Series: crítica de «The Americans» (Final)

Series: crítica de «The Americans» (Final)

por - Críticas, Series
31 May, 2018 07:23 | comentarios

La serie centrada en la vida de una pareja de espías soviéticos en los Estados Unidos llegó a su fin con un cierre extraordinario: emotivo, convincente, justo con el tono del relato y con la lógica de sus personajes. Acá un repaso lleno de SPOILERS de principio a fin.

«These mist covered mountains
Are a home now for me
But my home is the lowlands
And always will be
Someday you’ll return to
Your valleys and your farms
And you’ll no longer burn to be
Brothers in arms»
(«Brothers in Arms» – Dire Straits)


SPOILERS!!!
Las estaciones de trenes son un escenario clásico de escenas dolorosas de la historia. Sea en el cine, en la literatura o en la televisión. Las películas bélicas o las de espías, como lo fue en cierto modo THE AMERICANS, debía tener una gran escena de estación de tren y la tuvo. Había llegado la hora de huir para los Jennings. Después de superar algunos cuantos contratiempos –sobre los que ya regresaré más adelante–, Philip, Elizabeth y su hija Paige (Henry se había quedado en la universidad) habían llegado a tomar el tren para escaparse a Canadá y de ahí partir hacia la Unión Soviética, su «Madre Patria». En Rousers Point, última estación en territorio estadounidense, llega el esperable control de pasaportes. Los tres ya tienen unos nuevos y, como acostumbran, están lookeados de manera tal que es difícil reconocerlos. Pero las autoridades fronterizas tienen sus identikits y el suspenso sobre si los Jennings podrán salir de los Estados Unidos tras casi toda una vida allí (toda, en el caso de Paige) crece y crece. Philip lo supera con éxito. Elizabeth también. Pero no vemos a Paige hasta que Elizabeth mira por la ventana del tren y ella está ahí, afuera, en la nieve. A último momento ha decidido quedarse y seguir viviendo en el que es su país. Sus padres, dentro del tren, están shockeados. En la secuencia vuelve a subir el volumen de «With or Without You» y la canción de U2, de golpe, tiene otro significado completamente distinto. Y mucho más doloroso.

Tras seis temporadas y algunos años más en la ficción (unos 8, 9), THE AMERICANS terminó sin muertes pero con una familia quebrada, dividida, separada por la geopolítica pero también por el paso generacional. En algún punto, si uno le quita la mayoría de los componentes de espionaje y de thriller, lo que sucede al final de la serie confirma que siempre se trató de un drama familiar. De pareja, primero, y con los hijos, luego. De dos personas que arman su vida en torno al otro –no siempre con entusiasmo y por momentos más por la sensación de deber compartido–, que se distancian y reencuentran tanto en lo personal como en lo ideológico, y que construyen una familia cuyo tiempo «nuclear» ha culminado. De hecho, el último diálogo de la serie no tiene que ver con la misión de salvar a Gorbachov de la traición de un sector de la KGB (podría hasta decirse que los Jennings, al menos en la ficción, permitieron el fin de la Guerra Fría) sino con tratar de consolarse el uno al otro ante la idea de un futuro con los hijos lejos.

Las tramas estaban conectadas desde los episodios anteriores. La decisión de Elizabeth de dejar de apoyar al sector más conservador de la KGB se conecta claramente con la debacle posterior y el descubrimiento, de parte del FBI, de que los Jennings eran espías. Lo de Stan fue, un poco, por otro lado, pero lo que sucedió en Chicago poco antes, fue el disparador de sus sospechas. El último episodio arranca con la primera y más esperable decisión: Philip convence a Elizabeth que tienen que dejar a Henry allí, que no tiene sentido arrastrarlo con ellos a la Unión Soviética. Stan, convencido que son ellos los espías que están buscando, no los encuentra ni en su casa ni en su trabajo y decide esperarlos en la casa de Paige, a quien ellos habían ido a buscar con la idea de llevársela. Allí es donde se produce la que quizás era la escena más esperada de toda la serie: el encuentro entre Stan y los ya descubiertos Jennings.

La escena transcurre en un garage de un edificio y dura más de diez minutos. Pese al arma en la mano de Stan no es una escena de acción ni de violencia. Es una en la que no queda otra que mostrar las cartas y tratar de ganar un suerte de combate dialéctico. Es lo que logra Philip en acaso la mejor escena de Matthew Rhys en toda la serie: admitir que son espías y convencer a Stan que los deje ir. «Teníamos que hacer un trabajo», le dice. No es nada personal, es cierto, pero uno sabe que ese trabajo dejó un tendal de muertos a lo largo de los años. Y lo mismo sucede del otro lado. No llega a ser un pacto pero sí hay un entendimiento sostenido por la misión que les queda por hacer (informar a la URSS de los planes de la facción anti-Gorbachov), la amistad forjada por los años y el pedido extra de que cuide a su hijo. Stan –en una decisión que, comprensiblemente, muchos sentirán como poco realista– los deja ir. Antes de irse, Philip le deja entrever que su mujer puede también ser «una de nosotros». Y uno puede imaginarse que ya nada en la vida de Stan será igual. La sospecha ya estará instalada aunque la serie, sutilmente, no revele nada acerca de su mujer.

La despedida con Henry, de los Estados Unidos y de su «american way of life» será la segunda gran secuencia de este excelente episodio final. Musicalizada por «Brothers in Arms», de Dire Straits, mostrará ese progresivo abandono de la «identidad Jennings»: pasaportes, anillos, objetos, aspecto, costumbres (hacen un último paso por McDonald’s sin saber que en unos años lo tendrán en Moscú) hasta llegar a ese otro gran momento emotivo que es la llamada telefónica al hijo, que no sabe nada de lo que está sucediendo ni nunca lo supo. Es, de vuelta, de índole más familiar que política y tiene que ver con asumir que ese chico al que vimos crecer a lo largo de la serie ya es casi un adulto que tendrá que aprender a manejarse solo. Como tantos jóvenes que van al college, solo que con sus padres un poco más lejos y con menos posibilidades de comunicarse. Imposible que esos momentos no conmuevan hasta las lágrimas.

Pero cuando parece que el único gran problema a resolver es si lograrán salir o no del país sucede el otro terremoto familiar (la serie nos engaña con la idea de que ellos se separarán pero al final es Paige la que los deja) y uno entiende que, finalmente, el precio pagado por la vida que llevaron termina siendo altísimo, aún sobreviviendo, aún teniéndose el uno al otro. Ya en la Unión Soviética, el círculo se habrá cerrado. Es un regreso con el objetivo cumplido pero oscuro, sin gloria, un poco como esos finales scorseseanos en los que escaparse de una vida intensa y peligrosa nos deposita en un lugar opaco y brumoso donde lo que nos espera se parece bastante a la nada misma. Y a la vez es el final más justo posible para THE AMERICANS, uno que no opta por la salida fácil de un tiroteo o un «20 años después» ni uno extremadamente «arty» y misterioso que deja todo en el aire. Como lo fue a lo largo de sus seis temporadas, es una serie que siempre funcionó a mitad de camino entre esos dos registros: demasiado dramática, sutil y sensible para ser un funcional thriller de espías, demasiado política y de suspenso para ser un clásico drama familiar. Todos esos elementos se conjugan en este último episodio. Y uno más, uno del que la serie siempre se había mantenido a cierta distancia: la emoción. Tras seis temporadas con la soga al cuello, los creadores de la serie liberan la presión y el desahogo llega. Como dice la canción: “Nothing to win and nothing left to lose.”