Estrenos online: «A Bigger Splash», «American Honey», «Barry», «Don’t Think Twice», «Krisha»

Estrenos online: «A Bigger Splash», «American Honey», «Barry», «Don’t Think Twice», «Krisha»

por - cine, Críticas
07 Ene, 2017 09:00 | 1 comentario

Muchas de las mejores películas de cada año circulan por fuera del circuito comercial. En este post, un recorrido por cinco películas de directores y estilos muy dispares que, por lo general, son mucho más estimulantes que lo que cada jueves llega a las carteleras locales. Algunas están en Netflix, otras hay que rastrearlas online…

La ausencia casi completa de estrenos cinematográficos durante los dos fines de semana de Navidad y Año Nuevo tuvieron, para mí al menos, un efecto positivo: la posibilidad de ponerme al día con muchas de esas películas que no llegan a estrenarse en los cines locales y que se pueden encontrar online. Así que luego de una recorrida por muchos títulos –la gran mayoría, del indie norteamericano, un segmento del mercado que, de no mediar nominaciones o premios, casi no llega a la Argentina– aquí va un repaso y una serie de reseñas (no me atrevo a llamarlas críticas ya que son apenas un par de párrafos e ideas) de cinco películas de 2016 que no vimos y que casi seguramente no veremos en los cines argentinos durante 2017. Algunas están en Netflix (la info sobre su disponibilidad allí está al final de la reseña), otras no, pero todas pueden encontrarse de alguna u otra forma online. Solo se trata de buscarlas. Vi varias más que agregaré en breve en una segunda y quizás tercera entrega. Por ahora les dejo cinco.

Acá vamos con otro post de la saga No-estrenos, el primero de 2017. Si tienen películas que les parecen recomendables que vieron en Netflix o de alguna otra forma no relacionada a un estreno comercial ni a festivales locales los invito a compartirlas en los comments.

 

A BIGGER SPLASH, de Luca Guadagnino

Una verdadera curiosidad en estos tiempos, pero un tipo de película que solía hacerse en los ’50 y los ’60 cuando la financiación europea –y los prestigiosos autores de ese continente– podían convocar a estrellas de Hollywood a trabajar allí, este filme de Guadagnino (realizador de la muy buena I AM LOVE) retoma no solo ese modelo sino el tipo de historias y hasta la estética que solían tener esos filmes. A BIGGER SPLASH es, de hecho, una remake/actualización de la película del francés Jacques Deray LA PISCINE (1969) que tenía como protagonistas a Alain Delon, Romy Schneider y Jane Birkin.

En Pantelleria, una pequeña isla al sur de Sicilia, uno de los puntos más cercanos a Africa de Italia, Marianne Lane, una estrella de rock (Tilda Swinton), se toma unas vacaciones con su novio Paul, un documentalista y director de fotografía (Mattias Schoenaerts), para recuperarse de una operación en las cuerdas vocales por lo que casi no puede hablar. El, por su parte, trata de escapar de su propensión al alcoholismo y es bastante callado y taciturno. Pero las pacíficas vacaciones de la pareja en este rocoso pero muy bello paraíso se interrumpen con la llegada de Harry (Ralph Fiennes), un intenso y casi frenético productor musical que trabajó con ambos en el pasado y estuvo en pareja con  Marianne. Harry llega con su joven hija (Dakota Johnson, de 50 SOMBRAS DE GREY), cuya belleza y picardía empiezan a complicar las relaciones entre todos en el lugar. Pero más las complica Harry, un maniático insoportable que habla (de sí mismo) todo el tiempo y en apenas unas horas pone todo patas para arriba ya que tiene intenciones más que evidentes de entrometerse en la nueva relación de Marianne y recuperarla.

Si uno entra en la propuesta entre retro y demodé de Guadagnino –y si, especialmente, tolera la actuación descontrolada de Fiennes- es probable que tenga grandes posibilidades de meterse en el planteo del realizador italiano. A los que preferimos este tipo de historias contadas con una mano más sutil (Rossellini y Antonioni supieron contar grandes historias con elencos internacionales en parajes similares) y delicada, nos cuesta acomodarnos. Pero de a poco la película va dejando de lado el «gesto» o el ejercicio para volverse cada vez más un drama de relaciones entre esas cuatro personas, con un elemento de suspenso/violencia que parece que explotará en cualquier momento.

Una película despareja pero inquietante, a la que hay que tenerle un poco de paciencia hasta acomodarse a sus curiosidades (la puesta en escena es particularmente caótica, recordando con bruscos zooms y movimientos de cámara cierta estética de los ’60 y ’70) y, especialmente, a la irritación –buscada, pero irritación al fin– que produce el personaje de Fiennes, A BIGGER SPLASH es una historia de extranjeros en Europa, de choques culturales (pintados de manera un tanto tosca), un psicodrama pop y una especie de homenaje a un cine que ya casi no se hace más.

 

AMERICAN HONEY, de Andrea Arnold

El cine de Andrea Arnold tiene dos marcas bastante evidentes desde lo formal y lo temático. En lo primero, se nota un acercamiento a sus personajes muy personal, una suerte de neorrealismo en primera persona, como si la cámara quisiera capturar la experiencia casi de manera subjetiva, moviéndose con sus protagonistas y hasta trastabillando con ellos, atrapando a su vez la luz de una manera bastante lírica. No llega a los excesos de Terrence Malick pero por ahí anda la cosa. Y temáticamente, Arnold es una cineasta preocupada por los choques sociales entre clases y las vidas de jóvenes que tienen que enfrentarse a futuros decididamente poco promisorios en lo económico y familiar.

En AMERICAN HONEY esos temas se mantienen, pero lo que cambia, tal vez, es que la realizadora inglesa cuenta una historia que sucede en los Estados Unidos, un territorio minado de imágenes y situaciones similares, por lo que sus marcas autorales parecen siempre más cercanas al homenaje que a su propia intuición. La película es una road movie sureña sobre jóvenes white trash que coquetea con mundos ya transitados por Gus van Sant, Harmony Korine, Larry Clark, el propio Richard Linklater y hasta la iconografía de muchos videos musicales. Siendo que la película está plagada de canciones –muy buenas la mayoría, es una gran oportunidad para hacer conocer cierto hip hop y el trap más oscuro–, es difícil no sacarse de la cabeza que uno está viendo decenas de versiones distintas de un lírico spot musical a la manera de de “1979” de Smashing Pumpkins.

american-honey-1_5594773Otro problema de la película es su duración en relación a la historia que tiene para contar. El mundo que describe es fascinante, en principio. AMERICAN HONEY se centra en una chica que se une a una banda de pibes que recorren el sur de los Estados Unidos en una van vendiendo suscripciones de revistas, casa por casa. Este raro fenómeno existe, hay empresas que se dedican a esto –pueden googlearlo– y a partir de él se arman una suerte de familias sustitutas de “lost kids” que giran por varios estados parando en moteles, haciendo fiestas en una especie de mezcla de trabajo y viaje de egresados. A ese grupo se integra Star (Sasha Lane), una chica de 18 años que está agotada de cuidar de sus hermanos pequeños viviendo un trailer con padres ausentes. Los deja al cuidado de un familiar y se une a este travelling circus de adolescentes en similar situación.

El núcleo de la película es la relación que Star tiene con Jake (Shia LaBeouf), el mayor y más exitoso de los vendedores del grupo, el que está en contacto íntimo y directo con Krystal (Riley Keough, la protagonista de la serie THE GIRLFRIEND EXPERIENCE y nieta de Elvis Presley), que viene a ser la jefa de todos aunque apenas tiene unos años más. Si bien los enredos románticos y el sexo en el grupo parecen ser bastante libres hay permanentes tensiones entre los tres. Jake es quien enseña a Star cómo se hace el trabajo y gran parte de la película consiste en sus intentos de venta –a la LUNA DE PAPEL–, noches de bardo en moteles y musicalizados viajes en la van del grupo. Esto se extiende por 160 minutos, lo cual prueba ser una de las grandes debilidades de un filme que construye muy bien un universo, crea personajes que se adivinan interesantes pero luego no hace más que flotar alrededor de ellos, a lo Malick, sin que realmente lleguemos a conocerlos demasiado. No profundiza ni en ellos ni en sus peripecias por lo cual la película termina girando sobre sí misma.

Es cierto que parte del asunto tiene que ver con mostrar exactamente eso: son vidas sin rumbo y son días iguales entre sí, pero eso podía resolverse con una hora menos para no dar la impresión que la película repite sus recursos y hasta sus planos: otra canción en el auto, otro plano similar desde la ventana, otro motel idéntico al anterior y así. Una larga secuencia con unos cowboys saca por un momento a la película de su coqueta monotonía cool. Tal vez AMERICAN HONEY precisaba algunas secuencias más así, que parecen sacadas del cine independiente de los ’70, espíritu que ronda a la película, con sus referencias al cine de Dennis Hopper y Bob Rafelson.

Arnold es una directora muy creativa y lo que generó aquí en cuanto a inmersión en un mundo es admirable. Es una lástima que uno se quede, al menos en principio, con la reiterada monotonía que termina causando su película. Es esperable que, pasados unos días, sean algunos bellos momentos (líricos, musicales, sexuales, pequeños detalles, un cierre a la CASI FAMOSOS) los que permanezcan y no tanto el agotamiento de la experiencia completa e innecesariamente larga.

(Crítica publicada durante Cannes 2016. La película está disponible en Netflix con el título de DULZURA AMERICANA)

 

BARRY, de Vikram Gandhi

En principio, una película sobre la juventud del presidente en ejercicio de los Estados Unidos (al menos mientras se escribió, se filmó y estrenó, ahora le quedan pocos días en el cargo) no parece demasiado promisoria, uno se imagina algún típico panegírico sobre la incipiente grandeza de un futuro estadista. Y si bien algo de eso hay, es admirable la manera en la que Gandhi construye un filme con una lógica propia, uno cuyo protagonista podría ser cualquier otra persona y la experiencia sería casi la misma. Es la historia de un joven de 20 años, criado en Hawaii e Indonesia, hijo de madre blanca y un padre africano ausente, que llega a la Universidad de Columbia en 1981, ubicada al lado de Harlem, zona que por entonces no pasaba por su mejor momento económico, como toda la ciudad de Nueva York.

El filme es un coming of age en el que Gandhi trata de mostrar los diferente mundos y facetas de «Barry», como lo llamaban entonces, alguien no suficientemente «negro» para la comunidad afroamericana y aún más rechazado por los blancos, con la exepción de los liberales ligados a Columbia (tanto ex alumnos como compañeros suyos) que, a su manera, trataban de aceptarlo. Barry es la historia de un chico interesado en la política y en los temas sociales/raciales que no pertenece a ningún lado pero que, inteligencia y habilidad mediante, logra habitualmente «jugar el rol» que le corresponde en las distintas situaciones que le toca vivir.

Es así que Obama (muy bien interpretado por el actor australiano Devon Terrell) se relaciona con una chica burguesa (la «argentina» Anya Taylor Johnson, de LA BRUJA), tiene su grupo de amigos afroamericanos con los que juega al basquet y navega por el Harlem interracial (su mejor amigo es un pakistaní que vive una similar situación pero la enfrenta de otra manera) tratando de encontrar su lugar. Algo que no le es fácil: sus compañeros blancos no lo integran, la policía lo detiene todo el tiempo por «portación de cara», pero en los barrios pobres del Bronx se siente igualmente fuera de su elemento. Eso sí, juega bien al básquet. Y eso ayuda, funciona como un gran «igualador».

BARRY no necesita ponerse sentenciosa ni «importante» por estar lidiando con la vida del futuro presidente y salvo por el eje un tanto subrayado ligado a la casi inexistente relación con su padre biológico, la película no cae en clichés obvios. Gandhi logra además transmitir una riquísima sensación de lugar, permitiendo al espectador ubicarse de manera muy realista en esas áreas de Harlem y Bronx que, en 1981, eran muy distintos a los actuales. BARRY es una muy lograda historia acerca de ese curioso «melting pot» de identidades raciales y culturales cruzadas que son los Estados Unidos, y la pre-historia de un hombre que, finalmente, entendería que ese no pertenecer a ningún grupo específico de algún modo le podía permitir pertenecer a todos.

(BARRY está disponible en Netflix)

 

DON’T THINK TWICE, de Mike Birbiglia

La comedia neoyorquina es un universo en sí mismo. Si bien otras grandes ciudades de los Estados Unidos (en especial Chicago y Los Angeles) tienen grandes tradiciones de comediantes y artistas de stand-up, la meca es Nueva York, en especial por la posibilidad de conseguir un ansiado trabajo en Saturday Night Live. En este filme de Birbiglia los protagonistas son un grupo de comediantes que no se dedican al stand-up sino que lo suyo es la improvisación grupal. No hacen mucho dinero con eso (en general necesitan vivir de otra cosa) pero han formado una comunidad de amigos quep arece muy sólida y la pasan bien ejercitando sus músculos actorales algunas veces por semana para un público pequeño pero constante.

Claro que la tentación está ahí. Y los del programa de televisión al que todos sueñan llegar (que aquí se llama «The Weekend» seguramente por algún tema de permisos, pero que evidentemente es una copia de SNL) suelen pasarse por los teatros de improv ver nuevos talentos. Es así que llegan a verlos y terminan citando a dos de ellos (la pareja que encarnan Keegan Michael-Key y la gran Gillian Jacobs) para tener una audición allí. El va y lo contratan. Ella duda, parece atemorizada o nerviosa y decide no ir. Ese golpe de suerte para uno del grupo empezará, sin embargo, a complicar las relaciones entre todos los amigos de diversas maneras. Además, el teatro en el que hace mucho tiempo actúan está por cerrar, lo cual les acarrea un problema extra.

Dirigida por un comediante y protagonizada por todos reconocidos actores de ese circuito (Kate Micucci, de GARFUNKEL & OATES, los guionistas de comedia Tami Sagher y Chris Gethard, el propio Birbiglia, los citados Key y Jacobs y algunas apariciones especiales que no conviene adelantar), DON’T THINK TWICE toma a la improvisación, su lógica y su filosofía grupal (el objetivo de los shows es sacar adelante la pieza entre todos, sumar, y no lucirse en lo personal) como metáfora para los problemas y conflictos que se van dando en el grupo. En sus detalles, es sin duda una de las películas con más claro conocimiento del mundo de los comediantes que circulan fuera de las luces de la fama, si bien algo de «la interna» de la comedia y ciertos guiños específicos se les pueden escapar a los que no estén tan familiarizados con el tema.

Si bien podría definirse al filme como una comedia dramática con casi más elementos dramáticos que cómicos, Birbiglia también tiene la delicadeza de no transformar esto en un denso psicodrama en el que los conflictos cobren un peso excesivo. Pese a las diferencias y problemas personales, hay un tono liviano y amable que recorre la película de punta a punta y que se agradece. Aún las «familias» más disfuncionales pueden tomarse sus conflictos con sentido del humor, especialmente si, como ellos, llevan la comedia en la sangre.

 

KRISHA, de Trey Eward Shults

Un drama familiar hecho y derecho, autobiográfico al punto que los protagonistas son los propios miembros de la familia del director y usan hasta  sus verdaderos nombres, KRISHA es la historia de una mujer así llamada que reaparece en una reunión familiar del Día de Acción de Gracias, diez años despsués de haber estado alejada de su familia debido a su alcoholismo y otros problemas. La veterana mujer asegura haber abandonado el alcohol y se suma a las festividades con intención de colaborar (ella cocina el enorme pavo) y es muy bien recibida por la extendida familia.

Pero como en toda reunión festiva de este tipo las cosas no pueden salir bien todo el tiempo y de a poco empiezan a aparecer los accidentes, los reproches y los malos entendidos, el alcohol se hace presente y antes que uno pueda invocar a la dupla Rowlands-Cassavetes, Krisha ya está sumida en el caos, peleando al resto de sus «seres queridos» quienes, en lugar de ayudarla, parecen no querer saber nada con ella (uno puede darse cuenta que no es la primera vez que atraviesan algo así), especialmente su hijo quien nunca compró del todo la «rehabilitación» de su madre y a quien está nueva caída en desgracia parece reforzar sus creencias.

Lo que diferencia a KRISHA de buena parte de la mayoría de las películas del subgénero «reunión familiar» no es sólo el hecho de que Shults está contando su propia vida con su familia haciendo de sí misma (a la manera, por citar un ejemplo, de mucho cine iraní) sino los rasgos de estilo llamativos aunque un tanto grandilocuentes que exhibe. Por momentos intenta, sí, acercarse al caos de una manera que recuerda al citado Cassavetes –metiendo las narices, o la cámara, en el medio del revoleo de objetos y agresiones– pero en otras tiene una cierta predilección por un «show off» estilístico –planos secuencia muy estilizados, cortes «poéticos» que llaman la atención sobre sí mismos– que resulta un tanto fuera de lugar y que no se corresponde con la intimidad y la «verdad» de lo que está pasando.

Esos recursos visuales (el sonido está mejor utilizado en tanto da al espectador la sensación de la confusión que Krisha vive allí) pueden sacar un tanto al espectador del drama para hacerlo tomar conciencia de las habilidades de Schults como realizador, algo que es completamente innecesario por más que esté hecho de una manera más que competente. Pero cuando el hombre detiene unos segundos su constante marcha y elige centrarse en ese complicado territorio que es el rostro, el cuerpo, las manos y hasta los temblores de la confundida Krisha, la película gana en peso y verdad, y se vuelve un doloroso retrato de una vida en dificultosa y permanente reparación.