Estrenos: crítica de «El peso de la ley», de Fernán Mirás
Una historia real sobre un caso de supuesta violación es el eje central de un filme cuyo tema es mucho más interesante que su guión y su realización. Paola Barrientos, María Onetto, Darío Grandinetti y el propio director protagonizan este filme sobre las complejas aristas del amor, de la sexualidad y de la Justicia.
Hay películas que sirven como ejemplos, o «estudios de caso», como se les dice en los ámbitos académicos, de ciertos temas. En el de la película EL PESO DE LA LEY el caso a estudiar o el tema a analizar bien podría ser las diferencias entre «historia», «guión» y «película» dentro de un proceso cinematográfico. Y me parece particularmente adecuado utilizar este filme ya que tiene todos los elementos que dejan en claro las diferencias entre cada una de esas etapas, por lo que sirve también para entender un poco mejor cómo funcionan los materiales propios del cine. Vamos a ir por puntos. Perdón por lo esquemático de la propuesta, pero me parece lo más claro para argumentar sobre lo visto.
-LA HISTORIA. Uno podría decir que el corazón, el núcleo de la pelicula de Fernán Mirás es más que interesante. Y eso es algo que queda claro y en evidencia en una de las últimas escenas. Lamentablemente, no puedo dar demasiados detalles al respecto porque sería un claro spoiler de una trama que está manejada a partir de utilizar ciertos elementos de suspenso, pero digamos que –en lo profundo– la película habla de la complejidad de las relaciones amorosas y sexuales, de cómo no todo responde a criterios preestablecidos o identidades prefijadas, y que los «grises» son muchos a la hora de hablar del amor y del sexo. Es un gran tema y el ejemplo utilizado en este filme (la historia, el disparador narrativo, basado además en un caso real) permite que se lo investigue de maneras ambiguas, inteligentes, inquietantes.
La trama se centra en un caso de supuesta violación en un pequeño pueblo del interior en el que acusan a un hombre de haber violado a otro. Ninguno de los dos parece ser demasiado lúcido y sus capacidades intelectuales, aparentemente, están muy por debajo de la media. Pero la situación parece más que evidente y la fiscal está dispuesta a encarcelar por doce años al sospechoso. La que no ve tan claro el caso es la abogada defensora puesta de oficio, a quien le parece un pedido de condena excesivo ante un caso del que se tienen pocas evidencias concretas. Es por eso que inicia su propia investigación acerca del tema, una que se complica porque los dos involucrados en el problema parecen no poder hablar de lo que pasó.
Al conflicto hay que sumarle dos elementos extra: la fiscal Rivas (María Onetto) fue profesora de Gloria, la abogada defensora (Paola Barrientos) en la universidad, pero ahora se encuentran no solo enfrentadas por el caso sino que a Gloria le sorprende la poca seriedad con la que su admirada profesora parece tomárselo. Y la segunda es que la defensora ha quedado renga tras un severo accidente que sufrió justo después de recibirse de abogada dando un examen ante Rivas, escena que abre el filme.
-EL GUION. Hay una serie de elementos planteados en EL PESO DE LA LEY que, decía, son riquísimos para investigar dramáticamente. Los problemas empiezan de ahí en adelante. El guión de Mirás y Roberto Gispert apunta para el lado de una suerte de comedia costumbrista, con toques policíacos. No aparenta ser la mejor elección. La dureza de las situaciones que se viven (el accidente de ella, la violación en sí, las incómodas pericias que se hacen después) no son del todo aptas para hacer bromas al respecto. Pero como si se tratara de una especie de sketch o comedia televisiva de hace algunas décadas, los personajes y las situaciones se manejan en ese tono, que empieza siendo sorpresivo –uno al principio duda si los guionistas buscan un efecto cómico o si se produce a pesar suyo– para pronto pasar a ser entre desagradable y repulsivo.
Los personajes (y no solo los del pueblo, cuya poca ductilidad con las palabras podría estar dramáticamente justificado, si se quiere) hablan todos como si estuvieran en la mesa de Polémica en el bar, o algún programa por el estilo. La fiscal le dice «renga» en la cara a la abogada, se tira un «puto» por ahí, un «mogólico» por allá, un «se la come» entre uno y otro. Si bien la idea de mostrar que los abogados no hablan entre sí casualmente de manera académica puede ser buena, ya hay un exceso de banalidad en su manera de expresarse. Una cosa es tratar de mostrarlos «al natural», otra es transformarlos en la barra brava de Chacarita.
Además del tono, las escenas no parecen conducir hacia ningún lado, al menos en lo que respecta al elemento policíaco del filme. Claro que un policial puede avanzar poco y nada narrativamente pero ser rico en los recursos y aristas que investiga en el camino (los casos más claros son los «policiales» rumanos), pero este tampoco apunta hacia allá. Se plantea como una serie de conversaciones en un tono que pretende estar en el límite entre la comedia y el drama, pero por la manera en la que los actores están dirigidos y, específicamente, por las banalidades que expresan, uno supone que se busca que el espectador se ría de esta comedia de tontos de pueblo y abogados truchos. Algo que, al menos en mi caso, jamás sucedió. Más bien lo que crecía era la irritación.
-LA DIRECCION. Como decía antes: los actores están haciendo una comedia. No sé cuáles ni cómo fueron las conversaciones con Mirás, pero Onetto y Barrientos juegan su torneo actoral allá arriba, donde la sobreactuación se choca con la enunciación teatral y donde todo es ampuloso, impostado, falso. Grandinetti, en un papel secundario, está apenas unos escalones más abajo y, en general, la gente del pueblo participa poco y nada, son como testigos prejuiciosos de su propia película. En especial, el acusado (Daniel Lambertini) y la víctima (el propio Mirás) que terminan siendo personajes secundarios de su propia historia.
La película tampoco se destaca estéticamente, y si bien está profesionalmente realizada y hasta con algunos planos con cierto «lucimiento» (como el del accidente inicial, algunas tomas aéreas o una secuencia en un bosque) pronto queda al servicio de los diálogos. Lo cual no estaría necesariamente mal si los diálogos fueran interesantes o condujeran hacia algún lado. Pero no. En ellos, básicamente, una y otra vez, Gloria da a entender que cree que no fue violación lo que sucedió aunque no sabe bien qué es lo que fue. Y se tiran un par de guasadas, a ver si alguien se suma al chiste del caso del tipo violado…
-CONCLUSION. Los que no hayan visto la película o no quieran enterarse de la relativamente previsible resolución del caso, pueden dejar de leer acá. Spoilers: sobre el final queda claro que no se trató de una violación sino que entre las dos personas existe un vínculo romántico/sexual/amoroso al que no le pueden poner nombre tanto por sus propias limitaciones intelectuales (de uno de ellos, especialmente) y porque escapa de las lógicas sexuales convencionales que existen en un pueblo chico de provincia. Una de las últimas escenas, en la que se muestra al acusador y al acusado encontrándose y teniendo un momento de cierta intimidad, a uno le cae por la cabeza, como un mazazo, la otra película que EL PESO DE LA LEY podría haber sido. Una que profundice, respetuosamente, en los complejos sentimientos y actitudes de estas dos personas, aún utilizando la estructura más o menos clásica del filme de juicio. Es una escena sola que deja ver a esa otra película, mucho mejor, que alguien dejó en el camino para lanzarse a hacer una comedia costumbrista donde menos correspondía.