Series: crítica de «Un gallo para Esculapio», de Bruno Stagnaro
La serie que emitieron TNT y Telefé es una violenta y oscura mezcla de thriller y drama familiar centrada en un joven del interior que llega al Gran Buenos Aires a buscar a su hermano y se termina involucrando en una banda de piratas del asfalto. Un gran regreso del realizador de «Okupas» y codirector de «Pizza, birra, faso» al retrato del submundo criminal. TNT repite los episodios hasta el viernes.
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Más que un policial o una serie sobre gangsters, UN GALLO PARA ESCULAPIO es un violento drama familiar. Una historia con ribetes casi bíblicos, de hermanos enfrentados entre sí, hijos enfrentados con sus padres y viceversa. Es, como OKUPAS, la serie anterior de Bruno Stagnaro, una historia de traiciones sobre traiciones, una trama en la que las sospechas se acumulan, también las trampas y de la que nadie puede salir bien parado. Y si bien su modelo es clásico (la saga del joven inocente que crece, en apariencia sin quererlo, dentro de un imperio criminal), la manera en la que presenta a sus personajes la vuelve inusualmente poderosa.
Es que UN GALLO… propone al espectador identificarse con un protagonista que, más allá de su rostro angelical y sus iniciales buenas intenciones, tiene una latente pero profunda oscuridad que aparece en algunos momentos clave (varios de ellos ligados a los celos y el alcohol) y lo vuelven un sujeto entre perturbador y peligroso. Nelson (un muy buen trabajo de Peter Lanzani) llega al «Oeste» porteño desde Misiones a buscar a su hermano pero pronto se deja tentar por una vida criminal que contradice su búsqueda original. Roque (Diego Cremonesi, en otro gran trabajo), el hermano que busca, es un enemigo declarado y buscado por su nueva banda y, cuando llegue el momento de encontrarlo, su lealtad estará dividida de una manera en principio irreconciliable.
El otro personaje clave de la serie es Chelo Esculapio (Luis Brandoni, en otro muy buen trabajo), un veterano mafioso de la zona, cuya banda de las llamadas «piratas del asfalto» es un tanto anárquica y descontrolada, por lo que no responde del todo a sus deseos y órdenes. Chelo es una persona a todas luces jodida y miserable (maltrata a su mujer –Julieta Ortega– y a su hijo mayor, además de no prestarle mucha atención al más chico, entre otras cosillas), pero la serie también nos pide empatizar con su estilo criminal old school (un gag recurrente es verlo molesto con la forma de hablar en código de sus «soldados»), su sentido de la lealtad y, a partir de saber de su enfermedad, con su a todas luces trágico destino.
En las idas y vueltas de la relación entre ambos estará el eje central de los tantos que tiene la serie. Si Nelson es mejor hijo para el Chelo de lo que su hijo real (el «Loquillo» que encarna el coautor Ariel Staltari) jamás lo fue, esto tiene que ver con su sentido de la lealtad y sus modales correctos. Pero todo eso entrará en crisis cuando Nelson se relacione sentimentalmente con Estela (Eleonora Wexler, que está muy bien pese a ser un error de casting), con la que su hermano Roque tiene un hijo. Así es como UN GALLO PARA ESCULAPIO empieza a construir un ida y vuelta tenso entre familias reales y familias sustitutas.
Tampoco esas familias sustitutas son muy nobles que digamos. Yiyo (Luis Luque), el ladero y cacique de Chelo, lo traiciona y le miente. Y la lealtad del resto de su banda es, por lo menos, fluctuante. Y ni hablar de su relación con otras bandas, funcionarios y policías, que acuerdan ciertos pactos para luego romperlos y así, una y otra vez. Es una tierra de nadie en la que no se puede confiar ni en la gente más cercana, una serie que utiliza elementos del policial, del filme de gangsters, del western y hasta la road movie para pintar un panorama oscuro y desesperanzado de la Argentina de esta época.
En términos estilísticos y de realización, en UN GALLO… Stagnaro adapta un poco el estilo patentado en filmes como PIZZA, BIRRA, FASO y la serie OKUPAS para crear una versión un tanto más estilizada (es imaginable que contó con más medios de producción que en los otros dos casos) de aquellos universos. La zona es ya el Gran Buenos Aires –un territorio abordado por Pablo Trapero en EL BONAERENSE, cuya historia tenía un parecido punto de partida–, pero las tensiones sociales, raciales, sexuales y económicas son las mismas de aquellas obras de 1997 y 2000. Con un humor de una incorrección política mayúscula, los personajes de la serie no tienen problemas en mofarse de los chinos, de los africanos, de los gays o travestis, pero si lo que se busca es una suerte del «realismo del conurbano» no queda otra que aceptar esas formas.
Lo mismo pasa con el slang de los miembros de la banda. Como en OKUPAS, los chorros de UN GALLO… están llenos de coloridas expresiones para referirse a casi todo. Y si bien eso –y cierta caricaturización del «viejita»— puede resultar un tanto reiterativo o recurrente, también es cierto que si la idea es respetar el funcionamiento de ese mundo a los guionistas no les queda otra que adoptar esas formas del habla urbana, mal que le pese al Chelo. Quien las usa también, pero de las viejas y ya establecidas…
La construcción del mundo que habitan los personajes es extraordinaria y, más allá de algunos puntos flojos, las actuaciones y los diálogos logran sostener la plausibilidad de los hechos. Uno ve los hilos de la narración enredándose todo el tiempo, pero Stagnaro lo hace con la elegancia propia de quien ha absorbido este tipo de relatos clásicos (del neo-western a las variaciones y versiones de SCARFACE, del Kurosawa de YOJIMBO a Walter Hill, de Scorsese a James Gray) y regurgita, en versión nac & pop, lo aprendido.
Algunos han considerado que UN GALLO PARA ESCULAPIO no hace más que reciclar esa estética con la que Stagnaro trabajó hace ya casi 20 años y que no aporta nada nuevo. Y si bien es cierto que los universos son muy cercanos, es innegable que el coguionista y director entiende cómo funcionan, cómo crear una ficción creíble dentro de esas complicadas estructuras y tal vez no haya demasiado nuevo para inventar por allí, al menos dentro de sus posibilidades. Su búsqueda se acerca a la del policial negro más cercano al realismo sucio que a la literatura de género y cuenta con el conocimiento y el talento para hacerlo muy bien. Además, convengamos, no es que viene entregando una serie similar cada dos o tres años…
En sus trágicos, oscuros y cruentos enfrentamientos finales, la serie no solo deja abierta la puerta a una continuación, sino que se atreve a derrumbar casi todos los pilares que, supuestamente, hacen sostener cualquier tipo de organización, sea familiar o delictiva. Hermanos matándose entre sí (uno bastante más Cain que el otro, pero ninguno Abel del todo), amigos fusilando a amigos, parejas arruinadas quizás para siempre y una sensación de tierra sin ley de la que ni se salvan los gallos, observadores en primer plano –y en carne propia– de la devastación que, a esa altura, ya ha pasado del Oeste del Conurbano a incluir a todo el país.
(Maratón «Un gallo para Esculapio» hasta el viernes en TNT)