Estrenos: crítica de «La rueda de la maravilla», de Woody Allen
La nueva película del realizador de «Manhattan» se centra en un triángulo amoroso entre una mujer casada y frustrada con su vida, la hija de su marido y un guardavidas de la playa de Coney Island en la que viven en los años ’50. Un melodrama en clave retro con una gran actuación de Winslet y una temática ya clásica, con tintes autobiográficos del cada vez más controvertido realizador neoyorquino.
Como sucedió con I LOVE YOU, DADDY, la reciente película de Louis CK, LA RUEDA DE LA MARAVILLA (WONDER WHEEL en el original) pide –aunque uno no quiera hacerlo– ser leída de manera autobiográfica/terapéutica, como si Woody Allen lidiara en público y a través de su obra, con asuntos de su vida privada. Si bien esto es casi una regla que puede utilizarse para analizar la carrera de casi cualquier artista en cualquier disciplina (y la temática recorre la obra del propio Woody), cuando ciertos acontecimientos se hacen públicos es muy difícil que no distraigan, que no lleven a hacer permanentes paralelos. En el caso de Allen, la incomodidad de la trama la puede generar la hoy renacida discusión de su matrimonio con Soon-Yi, hija adoptiva de Mia Farrow, no las acusaciones de acoso. No quiero ni pensar qué pasaría si hiciera él una película titulada como la de Louis CK…
Lo que le está pasando a Allen con este filme en Estados Unidos es similar a lo que le sucedió a CK con su película. La crítica ha destrozado a WONDER WHEEL porque, convengamos, allí hoy parece casi imposible escribir a favor de cualquier cosa que él haga. Y más cuando la película tiene como trama principal un triángulo amoroso entre un hombre, una madre y su hijastra, con un niño que es testigo silencioso de este caos y desarrolla una particular y peligrosa obsesión. Uno no sabe si Allen vive tan alejado de todo lo que se dice sobre él y su obra que no se ha enterado de nada. O bien, que está conciente o inconcientemente provocando al espectador a hacer este tipo de lecturas.
Nace claramente de eso el trato brutal que ha recibido la película, ya que LA RUEDA… está lejos de estar entre lo más flojo de Allen. De hecho, muchas películas del director de MANHATTAN que son notoriamente inferiores han sido mejor recibidas por la crítica (hasta la impresentable CONOCERAS AL HOMBRE DE TUS SUEÑOS rankea más alto en los puntajes de sitios como Metacritic). Pero en estos momentos da la impresión que nada ni nadie puede escapar del contexto y ni siquiera una película sobre una frustrada mujer de 40 años que no sabe qué hacer con su vida puede ser vista desde el punto de vista compasivo y comprensivo que seguramente fue la intención de darle al personaje de Kate Winslet por parte de Allen.
La película no se escapa de los formatos conocidos del cine del director de HANNAH Y SUS HERMANAS. Se podría decir que es un remix de varios de sus escenarios y de sus temáticas favoritas: la nostalgia del Nueva York de los ’50 (en este caso especifico, Coney Island), los ya citados triángulos románticos con mujeres de distintas edades y/o relacionadas entre sí, las referencias a clásicos literarios, el amor de sus personajes por «el mundo de las películas», sus personajes femeninos fuertes y complicados y su algo más reciente interés por trabajar temática y formalmente asuntos del teatro clásico norteamericano, de Eugene O’Neill a Tennessee Williams pasando por Edward Albee y varios otros.
Lo que sí llama la atención en este filme, más aún que en CAFE SOCIETY, es el trabajo de fotografía de Vittorio Storaro. Allen ha colaborado con notables fotógrafos, desde Gordon Willis a Vilmos Zsigmond pasando por Carlo DiPalma o Sven Nykvist, pero el trabajo de Storaro siempre tiende a llamar más la atención sobre sí mismo y, con Allen seguramente dejándolo manejarse a su antojo, el italiano creó una pieza de luces y colores casi expresionista que luce como una postal pintada a mano de Coney Island, con sus playas y las luces del parque de diversiones inundándolo todo. Es ese trabajo, esos movimientos casi manieristas de la cámara y la artificialidad de la luz, los que transforman al filme en un melodrama con reminiscencias casi «sirkianas»: la ampulosidad de las actuaciones y los diálogos encuentran un marco adecuado en la propia ampulosidad de la forma, dándole al filme una coherencia estético/temática que muchas de otras películas recientes del realizador no tienen.
El filme tiene como protagonista a Ginny (Winslet, actuando a conciencia como en una película de los ’50), una mujer a punto de cumplir los 40 que de más joven quiso ser actriz, se casó y tuvo un hijo con un baterista de jazz, pero debido a ciertas complicadas circunstancias terminó separándose y recomenzando su vida en pareja con otro hombre en busca de una segunda oportunidad: Humpty (Jim Belushi), un viudo con una hija grande llamada Carolina (Juno Temple) a la que dejó de ver cuando ella se casó con un mafioso. El otro personaje de la trama –y el narrador admitidamente grandilocuente de la historia– es Mickey (Justin Timberlake), un veterano de la Segunda Guerra que hoy es guardavidas en una de las playas de Coney Island donde esta familia vive.
La historia comienza con el regreso de Carolina a lo de su padre tras meterse en problemas con los mafiosos, quienes la buscan. El no quiere saber nada con ella pero la chica termina convenciéndolo de que necesita quedarse allí, entre otras cosas, porque es un lugar donde nunca la encontrarán ya que su ahora ex marido sabe de su pésima relación con él. Humpty, un ex alcohólico y un tipo simple, «de barrio», vive con Ginny y con Richie, el hijo de su anterior matrimonio, un silencioso chico de unos 10 años que es un pirómano hecho y derecho. Pero el centro gravitacional del filme pasa por Ginny y su affaire con el guardavidas, un hombre más joven que ella que la saca de la depresión y las migrañas de su vida cotidiana, que consiste en trabajar de mesera en un restaurante y vivir en un pequeño departamento dentro del parque de diversiones, en medio de un caos sonoro que no es capaz de soportar.
El drama sube un escalón cuando el apuesto Mickey –que es un aspirante a escritor e incipiente hipster que vive en Greenwich Village— se fija en Carolina y Ginny no tarda en darse cuenta que la hija de su marido puede ser una competidora temible por el afecto del hombre. Como se dice en casi todas las películas de Allen –y, uno imagina, es algo que se repite en su cabeza como filosofía de vida– «el corazón quiere lo que el corazón quiere», más allá de lo que dicta la razón. Y eso es lo que lleva a los tres a cometer esos «errores» que no tienen manera de terminar bien.
El filme –que no tiene ni una pizca de humor, al menos no intencional– atrapa en un principio por su llamativo tratamiento visual más que por otra cosa, ya que los temas, los diálogos y situaciones son más que previsibles si uno ha visto toda la filmografía de Allen. Y de ahí va cayendo en un pozo narrativo durante su «segundo acto» (el filme es tan teatral en muchos de sus aspectos que sus actos casi son de manual) del que parece que no se levantará jamás. Pero su resolución, más allá de su inevitabilidad narrativa, está llevada a un extremo melodramático que es inusual en el cine de Allen, como si a BLUE JASMINE le agregaran una pizca de SUNSET BOULEVARD y vieran qué sale de todo eso.
Esta suerte de pieza teatral iluminada como si siempre fueran las 7 de la tarde y las puestas de sol inevitablemente naranjas tiene, si se quiere, un elemento intrigante que la saca del mundo más previsible de Allen. Y son los comportamientos del pequeño Richie, cuyos bizarros y peligrosos hábitos incendiarios solo se explican como una forma un tanto peligrosa de llamar la atención, pero al que Allen deja funcionar casi en paralelo, sin juzgarlo ni sobreanalizarlo. Alguno podría pensar que es un toque autobiográfico más metido en la trama del filme. Y quedará para los psicólogos o psiquiatras que vayan a ver la película entender o analizar el comportamiento (auto)destructivo del pequeño en relación a la vida del director.
Más allá de eso, WONDER WHEEL seguramente no decepcionará a los fans de Allen ya que se cuenta entre lo más digno y aceptable de lo que lleva haciendo en este siglo. Al asumir el carácter retro de la película –y con Winslet como la abanderada, a lo Blanche Dubois, de esa decisión estilística–, Allen no intenta ser relevante ni hablar sobre un mundo como el actual, que no parece entender demasiado. Un personaje como Ginny, que solo logra sacar la cabeza del pozo a partir de ser mirada y deseada por un hombre, solo puede existir tomando la distancia temporal y formal que tiene la película. Y cuando la película funciona lo es más que nada gracias a una actriz como Winslet que, dejada a su criterio por el habitual acercamiento no comments de Allen a la actuación de sus elencos, saca verdades emocionales donde solo hay figuras retóricas.
Me encantó leer esta crítica, me queda la duda si la pelicula hace referencia a alguna tragedia griega