Series: crítica de «Un gallo para Esculapio», de Bruno Stagnaro (Episodios 1-2)

Series: crítica de «Un gallo para Esculapio», de Bruno Stagnaro (Episodios 1-2)

por - Críticas, Series
15 Ago, 2017 06:03 | comentarios

El creador de «Okupas» y codirector de «Pizza, birra, faso» –dos productos muy influyentes tanto en el cine como en la TV locales– regresa después de mucho tiempo con esta serie centrada en un joven del interior que se involucra con una banda de piratas del asfalto del Conurbano. Protagonizada por Peter Lanzani, Luis Brandoni, Luis Luque y Andrea Rincón, entre otros, «Un gallo…» es un viaje en tono policial al submundo del crimen contado con un estilo naturalista, callejero y violento similar al de sus anteriores trabajos.

La figura de Bruno Stagnaro no ha tenido del todo el reconocimiento que merece respecto a su rol en la aparición del Nuevo Cine y, también, la Nueva Televisión Argentina. Si bien la influencia de PIZZA, BIRRA, FASO fue, en el cine, mucho más marcada que la mínima descendencia que dejó en la TV local una extraordinaria serie como OKUPAS, en ninguno de los dos ámbitos sus aportes, al menos en mi opinión, han sido suficientemente valorados. En cierto sentido no se puede «culpar» a nadie: Stagnaro casi no ha hecho más nada tan público ni masivo desde entonces –dedicó la mayor parte de su tiempo y trabajo en hacer documentales para Canal Encuentro, entre otras cosas– por lo que, por un lado, la línea cinematográfica iniciada con aquel filme se le ajudicó con cierta lógica a Adrián Caetano, su co-director en PIZZA… Mientras que en la TV, en tanto, no hubo mucha herencia de OKUPAS por lo que la influencia se fue filtrando, más que nada, en pequeños detalles: cierto naturalismo en el modo de actuar, lugares y personajes más reconocibles que el de los viejos formatos televisivos, más uso de actores «naturales», etc. En cierto modo, los logros de OKUPAS fueron destilados y transformados en costumbrismo mediante su aparición en productos de Pol-ka, entre otros.

Pero en estos tiempos de renacer televisivo mundial que, finalmente, parece prender localmente, algunos productos sí capturaron algo de aquel aura de OKUPAS, especialmente producciones de Underground como HISTORIA DE UN CLAN o EL MARGINAL, no casualmente series que involucraron en algún momento al propio Caetano y a Luis Ortega, otro heredero del mismo universo de enrarecido naturalismo de extramuros. A, ¡caramba!, 20 años de la película y 17 de la serie, Stagnaro regresa con UN GALLO PARA ESCULAPIO, que comienza a emitirse el 15 de agosto por TNT y, a partir del 16, se verá en Telefé. A juzgar por sus primeros dos episodios (o episodio doble), la serie mantiene muchas de las constantes de aquellos trabajos, marcas que se han transformado en propias e inconfundibles a lo largo del tiempo.

Contada con el mismo tono de realismo callejero sucio, el mismo tipo de personajes de clase media-baja o baja, solo que en este caso en el Conurbano, la serie también tiene un punto de partida y una lógica dramática similar. Es lo que los norteamericanos llamarían fish out of water (pez fuera del agua), cuyo eje es poner a una figura en medio de un universo extraño al que no pertenece y que tampoco entiende del todo. En OKUPAS era Rodrigo de la Serna el chico de clase media venido a menos que empezaba a convivir en una casa tomada del microcentro con un grupo un tanto más denso de jóvenes. En UN GALLO…, el rol de De la Serna recae en un notable, apocado Peter Lanzani, que encarna a Nelson, un timido muchacho provinciano que parece medio gil pero acaso no lo sea. El personaje tiene algunas diferencias con aquel: es un chico del interior que no cree sabérselas todas como aquel (más bien todo lo contrario) y que llega a Buenos Aires –más precisamente a la terminal de ómnibus de Liniers– con un gallo de riña a cuestas, buscando a su hermano Roque.

La llegada es un tanto shockeante: Roque no aparece por ningún lado, le roban parte de su dinero y de a poco intenta ver si puede recuperar y hasta ganar algunos pesos haciendo competir al gallo en cuestión. Para llegar hasta ese micromundo deberá pasar por ciertos «controles», una suerte de ruta curiosa que lo va llevando hacia el Conurbano, algunas mujeres que saben y no hablan (Andrea Rincón) y ciertas mafias que se ocupan del tema y también de varios otros. Ese es el otro eje narrativo de UN GALLO: un mundo de mafiosos de poca monta del Gran Buenos Aires liderados por el Chelo Esculapio (Luis Brandoni) –y con una imponente presencia de Luis Luque como Yiyo, su mano derecha–, quien maneja un grupo de esos que podrían vagamente definirse como «piratas del asfalto» y que, al empezar la serie, buscan averiguar quiénes robaron un cargamento de garrafas de gas.

(Los obsesionados con los SPOILERS pueden parar acá)

Para el cierre del primer doble episodio los mundos se habrán unido. Casi sin quererlo –buscando a su hermano que no aparece por ningún lado y cayendo en una ilegal riña de gallos con su potente «Van Dan»–, Nelson se cruzará, por usar un término ya mítico de los fans de OKUPAS, con el «poronga» del grupo, el tal Esculapio. De ahí en adelante, uno puede más o menos imaginar que nuestro protagonista irá enredándose en cosas cada vez más densas y moralmente ambiguas, así como le pasaba a Ricardo (De la Serna) en aquella serie: habrá quienes cumplen con los códigos, quienes los rompen, amistades, traiciones y situaciones violentas. Es de esperar, tal vez para ofrecer variaciones sobre aquel modelo, que también exista espacio para la sorpresa. Por lo que dice el realizador, esta serie tiene una organización narrativa donde la trama policial en sí tiene un peso superior en relación a la otra, que era un tanto más observacional.

Es que es cierto que una de las «críticas» que se le podrían hacer a UN GALLO PARA ESCULAPIO es que mantiene, con apenas algunas alteraciones de slang, el modelo «vieja tené dó peso pa’ la birra» popularizado en aquella serie. Es una crítica atendible, pero a la vez es cierto que si un realizador intenta instalar un fuerte verosimil realista respecto a lo que cuenta (y ese es el modelo en el que parece manejarse Stagnaro, cuyo universo callejero es un tanto menos enrarecido que, digamos, el de Ortega) es sensato que preste su oído al habla de los personajes del lugar (en este caso la zona que va entre Morón y Liniers, con la General Paz de por medio) y no intente imponer uno que no existe solo para satisfacer su propio ego creativo.

En PIZZA, BIRRA, FASO y OKUPAS (y en su posterior vida pública), Stagnaro siempre puso su figura por detrás de sus relatos. No es un realizador que intente lucirse en cada plano ni ponerse por encima de lo que la situación y el lugar le piden por su propia naturaleza, y su bajo perfil de décadas es la prueba de eso. Aquí pasa lo mismo: no hay –al menos por ahora– grúas muy notorias, ni drones, ni una fotografía pristina a lo Netflix/HBO sobrecargada de efectos ni de lujosa terminación. En la puesta como en la trama y en los personajes que empiezan a despuntar, UN GALLO PARA ESCULAPIO se mantiene ojo a ojo, cara a cara, con sus criaturas y el universo que ellas habitan. Un western urbano, un policial de frontera. Un viaje al Oeste, al que se accede solo cruzando una autopista y pagando algunos peajes.