Estrenos: crítica de «Kong: La Isla Calavera», de Jordan Vogt-Roberts
Esta superproducción de espíritu «clase B» es una suerte de combo entre la saga del gorila y «Jurassic Park» que funciona muy bien gracias a un tono ligero, algunas ácidas alusiones políticas, efectos especiales muy bien utilizados y un elenco que incluye a Samuel L. Jackson, John Goodman, Brie Larson y Tom Hiddleston, entre otros.
A esta altura de la saga KING KONG –la primera película sobre el famoso personaje, de 1933– ya es difícil saber si estamos ante una secuela, un reboot, una remake o, para usar otro término del mercado cinematográfico, un spin-off. Nada de eso importa, finalmente, si la película es disfrutable. Y KONG: LA ISLA CALAVERA lo es. Es esa clase de filmes que en una época –allá por los ’50– solían ser considerados de clase B pero que gracias a los efectos especiales hoy se han convertido en superproducciones. En los papeles, uno podría describir a la película dirigida por Jordan Vogt-Roberts (THE KINGS OF SUMMER) como una de esas cruzas tipo ALIEN VS. DEPREDADOR y no estaría muy lejos desde la premisa aunque sí desde el resultado. En este caso, estaríamos hablando de una suerte de «King Kong vs. Jurassic Park», pero más teñida por el espíritu de las viejas películas de monstruos con efectos de Ray Harryhausen que por el de la más pomposa remake de Peter Jackson.
Para los que recuerdan las originales historias de King Kong, el enorme gorila era encontrado en una isla con forma de calavera y de difícil acceso. En esa isla, además de su rey y estrella principal había otras, muchas criaturas. Y es ése el territorio que, con un humor y tono zumbón que homenajea tanto el cine de clase B como las versiones ochentosas de esas mismas películas, Vogt-Roberts revisita. La película tiene dos agregados clave. Por un lado, transcurre en 1973, lo que le da un interesante pero nunca subrayado subtexto político (y un aire, vía música y helicópteros, a APOCALIPSIS NOW). Y, por otro, un muy buen elenco que, sin actuar pensando en los Oscars, se divierte y divierte al espectador. Hablo de Samuel L. Jackson, John C. Reilly, Brie Larson, Tom Hiddleston y John Goodman, quienes junto a un muy buen grupo de reconocidos actores secundarios, sacan el mayor jugo posible a una historia que no necesariamente apuesta a la originalidad desde lo narrativo sino a sacar provecho de su tono, su mezcla de humor y horror (pese a la gravedad de los sucesos, nunca se toma demasiado en serio) y su espíritu aventurero.
LA ISLA CALAVERA es la historia de un grupo de exploradores, científicos y militares que se adentran, justo cuando Nixon anuncia el cese de fuego entre Estados Unidos y Vietnam, en una isla cercana y escondida en medio de tormentas y peculiaridadess geológicas. Los militares –encabezados por Jackson– vienen «con la sangre en el ojo» por la derrota en esa guerra y se los ve especialmente necesitados de algún tipo de descarga o venganza contra lo que se le ponga adelante. Por su parte, el jefe de la misión (Goodman), un rastreador contratado (Hiddleston), una fotógrafa que viene de esa misma guerra (Brie Larson) y los otros (el papel de Reilly, ya verán, es una grata sorpresa) parecen más interesados en descubrir qué es lo que hay allí y, una vez enterados del asunto, salir con vida lo antes posible.
Lo que hay allí es una tierra aparentemente no explorada por el hombre que está habitada, además de por el ya familiar Kong (mucho más grande que el que conocemos, pero manteniendo el combo «brutal pero finalmente tierno» de antaño), por otras extrañas criaturas, todas versiones gigantescas y deformes de animales reconocibles: arañas gigantes, algunas versiones espantosas de aves y reptiles, y hasta otras «criaturas» que mejor no revelar aquí. En síntesis, un show de monstruos y bichos repulsivos que atacan a la cámara como si fuera su alimento y que liquidan soldados y científicos en un abrir y cerrar de ojos. En un momento, los militares y el resto (científicos, exploradores y fotógrafa) se separarán entre sí, y los descubrimientos que esta parte del grupo hará allí los obligará a tener que tomar decisiones que los enfrentarán a los otros en una pelea por la supervivencia que tiene mucho de combate ideológico, uno que aplica tanto a ese 1973 como a ahora. Y también, claro, hará enfrentar a las criaturas entre sí, en una serie de épicos combates.
Desde el tono zumbón de un prólogo que transcurre durante la Segunda Guerra, queda claro que LA ISLA CALAVERA no se toma nunca demasiado en serio. Tanto en la edición como en la actuación y los diálogos, es evidente que Vogt-Roberts no apela a la plausibilidad ni a la seriedad de muchas de las superproducciones actuales que han hecho de sus protagonistas personajes casi shakespereanos. No. Sabe que su concepto bordea con el ridículo y juega a mantener ese tono absurdo y hasta anticuado en los diálogos y caracterizaciones, aún cuando esté tocando temas serios o haciendo que sus personajes atraviesen situaciones trágicas. La combinación no siempre funciona –por momentos la necesidad del remate gracioso a la manera de las películas de los ’80 se vuelve un tanto forzada–, pero en general es lo que mantiene a la película literalmente a flote.
Por momentos se siente que el filme ha sufrido algún tipo de reedición que dejó a personajes o situaciones a medio desarrollar, como los de Hiddleston y Larson, quienes aparecen mucho menos de lo que uno imaginaría por su fama y cartel. Da la impresión que en algún punto de la producción se decidió priorizar la acción y el humor que generan los otros personajes (Reilly, Goodman, Jackson y los secundarios) dejando de lado a la pareja protagónica que, en cualquier otra película de este tipo, tendría mucho más tiempo en pantalla. Lo de Hiddleston es especialmente llamativo ya que aparece primero en el cartel, pero es apenas uno más de la decena de protagonistas.
Sin embargo eso no resiente demasiado el relato (tras una escena inicial suya a lo Indiana Jones, es obvio que el guión no sabe bien qué hacer con el personaje), ya que la acción principal de LA ISLA CALAVERA pasa por otro lado: por reconstruir la frescura algo inocente de las viejas películas de aventuras y monstruos solo cambiando el eje de los miedos atómicos de los años ’50 –que fueron generadores de muchas de estas historias– a la rivalidad entre «águilas» y «halcones», dos tipos de criaturas que se parecen mucho a los humanos y que se siguen enfrentando de este lado de la isla hasta el día de hoy.
No hubiese quedado del todo mal condensar, para no emular en dilatación al mono protagonista, la cinta en dos partes: la primera, que es llevadera, sugerente y novedosa; y la segunda, formulaica, convencional y plana.
Coincido en que sería mejor con 10-15 minutos menos, pero creo que la segunda parte tiene muy buenos momentos también, aunque no quiero spoilearlos…
slds
d
Será cuestión de gustos…o gustos cuestionables.