Series: crítica de «Atlanta» (Temporada 2)
La segunda temporada de la serie cocreada y protagonizada por Donald Glover explora aún más los temas raciales y se arriesga formal y narrativamente de una manera inédita en la televisión norteamericana, con excepción de David Lynch. Una serie sobre la experiencia afroamericana en los Estados Unidos que supera por muchos los límites propios de lo que debería ser una comedia sobre el mundo del hip-hop.
La serie ATLANTA va en camino a convertirse en un clásico de la televisión. Con solo dos temporadas, esta creación de Donald Glover junto a su hermano Stephen y al director Hiro Murai –realizador de casi todos los episodios–ha arriesgado tanto en lo formal como en lo temático como para convertirse en una de las «comedias» más inspiradas en años. De algún modo, y aunque ahora se pretenda que nunca existió, el modelo que sirve como medida es el de LOUIE, de Louis CK. Como él, son comediantes que apuestan a un humor original y un tanto fuera de la norma. Y, como él, son cinéfilos y creen que el formato clásico de la comedia de media hora es un material para ser moldeado a piacere.
Glover fue mucho más lejos que Louie ya que no se demoró demasiado en mostrar sus cartas. LOUIE tardó varios años para pasar de ser una versión más trash y callejera de SEINFELD a convertirse en una serie jugada narrativamente mientras que ATLANTA lo fue de entrada y hoy ya está entrando, por momentos, en un terreno más cercano al de TWIN PEAKS. Y el riesgo es doble –o triple– porque una serie sobre afroamericanos en el sur de los Estados Unidos no es la apuesta más segura del mundo ni Glover era entonces demasiado famoso, especialmente no como «autor». Ahora lo es, merecidamente. Y por varios motivos.
ATLANTA arrancó subvirtiendo lo que era una comedia y más una que, de entrada, parecía entrar en el nicho de la «experiencia afroamericana»: la vida de un rapero y el grupo que habitualmente lo rodea, con Glover en el rol del primo/manager. La serie puede tener un episodio cómico y otro de suspenso. Uno puede ser un policial y el siguiente, un drama. Más aun en la segunda temporada, Glover dejó la estructura básica de fondo (las dificultades de Earn por conseguirle dinero, contratos, giras y shows a su primo, Alfred AKA Paper Boi) mientras que cada episodio parecía una mini-película en sí misma. Y con distintos protagonistas.
La temporada tuvo un par de episodios con desventuras de Paper Boi (una delirante con un peluquero, otra cuando lo golpean y se pierde en un peligroso bosque), uno con la ex novia de Earn (una salida con amigas a una bizarra fiesta de Drake), otro con Darius, el fumado amigo de ambos (el genial episodio en el que queda encerrado en la casa de un músico secuestrado por su hermano mellizo), otro con Earn y su ex (un viaje a una fiesta de inmigrantes alemanes) y uno que es un flashback a la adolescencia de los primos (Earn y Alfred), que moldea su relación posterior.
Solo algunos pocos episodios nuclearon a casi todos los personajes: uno que incluye a un pariente en problemas con la policía y con animales domésticos, otro en la que negocian un contrato en una compañia «cool» tipo Spotify, uno en la que no le aceptan en ningún lado un billete de 100 dólares en efectivo, otro que incluye un viaje a un caótico show universitario y el último, en el que se disponen a salir de gira sin poder resolver del todo sus problemas.
Esto es: de once episodios solo cinco tuvieron al elenco central funcionando de una manera más o menos conjunta y que, de algún modo, hiciera avanzar la supuesta trama de la serie. Los otros seis fueron como cortometrajes casi aislados, tanto temática como formalmente, ya que hasta estilísticamente algunos son muy distintos al resto de la serie. De todos modos, pese a funcionar de modo autónomo casi como cortometrajes, las cosas que los personajes atraviesan en esos episodios luego son centrales a, si se quiere, el arco dramático de cada uno de ellos a lo largo de la temporada, en especial «Woods», el octavo, que empieza a generar una crisis entre los dos primos.
La riqueza de esta temporada de ATLANTA está, justamente, en esa combinación, que funciona un poco a la manera de capítulos de una novela. Si cada episodio fuera un cuentito individual en un género específico la serie no sería otra cosa que un ejercicio formalista. Si fuera del otro modo se parecería a una serie más convencional. La combinación, el ir de un episodio más clásico a otro completamente fuera de norma, permite que la serie fluya de una manera única, ya que conocemos en detalle a los personajes principales y vemos cómo cada uno llega al siguiente encuentro. Nosotros sabemos las experiencias que atravesaron y que los otros ni siquiera imaginan.
En ese sentido, la comparación con la novela es apropiada. No solo por el giro constante de narrador (Earn/Glover es casi un secundario en la temporada) sino por la idea de incorporar distintas experiencias y temas que serían difíciles de incluir de otra forma. ATLANTA, previsiblemente, habla de la industria de la música, de los problemas para hacer dinero, del racismo, de los complicados lazos familiares (padres, esposas, hijos, primos), de la experiencia afroamericana y de la doble dificultad que un grupo de amigos de pocos ingresos tiene para ingresar al mundo de la fama sin traicionar sus valores o ideas. Pero estos temas terminan integrándose a un todo mayor que es entender, así de fuerte como suena, la vida afroamericana en los Estados Unidos. La variedad de situaciones, personajes y temas que circulan por la serie la transforman en una fuerte candidata a ser la Gran Novela Afroamericana en formato audiovisual.
Además, la música (hip hop, R&B, soul y algo de rock) es buenísima.
Acá va un playlist completo con las dos temporadas.