Estrenos: «Aliados», de Robert Zemeckis
Este drama de espionaje que transcurre durante la Segunda Guerra Mundial del director de «Volver al futuro» tiene como protagonistas a Brad Pitt y Marion Cotillard. Se trata de una película que respeta y homenajea –acaso en demasía, al punto de la imitación– los códigos y la estética del cine clásico de los años ’40.
ALIADOS es una buena película para analizar en las discusiones o charlas sobre clasicismo cinematográfico. No necesariamente para tomarla como ejemplo, aclaro, sino para discutir los placeres y las limitaciones de hacer (y de ver) «una película como las de antes». Eso es, en principio, la nueva película de Robert Zemeckis, uno de los cineastas de la generación que creció amando al Hollywood clásico y que, en la mayoría de sus películas, se ha mostrado muy respetuoso con sus formas. Protagonizada por Brad Pitt y Marion Cotillard como una pareja de espías que enfrenta a los nazis durante la Segunda Guerra Mundial, ALIADOS sigue los parámetros de muchas películas hechas en esa época.
La duda es hasta qué punto esa imitación de un modelo no resulta otra cosa que un ejercicio de estilo sin verdadera pasión y lo que llamamos clásico se vuelve simplemente académico, viejo, falto de vida. Uno siente que cada uno de los movimientos narrativos de esta película están más cerca de una película como CASABLANCA que, digamos, BASTARDOS SIN GLORIA (por nombrar otro filme con Brad Pitt combatiendo nazis), pero de algún modo los riesgos narrativos de la película de Quentin Tarantino generaban en el espectador una tensión que la película de Zemeckis raramente produce. Uno la ve y la puede apreciar como una copia de una pieza de museo, o como podría disfrutar de una banda que hace excelentes covers de los Beatles, pero hay algo hueco en ese ejercicio imitativo que la perjudica en lo específicamente humano. Es como una película hecha con muñecos de cera.
ALIADOS se divide claramente en dos partes y, asumiendo que entramos en su modelo «backlot» (no sé si la película fue filmada o no toda en estudios pero hace esfuerzos para que eso parezca), la segunda mitad es claramente más interesante y ambigua que la primera. Al principio, cuesta asumir un par de contradicciones de la estética Zemeckis: el apego al clasicismo mezclado con ostensibles efectos digitales (una obsesión del director) que acá están muy claros de entrada, desde que un Pitt digital desciende en un paracaidas en el desierto y luego vemos su rostro rejuvenecido con algún tipo de efecto de posproducción. La imagen en extremo digital del filme (al menos donde yo lo vi) tampoco ayudaba a recuperar ese clima de películas de los ’40 y ’50. El calor y color del celuloide se pierden en el fuerte contraste de las imágenes electrónicas: esa «magia clásica» desaparece.
En su primera mitad el guión parece avanzar lenta y tranquilamente por patrones conocidos, con Pitt actuando como si se estuviera un tanto pasado de ansiolíticos y con Cotillard poniendo toda la carne al asador –literalmente– para que a esta historia le corra sangre por las venas. El es un teniente canadiense que está en Europa bajo el ala de la RAF británica y ella es una espía que trabaja para la resistencia francesa. Se conocen en, sí, Casablanca, y juntos deben hacerse pasar por un matrimonio y así planean el asesinato de un jerarca nazi, operativo que toma todo el primer acto del filme, más de 40 minutos.
De ese amor falso nace uno verdadero, pero uno que tendrá sus complicaciones a partir de algunas revelaciones que vuelven a la segunda mitad del filme mucho más intrigante. Ya en Londres, la pareja tiene una hija y se enfrentan con sospechas, trampas y dudas con respecto a su propia estabilidad matrimonial. ¿Hay algún engaño entre ellos también? ¿Cuándo un espía deja de ser espía para convertirse en una persona honesta con sus sentimientos? ¿Y si todo fuera una fachada? Zemeckis juega muy bien con las posibilidades narrativas y éticas que esta situación despierta y en esa parte se construye una historia con más ambigüedades y zonas grises, sin perder el clasicismo narrativo del principio. A tal punto esa parte es más rica en matices que hasta que el propio Pitt parece despertarse del letargo que lo tenía atado en la primera mitad del filme.
Es entonces que ALIADOS deja de ser un facsimil electrónico de una película clásica para volverse una realmente vibrante. Acaso se trate de que el guión de allí en adelante genera más interés que al principio y las performances parecen más vivas y menos pose para tapa de Vanity Fair sobre el «Glamour del Era Dorada de Hollywood». La tensión, los nervios y la emoción crecen y de golpe uno entra en la película y deja de mirarla desde afuera, como se mira la mayoría de los ejercicios de estilo.
Algunos han comparado a ALIADOS con PUENTE DE ESPIAS. Y si bien es cierto que hay puntos en común entre los cineastas, los estilos y hasta las historias, la película de Spielberg tenía una verosimilitud propia que le permitía homenajear el pasado sin citarlo tan directamente, volviendo más verdaderos y realistas los conflictos de sus personajes. Los mejores cineastas clásicos –como Spielberg o Eastwood– utilizan los formatos patentados en el Hollywood de los ’30 y los ’40 como punto de partida, como materia base a partir de la cual crear sus mundos. Otros –como Zemeckis, Ron Howard o el propio George Lucas– a veces tienden a caer en el error de creer que el clasicismo es un formato que se presta para la reproducción, para la copia textual, y pierden claramente en el juego, ya que sus filmes se vuelven ejercicios, covers, imitaciones de algo que no existe más.
ALIADOS cobra vida cuando la trama y los problemas de los personajes se llevan por encima al ejercicio al punto de hacernos olvidar que estamos viendo una película «old fashioned» y entramos en ella de la misma manera en la que compramos las «falsedades» de las películas de Michael Curtiz, Fritz Lang o el propio Alfred Hitchcock, por citar algunos directores de entonces. El estilo colabora, pero no se puede depender solo de él para construir una ficción. Cuando Zemeckis deja de ser tan respetuoso y codificado, ALIADOS –y Brad Pitt– ganan en nervio e intensidad. Antes de eso, no es mucho más que una elegante imitación de un objeto de museo.