Debate con spoilers: «Rogue One: una historia de Star Wars», de Gareth Edwards

Debate con spoilers: «Rogue One: una historia de Star Wars», de Gareth Edwards

por - cine, Críticas
26 Dic, 2016 11:06 | comentarios

La nueva película de este multimillonario universo creado hace cuatro décadas por George Lucas se inserta justo entre las precuelas y el filme original. Pero si bien es una historia independiente de la trama central, el modelo narrativo no se separa demasiado de las tradiciones clásicas de la saga.

ROGUE ONE, la nueva película del universo STAR WARS, está a mitad de camino entre ser una película completamente independiente y una insertada claramente en el mundo creado por George Lucas y ahora adquirido y administrado por Disney. El filme de Gareth Edwards juega todo el tiempo entre tomar distancia del «estilo STAR WARS» o «colgarse» de su fama y sus mitos, y si bien esta zona intermedia es lógica tomando en cuenta el tipo de película que es, también es una pena que no se haya atrevido a tomar aún más distancia, especialmente en lo que respecta a sus formas narrativas.

Es claro que Edwards tiene una estética propia –si se quiere, un tanto más «sucia» que la habitualmente usada en la saga– pero cuando la película parece cortarse por su lado, la deuda con la saga original la atosiga. Y no me refiero a los obvios puntos de contacto con la historia madre (la idea que ROGUE ONE es una especie de Episodio 3.5 de la saga) sino en desprenderse de los un tanto esquemáticos y a esta altura previsibles modelos narrativos de la mayoría de las películas de la saga. Es cierto que EPISODIO VII era básicamente eso y fue celebrada por ser casi una remake del EPISODIO IV con nuevos personajes, pero esa película tenía encima la pesada carga de relanzar el universo STAR WARS luego del relativo fracaso de las precuelas de Lucas. Edwards no tenía esa presión –o no tanto– y no termina de aprovechar esa libertad.

El choque empieza a volverse claro con el correr de los minutos y las grandes secuencias se van tornando cada vez más dependientes de los modelos previos: el montaje paralelo, el ataque de las naves sobre el final, la pelea en la torre de comunicación, las extremas coincidencias y arbitrariedades de la trama y así, algo que la primera gran «set piece» del filme (el ataque de la Estrella de la Muerte sobre Jedha) no tenía. No digo que esa última gran escena esté mal per se, solo que parece ser armada por una especie de Comité de Continuidad Star Wars. Y, de hecho, tomando en cuenta lo que se sabe sobre la cantidad de escenas que se refilmaron o se agregaron en una segunda etapa de rodaje, es muy probable que algo de eso haya sucedido. La película podrá ser de Edwards pero el control maestro lo tienen otros.

El problema de apegarse demasiado a las fórmulas conocidas es que las películas de la saga empiecen a cobrar un sesgo similar a las de Marvel, cuyas lógicas narrativas (aún con estéticas y tonos relativamente diferentes) son muy parecidas entre los distintos filmes. Tomando en cuenta el éxito de ese universo es claro que para Disney no es un mal modelo a seguir, pero a mí me resulta un tanto problemático pensarlas de ese modo, simplemente como efectivas reversiones de éxitos anteriores, más parecidas que diferentes entre sí. De hecho, retrospectivamente, uno empieza a tomarle cierto cariño (o, al menos, cierto respeto por la libertad creativa) a las precuelas de Lucas. Lo sé, no son muy buenas películas, pero al menos su multimillonario creador las hizo como se le antojó, por decirlo en términos civilizados.

Durante una buena parte del filme uno tiene la sensación que Edwards se va a atrever a llevar a ROGUE ONE por otro camino: hay más suciedad, más fragmentación y nervio narrativo, todo sucede más «on the ground» y hasta con bastante cámara en mano (o al menos eso parece), al punto que uno se empieza a olvidar que la película puede no ser más que un original concepto de marketing para expandir la recaudación del universo STAR WARS en el mercado internacional (Asia, Europa, América Latina: casi no hay norteamericanos en el elenco) donde la saga no funciona tan bien como en Estados Unidos. Si bien su primera hora es un tanto confusa narrativamente (presentación de personajes que se van juntando de a poco), el interés está sostenido por su potencia visual, su oscuridad y hasta su súbita violencia, como la de la primera escena de Diego Luna. Estamos, parece decir la película, en un territorio más ambiguo que el de Luke Skywalker.

Pero de a poco la película empieza a volverse esquemática, forzada narrativamente (la mayor parte de las decisiones de los protagonistas parecen ser motivadas más por las necesidades del guión que por la propia lógica de los personajes) y, en lugar de profundizar en su heterogéneo y potencialmente atractivo grupo protagónico, se empieza a perder en los mecanismos del guión, en el ajedrez narrativo de poner unas piezas acá y otras allá, olvidándose de darle mayor carnadura a los personajes, en una forma un tanto rutinaria de respetar el clasicismo del filme original de 1977. Es por eso que, cuando cada uno de ellos llega a su respectivo y cruento final, si bien a uno le resulta admirable que la producción se haya jugado por ese potencial riesgo comercial, ROGUE ONE no consigue la emoción que debería. Bah, salvo por el personaje del robot K-2SO. Y si la muerte de un robot te importa más que la de los humanos es que algún problema de desarrollo de personajes allí hay.

ROGUE ONE cuenta con algunas grandes escenas y su inserción narrativa en la historia general de la saga está ingeniosamente resulta. Y lo mismo sucede con su costado político. Por casualidad la película se estrenó un mes después de la victoria de Donald Trump en las elecciones presidenciales de los Estados Unidos y es muy potente pensar en Darth Vader (en la República convertida en Imperio) y en el rol de los «rebeldes» tratando de frenar de algún modo esa potencia todopoderosa en relación a los hechos de la realidad. Que STAR WARS como saga multimillonaria se ponga del lado de un grupo de «rebeldes extremistas» y extranjeros tratando de colarse como sea dentro de un Imperio para destruirlo desde adentro es una potente pero extraña metáfora de nuestro aún más extraño presente.