Estrenos: «La última ola», de Roar Uthaug
Es curioso hasta qué punto la milimétrica estructura de un thriller norteamericano puede adaptarse a realidades y situaciones muy diferentes. LA ULTIMA OLA es una película que pertenece claramente al género llamado «cine-catástrofe» y, salvo el perrito, tiene las mismas características que se pueden ver en una película hollywoodense. Hay, sí, un par de diferencias: […]
Es curioso hasta qué punto la milimétrica estructura de un thriller norteamericano puede adaptarse a realidades y situaciones muy diferentes. LA ULTIMA OLA es una película que pertenece claramente al género llamado «cine-catástrofe» y, salvo el perrito, tiene las mismas características que se pueden ver en una película hollywoodense. Hay, sí, un par de diferencias: el presupuesto es menor y, por eso, el costado humano pesa un poco más que los efectos especiales. En ese sentido se puede decir que remeda más al cine catástrofe de los ’70 que al de los ’90 en adelante, marcado por la estética bigger and louder de Roland Emmerich, desde DIA DE LA INDEPENDENCIA hasta, bueno, DIA DE LA INDEPENDENCIA: CONTRAATAQUE.
La estructura es clara y programática: Kristian es un geólogo que se está despidiendo de su trabajo en un centro en el que se miden y analizan los movimientos de las montañas que rodean un lago ya que, se sabe, una fractura en la cadena montañosa provocaría un tsunami que, en apenas diez minutos, liquidaría la única ciudad que está allí, la pequeña pero muy bella y turística Geiranger. La última vez que eso sucedió, cuentan al principio del filme, fue en 1905. Pero se sabe que es sólo cuestión de tiempo y están preparados por si sucede.
Justo cuando Kristian está por irse con su familia (mujer con la que tiene una relación tensa, hijo adolescente con el que también y pequeña niña que lo idolatra) se empiezan a ver movimientos raros en el fondo del mar que captan los sensores. Kristian quiere alertar a la población pero el jefe de la base le dice que está exagerando y que nada pasará. Las idas y vueltas de esta situación hacen que la familia tenga que pasar una última noche allí –padre e hija en la casa que dejan, esposa e hijo en el hotel en el que ella trabaja– y, obviamente, esa noche será la que se provocará el derrumbe que derivará en tsunami y que se llevará todo puesto mientras los habitantes, que no fueron avisados a tiempo, tratan de escapar.
La mejor parte del filme es la primera mitad en la que, más allá de los obvios clichés del género, la película se toma su tiempo –a la antigua– para ir creando suspenso de a poco y explorando la vida de la familia y la base en la que Kristian trabaja. Y, aunque breve, el tsunami y el caos que provoca resulta tan espectacular como aterrador. Especialmente porque los noruegos, en lugar de fugarse desesperadamente y a lo loco, avanzan prolijamente con sus autos por la única ruta hacia el supuesto lugar seguro (las alturas) haciendo una sola y taponada fila, pero sin jamás cruzarse a la vía contraria. No sea cosa de perder los modales ni romper las reglas, aún en las situaciones más angustiantes…
El resto del filme es un tanto más convencional y se centrará en el intento de búsqueda y reencuentro de los dos bloques familiares separados, con la estructura clásica del «rematrimonio» como disparador: como se sabe, no hay nada mejor que un gigantesco accidente natural para reparar lazos familiares dañados. LA ULTIMA OLA es la tercera película de Roar Uthaug, tuvo un presupuesto de apenas 6 millones de euros (una película similar costaría diez veces más en Hollywood) y es claramente lo que en la industria se llama un «calling card» del director: una carta de presentación para ser llamado por Hollywood. Dicho y hecho: Uthaug hará la nueva versión de TOMB RAIDER que protagonizará su vecina escandinava, la sueca Alicia Vikander.
El doblaje al inglés es horrendísimo. Perdón por decirlo así tan directo, je… pero es así.
Entonces tuve suerte de verla en el idioma original («proyectada» en colectivo larga distancia que por cierto, ¿no es un circuito de exhibición poco y nada explorado/explotado?).
A la media hora dejó de parecerme interesante para volverse predecible, hasta el final. Excepto por esos detalles de los nórdicos, oscuros pero elegantes, como la intervención del matrimonio del hotel cuando buscan al hijo. ¿Era necesario? No, es un morbo refinado.
Lo del embotellamiento en una fila fue hasta simpático, ¿y el container de «basura» que dejaban en la casa? Esas cosas en las que inevitablemente uno se fija, qué se yo.