900 millones de dólares en todo el mundo en 2004 y durante un largo tiempo fue la segunda película de animación más vista de la historia (ahora ha bajado unos puestos, tras MINIONS, […]
Para Pixar la oportunidad de hacer una secuela de BUSCANDO A NEMO era tan atractiva como complicada. Aquel filme recaudó más de 900 millones de dólares en todo el mundo en 2004 y durante un largo tiempo fue la segunda película de animación más vista de la historia (ahora ha bajado unos puestos, tras MINIONS, FROZEN, etc) y la más exitosa de Pixar (superada luego por TOY STORY 3). No por nada tardaron doce años en encontrarle la vuelta. Como joyita de la compañía que es, merecía una segunda parte cualitativamente comparable a la de la trilogía de los juguetes más que a MONSTERS UNIVERSITY o CARS 2, que son productos menos canónicos de la empresa. Estas últimas secuelas pueden haber hecho dinero, pero no fueron amadas, ni consideradas clásicos. Son más celebradas por el departamento de marketing de Pixar –y los accionistas– que por la parte creativa. BUSCANDO A NEMO necesitaba una secuela para la posteridad, no solo para romper la taquilla.
Y no era sencillo porque se trataba de una historia autocontenida. Como alguna vez se menciona en BUSCANDO A DORY, la idea de buscar a alguien perdido y encontrarlo no se hace más de una vez, por lo cual debieron cambiar el eje y armar algo que está a mitad de camino entre la secuela y el spin-off. Como todos los que no tengan «pérdida de memoria de corto plazo» recordarán, Dory era un personaje secundario en NEMO, el pez que no podía recordar nada más allá de unos diez segundos y que provocaba muchas de las situaciones más graciosas de aquel filme. Y es en ése personaje (que tiene la voz de Ellen DeGeneres en la versión subtitulada) que la secuela se centra, con el riesgo de que la pequeña broma que era simpática de a ratos se vuelva algo densa y reiterativa, como sucede claramente en MINIONS.
Pero si hay algo que la gente de Pixar sabe –y es por eso que se toman años en preparar cuidadosamente estos productos– es cómo conectar las necesidades narrativas y comerciales de una película con una complejidad temática inusual para el cine infantil. En ese sentido, BUSCANDO A DORY parece combinar el universo del filme original con una temática más cercana a la de la reciente INTENSA MENTE. Y lo hace de una manera mucho más orgánica que aquella, si bien por momentos cae también en cierto costado terapéutico un tanto líneal.
El título, admitámoslo, es un poco engañoso. Aquí es Dory, la olvidadiza, la que busca y no la buscada (ok, Nemo y su padre la buscan a ella también, pero su parte es una subtrama). Tras una intro en la que se nos muestra su infancia y los problemas que le generaban sus constantes olvidos, vemos a Dory separarse de sus padres y perderlos para siempre. Lo cual, finalmente, no parecería ser un problema para ella porque, bueno, tampoco parece recordar que tenía padres. La película la reencuentra ya adulta, luego del episodio de Nemo, y es allí donde empieza la aventura ya que ciertos recuerdos básicos e inconscientes (es aquí donde aparece la línea INTENSA MENTE del filme) reaparecen y Dory sale a buscar a sus padres, con lo difícil que para ella es emprender una misión que podría olvidar a cada rato.
Esos flashes de memoria le servirán de mínima guía, lo mismo que Nero y su padre Marlin, que la acompañarán durante parte del viaje y luego la perderán también. No conviene adelantar mucho más. Solo decir que aparecen varios personajes nuevos, que la aventura en algún momento pega un vuelco para abandonar el mar y adentrarse en una suerte de parque temático marino y que la mente de Dory sigue siendo un lugar fascinante del que van saliendo todo el tiempo cosas inesperadas, aún para ella.
Su «incapacidad» termina siendo el eje temático de BUSCANDO A DORY, una película que bien podría ser leída por algunos padres como una historia acerca de un amor paterno-filial que sea capaz de superar todo tipo de dificultades y temores. Sí, los chicos pueden parecer frágiles e indefensos (o, en este caso, tener una incapacidad real), pero sabrán arreglárselas en la vida, especialmente si encuentran a otros seres con quienes conectarse y formar nuevos grupos. Algo que, en cierto modo, también repercutía como tema en la otra gran película de Pixar dirigida por Andrew Stanton, WALL-E.
Y así, también, la película se convierte en una defensa de la aventura. Si algo caracteriza la actitud ante la vida de Dory es que, a falta de recuerdos inmediatos, no hay cálculos ni análisis de lo que debe o no debe hacer. Eso la vuelve un personaje que toma riesgos constantemente ya que no parece ser muy consciente, ni quedar traumada, por las consecuencias de lo que hace. Esa es la otra línea temática fuerte (una que el filme transforma en el mantra «¿qué haría Dory?» para tratar de entenderla y encontrarla) y una que se conecta sin forzamiento alguno con la propia aventura que viven los personajes. Ese «hacer» antes de «pensar» es un condimento que da miles de variables a la acción.
Ni hace falta destacar el suntuoso trabajo visual del filme, en especial en su creación de un mundo submarino de belleza por momentos subyugante, y el gran aporte que le dan muchas voces reconocibles. Allí, además del gran ritmo staccato del habla de la propia Dory/DeGeneres, se lucen Albert Brooks como el nervioso y temeroso Marlin, Ed O’Neill como el gruñón pulpo Hank, e Idris Elba y Dominic West, como dos criaturas marinas con acento británico. A ellos habría que sumarle una aparición muy especial de Sigourney Weaver, la que, según me han dicho, lamentablemente desaparece en la versión doblada.
Con la línea evolutiva de TOY STORY como eje, BUSCANDO A DORY se convierte en una gran secuela de una película que ya es un clásico de la animación. Si no fuera por ciertos excesos «freudianos» no sólo temáticos (lo que sería perfectamente lógico y normal), sino ya convertidos en imágenes y concretos disparadores narrativos, y una cierta desorganización narrativa cerca del final (la película se estira un tanto más de la cuenta a la hora de cerrar) estaríamos hablando de otro clásico. Tal vez no llegue a las alturas de la original, pero es una película sensible y creativa que emociona, divierte y desnuda las limitaciones de la mayoría de sus rivales de la animación ultrataquillera. Por suerte, cuando algunos empezabamos a dudar de la consistencia de algunos de sus productos, aquí hay que celebrar que Pixar lo hizo de nuevo.
No es que importe mucho, pero es un dato erróneo así que lo informo: «Buscando a Nemo» no es del 2004, sino del 2003.