Estrenos: crítica de «Oscuro animal», de Felipe Guerrero
El primer largometraje de ficción del realizador de «Corta» se centra en tres historias de mujeres que escapan del horror de la violencia en Colombia en una película de ambiciosa y cuidada construcción formal, con una extraordinaria fotografía de Fernando Lockett.
“¡Sonidos de metralla que caen y caen de ambos lados!”
(La Pestilencia, “Metralla”)
“He has my dying voice;
so tell him, with the occurrents, more and less,
which have solicited. The rest is silence.”
(W. Shakespeare, Hamlet)
El primer epígrafe es un estruendoso grito, es la percepción de un hecho que parece exasperar y ahogar a la voz que lo enuncia. El segundo es un deseo desesperado de hablar, de contarlo todo, justo en el momento anterior al silencio. Ambos epígrafes son afirmaciones marcadas por la fuerza del sonido y por la garra de la muerte. Ambos aparecen, de una u otra forma, en OSCURO ANIMAL, el más reciente largometraje de Felipe Guerrero.
Siempre hay planos que, aunque aparentemente despojados de violencia, nos estremecen. En la película hay un momento en el que alguien cae boca arriba en medio de la tierra y la cámara nos muestra lo que ve desde allí: una serie de árboles y plantas de intensos colores verdes y variadas formas que se elevan, cubren el cielo y parecen mirarnos desde arriba. Aunque el paisaje es inmóvil, algo hace desesperante y aterrador a este plano: el apabullante ruido de la naturaleza selvática. A este murmullo o chirriar incesante de la selva se le suma la champeta y el punk, que aparecen cada tanto. Entendemos que en OSCURO ANIMAL prima el sonido de las cosas. Sentimos cómo esos sonidos se yuxtaponen, se interrumpen, se acompañan.
Lo escuchamos todo, menos a las tres protagonistas. Cada una vive el conflicto armado colombiano desde una perspectiva distinta, pero todas comparten el hecho de ubicarse en el espacio rural, encasas violentadas por las armas, casas precarias adornadas con afiches y baratijas, casas derruidas en medio de un boscaje inclemente. Guerrero parece mostrarnos que la convivencia del hombre y la naturaleza se da de forma poco armónica. Las tres protagonistas comparten, también, el mutismo. Ellas se vuelven, solamente, acciones. El efecto es paradójico: despojadas del habla, las tres parecen reducidas a meras bestias sobreviviendo en un ambiente hostil; pero, a la vez, sus acciones poco racionales les permitirán aferrarse a sus deseos individuales y vislumbrar, por un breve momento, su humanidad perdida.
Esta no es una película solamente sobre la violencia. Es una exploración del comportamiento humano a través de un recorrido que va desde el caos telúrico de la selva colombiana, que parece regirse, solamente, por el mediano orden que ha impuesto el conflicto armado, hasta la poca esperanzadora ciudad de Bogotá. El recorrido es contrario al que han hecho varias películas colombianas de los últimos años, cuyos ojos se han apartado de la ciudad para mirar otros lugares. OSCURO ANIMAL es continuación, epítome y cierre de esa tradición. No creo que se pueda ir más allá ni que valga la pena hacerlo. Después de que hemos visto el drama íntimo de los personajes de pueblos, campos y selvas, nos enfrentamos, aquí, a un espacio sin humanidad aparente. A estas tres mujeres no se les ha reconocido esa humanidad y por ello la buscan.
En fin, todos los personajes y espacios —las mujeres silenciosas, los violentos armados, los pobres habitantes de los pueblos, la naturaleza despiadada, las casas derruidas— son una parte de ese oscuro animal, rumiante, sonoro, lleno de odio.
Johny Martínez
(Del Taller de Crítica del Festival de Cartagena 2016)