BAFICI 2017: Críticas de las secciones Comedias, Familias y Hacerse Grande (7)
Comedias de amigos, comedias de familias, dramas históricos: algunas de las películas con las que se pueden encontrar en estas tres secciones paralelas del Festival de Cine Independiente de Buenos Aires.
COMEDIAS
DONALD CRIED, de Kris Avedisian (8)
Peter es un hombre que vuelve a su pueblo natal desde Nueva York, donde vive y trabaja en Wall Street. ¿Su motivo? Ha muerto su abuela y viene a su entierro. Pero una serie de enredos, errores y equivocos lo llevan a cruzarse con Donald, un viejo amigo de esas épocas, de esos personajes que nunca han salido del pueblo chico y que no solo es dueño de una personalidad un tanto peculiar sino que parece recordar casi obsesivamente cada cosa que hicieron juntos entonces, cuando eran amigos. Especialmente esas cosas que Peter preferiría no recordar.
Su amigo, además, se «le cuelga» al atribulado Peter y no lo deja un segundo, creyendo que en esa visita podrá revivir la perdida amistad. Pero Peter quiere cualquier cosa menos eso. O volverse rápido o reencontrarse con alguna novia de aquella época. Cosa que hace, pero sin poder desprenderse del todo de Donald. La película de Avedisian –que encarna a ese hombre en apariencia un tanto tontuelo que nunca superó su adolescencia– gira sobre sí misma logrando que el espectador, que empieza poniéndose del lado y entendiendo el fastidio de Peter pronto comprenda que el punto de vista de Donald es igual o más valioso. Y que la sensibilidad que lo moviliza es más que noble.
Comedia del indie con bastantes similitudes temáticas y hasta estilísticas con muchas otras de ese mismo subgénero, lo que separa a DONALD CRIED de otras es su enorme corazón y su sensibilidad única para, en solo 85 minutos, construir y volver creíble una relación de toda una vida.
STRANGE BIRDS, de Elise Girard (7)
Lolita Chammah (la hija de Isabelle Huppert) encarna a Mavie, una joven que acaba de llegar a París desde su pueblo y se queda a vivir en la casa en la casa de unos amigos, cuya intensa y sonora vida sexual la incomoda. En un café ve un aviso para trabajar en una librería, con alojamiento incluido. Lo toma y encuentra que el lugar está totalmente venido a menos, atendido por un hombre septuagenario (Jean Sorel), un tanto deprimido, al que no le importa demasiado si entra o no gente al local. Quiere que ella ordene un poco el caos y, acaso, algo de compañía.
De a poco iremos viendo cómo evoluciona esa relación y las vidas paralelas de ambos, que se van empezando a cruzar de maneras al principio impensadas. El dueño de la librería tiene un pasado que de a poco va saliendo a la luz y las cosas se complican cuando aparece taambién en escena un hombre más cercano en edad a ella. Pero las cosas avanzan un poco distinto que lo esperado en esta suerte de comedia triste y amable a la vez de Girard, que no teme jugar con escenas y situaciones extrañas y casi surreales, agregándole toques de humor absurdo a lo que, en otras manos, podria ser una clásica comedia dramática sobre la problemática relación entre un hombre mayor y una joven inocente. No es eso lo que encontrarán aquí. O tal vez sí, pero contado de otra manera.
KISSING?, de Yannis Korres (5)
Danny y Stella están en pareja y andan por los 30 años. Tienen en común cierta ironía y una manera de comunicarse que parece nunca ir en serio. Son, digamos, más una idea de guionista de cómo puede ser una pareja cool de cierta generación que personas reales. Hablan mecánicamente y sus idas y vueltas tienen un rat-tat-tat de diálogo que remeda a cierta comedia clásica de Hollywood o al cine independiente de los ’90. El problema es que, más allá de lo rítmico y probablemente ingenioso de sus diálogos, los personajes no terminan de aparecer por debajo de eso. Pronto se vuelven dos personas irritantes tratando de ver cuál de los dos puede ser más fastidioso que el otro y con el otro.
La película (más que película un torrente de diálogos) se maneja en dos tiempos. En lo que parece ser el presente tiene lugar un diálogo entre ellos y Aquiles, un amigo que los visita. Mientras beben cerveza y fuman marihuana hablan, más que nada, de beber cerveza y fumar marihuana. No me queda claro si los subtítulos no son representativos de lo que dicen o si han llegado a un estado en que los diálogos no son muy comprensibles, pero lo cierto es que ninguna de las conversaciones parece tener demasiado sentido ni mucho interés.
Más intrigante es la prehistoria de la pareja, especialmente la de Danny, que es la más desarrollada. El filme cuenta cómo se conocieron, sus primeros cruces y diálogos, cómo permanentemente se niegan a tomar su relación en serio e ironizan sobre la idea de ser una pareja, y también el conflicto que surge cuando son atracados por el ladrón más hipster del planeta (a quien también lo parlotean incesantemente). Pero también muestra a Danny con otras parejas, todas chicas que parecen tener la misma habilidad para hablar mucho y no decir casi nada.
No se trata de mumblecore, en el sentido estricto, aunque anda cerca. Ese «subgénero» tiene la particularidad de centrarse en personajes que, aparentando no hablar de nada importante, lidian con algunos asuntos complicados en sus vidas. Aquí la idea es la misma, pero lo que nunca se advierte –salvo en unos pocos momentos de ella, de él nada– es la humanidad, el corazón que late, si es que late, debajo de estas repetidoras de textos a velocidad crucero. Tal es así que en un momento ambos compiten a ver quién puede decir una frase más rápido que el otro. Empatan, por si no quedó claro. Así nace el amor, parece, en Grecia.
MARIA (Y LOS DEMAS), de Nely Reguera (6)
Bárbara Lennie –la actriz española de padres argentinos a la que pronto veremos como protagonista de la nueva película de Diego Lerman, UNA ESPECIE DE FAMILIA— es el plus que tiene esta comedia dramática centrada en una de esas reuniones familiares donde las cosas nunca salen del todo bien. Ella encarna a la María del título, una joven que anda por los treintaypico y que se ha dedicado a cuidar de su familia (padre y hermanos) desde la temprana muerte de su madre. Lo que la descoloca por completo es la decisión de su padre –bastante anciano– de casarse nuevamente, en este caso con su enfermera.
Para sorpresa de todos (incluyendo a sus hermanos), a María no la convence el plan pero no le queda otra que aceptarlo y organizar la boda en cuestión. En los preparativos y en los distintos encuentros irán surgiendo los conflictos y las dudas de María, una escritora cuya carrera no parece ir a ningún lado y que ha dejado de lado casi todo por demasiado tiempo. Con humor, ternura y algunas situaciones un tanto estereotipadas, la película sacará adelante su previsible conflicto, apoyada en gran parte por la solidez actoral de Lennie (MAGICAL GIRL) y por lo identificable de su conflicto personal.
Sin ser una gran película, MARIA (Y LOS DEMAS) se acerca a un posible español que apueste por ser, a la vez, personal y comercial, cercano en sensibilidad a un público masivo pero a la vez dueño de una personalidad propia.
FAMILIAS
LADY MACBETH, de William Oldroyd (8)
Lo primero que recordé al comenzar LADY MACBETH no fue ninguna de las tragedias shakespereanas sino la versión de CUMBRES BORRASCOSAS que hace unos años dirigió Andrea Arnold. Si bien la película de William Oldroyd no tiene el radical y casi excesivo control audiovisual que tenía aquella película, hay en la puesta en escena –seca, austera, realista, nunca teñida de falso prestigio académico o literario– muchas conexiones. De hecho, si uno entra sin saber que no se trata de una adaptación del Macbeth de Shakespeare sino de la novela rusa de 1865 “Lady Macbeth en Mtsensk” tal vez suponga que se equivocó de proyección.
Pero no. La “Macbeth” que inspira a esta otra está presente en espíritu, aunque la historia, trama y circunstancias sean muy diferentes. Aquí se narran los cambios de Katherine (Florence Pugh), una mujer que, al iniciar el filme, se casa forzadamente con Alexander (Paul Hilton) un heredero un tanto excéntrico, distante y agresivo que la ignora sexualmente, la maltrata y la desprecia, lo mismo que hace su suegro. Entre ambos la tienen casi como prisionera en la casa, con una dama de compañía a su cuidado y encorsetada hasta para ir al baño. Es evidente que Katherine no tardará mucho en rebelarse. Al principio, su única manera de hacerlo es quedarse dormida en cualquier circunstancia, una manifestación física clara de su malestar y desinterés por la vida en esa casona. Pero poco a poco empezará a soltar otro lado suyo, oculto hasta entonces.
Todo empezará cuando su marido y su suegro se ausenten por un tiempo y Katherine empiece un affaire fogoso con uno de los empleados de la casa, Sebastian (Cosmo Jarvis), con quien encuentra la satisfacción sexual que no tiene con su marido. En ese período Katherine se irá soltando cada vez más y convirtiéndose en la verdadera dueña de la casa, en la voz de mando a cargo de todo, permitiéndose liberarse de tanto tiempo reprimida. Pero ellos en algún momento volverán y allí las cosas tomarán un cariz violento, a mitad de camino entre la película de suspenso y el drama psicológico.
Oldroyd, que viene del teatro, logra que sus escenas jamás se sientan como puestas sobre un escenario. Sus decisiones estéticas, la paleta de colores, las actuaciones de los protagonistas y la austeridad del vestuario, la casa, los objetos y hasta el paisaje hablan de un realizador que tomó los mejores referentes del llamado “cine de época” evitando en todo momento el lustrado falso de la adaptación de prestigio. Aquí todo es un poco oscuro, desangelado, chato: la vida en un caserón de campo en el siglo XIX vista sin ningún romanticismo ni nostalgia. Y es a partir de esa situación y esos lugares que la transformación psicológica y hasta moral de Katherine, que pasa de timorata a dominante, es totalmente creíble.
La película no tiene un score musical y las actuaciones son excelentes porque se ajustan siempre al tono asordinado dominante de la puesta en escena. Aún cuando, sobre el final, la tensión se vuelva casi hitchockiana, la película jamás perderá esa suerte de modestia formal. Lo cual hace más efectiva la propuesta. Es la historia de una mujer que, en su lucha por liberarse de la opresión masculina, termina volviéndose también una opresora. Y los cadáveres que quedan en su lucha por el poder son los testigos (mudos) de ese giro histórico y dramático. Es como una especie de timorata Cenicienta que, a lo largo de intensos 90 minutos, termina convirtiéndose en una pariente cercana de Cersei Lannister. Los fans de GAME OF THRONES entenderán lo ajustado de las similitudes.
HACERSE GRANDE
THE EDGE OF SEVENTEEN, de Kelly Fremon Craig (8)
Las historias de coming of age son una debilidad del BAFICI –más aún en los últimos años– al punto de que debe ser el único festival del mundo que tiene una sección dedicada a ellas. La opera prima de Craig es de esas extraordinarias películas que capturan a la perfección esa difícil transición entre etapas de crecimiento. En el caso de Nadine (una excelente Hailee Steinfeld) esa transición se da entre la adolescencia y algo más parecido a la adultez.
Nadine es una chica solitaria y con pocos amigos, algo que la diferencia de su hermano, que es algo así como el chico más popular de la escuela. Ambos han perdido a su padre años atrás en un accidente del que ella se culpa y ahora la chica afronta un nuevo problema: parece que entre su única gran amiga y su hermano algo pasa, lo que califica como traición absoluta de ambos.
Y si encima tenemos en cuenta que su madre (Kyra Sedgwick) está en su propio mundo y el único profesor que Nadine respeta (Woody Harrelson) parece estar de vuelta de todo y ni la escucha, la noticia la deja más sola que a nadie en el universo. Pero nada es irresoluble y hasta los problemas más serios de la adolescencia pueden ser muy graciosos si se tratan con el humor y con la verdad con la que lo hace en este filme que, sin duda, se convertirá en parte del cánon de las grandes historias de adolescencia del cine norteamericano.
(Publicada previamente en La Agenda de Buenos Aires)
PARK, de Sofía Exarchou (7)
Tal vez estemos ante la llegada de una renovación generacional para la llamada Nueva Ola Griega. Los que la crearon (Yorgos Lanthimos, Ahina Rachel Tsangari, etc) ya están metidos en el circuito de la coproducción internacional y Exarchou parece estar más alineada, al menos por lo que se ve en el filme, con los problemas de personajes más jóvenes y de clases bajas que los de las recientes producciones de esos mismos autores. También hay diferencias de estilo. Si bien algunas marcas son similares (la descripción del comportamiento tribal, la sombra permanente de la crisis económica), la directora no se maneja con la rigurosa y clínica distancia de sus pares sino que prefiere trabajar en una zona más cercana al realismo sucio y punk cultivado por realizadores como Larry Clark y Harmony Korine.
PARK pone en claro, desde su título, el marco real y metafórico que describe la película. El «parque» al que se refiere es el Parque Olímpico creado para los Juegos de Atenas de 2004 y que hoy se ha convertido –al menos por lo que se ve en el filme– en un lugar semi-abandonado, con pasto crecido, tribunas destrozadas y baños/vestuarios que no funcionan. Por allí se juntan los adolescentes de la zona en plan «todo vale». Pueden pasar de juegos inocentes a otros más agresivos, siempre con la violencia física (empujones, golpes) en primer plano. Tanto el lugar como los protagonistas perdiendo el tiempo en golpearse unos a otros cual pogo de recital punk habla a las claras de la situación económica allí.
Exarchou va centrándose en uno de ellos, de los más grandes. Dimitri tiene una madre alcohólica y lo más parecido a un «trabajo» que tiene es alquilar a su pitbull para preñar. Allí se lo ve entablar una relación con Anna, una chica provocadora y ex gimnasta con la que arrancan teniendo sexo casi antes de dirigirse la palabra (hay muy pocos diálogos con cierta coherencia en el filme). La relación se va volviendo más seria y por eso más complicada, mientras Dimitri trata de lidiar con algunos asuntos personales y «profesionales» de su vida y el resto de la banda sigue bailando, bebiendo y golpeándose como una versión hardcore de un coro griego. Y también hay turistas, claro, que son testigos de estas situaciones pero que prefieren no mirar y seguir en su propio universo.
Si bien todo hace suponer que la película se dispone a entrar en un terreno cruel y violento, Exarchou tiene otras ideas. La violencia está, pero no se manifiesta de las maneras más obvias. Los personajes masculinos están tan metidos en su propia alienación que tampoco hay demasiada tensión sexual entre chicas y chicos, ni –por suerte– se producen las situaciones de violencia de género que parecen sugerirse al principio. Hay algo curiosamente solidario entre ellos, una suerte de sensación liberadora en esto de bailar, empujarse y gritar en los restos de un país que se despedaza igual o peor que ese parque olímpico que, apenas 15 años atrás, se construía en función de un futuro que nunca llegó.