Series: reseña de «Succession», de Jesse Armstrong (HBO)
Esta nueva serie –de la que hasta ahora se emitieron solo tres episodios– mira con profundidad y también con humor los problemas de una familia dueña de un imperio mediático que se ve enfrentada a pasar el mando de un patriarca déspota y temido a sus bastante inoperantes y traumados hijos que no tienen mucha idea cómo manejar una empresa que parece hundirse. Ni sus propias vidas.
SUCCESSION, la nueva serie de HBO creada por Jesse Armstrong y producida, entre otros, por la dupla Adam McKay y Will Ferrell, podría ser vista como una combinación entre LA GRAN APUESTA (THE BIG SHORT), la más reciente película de McKay sobre los negocios oscuros de los banqueros neoyorquinos durante la última gran crisis, y series como la excelente VEEP, que miran con un tono entre ácido y cómico, el detrás de escena caótico de un equipo de trabajo. En este caso no es el gobierno sino una gran corporación multimediática, pero a los efectos dramáticos es más o menos lo mismo.
Armstrong hizo carrera como guionista de THE THICK OF IT, la comedia británica creada por Armando Ianucci, quien no casualmente es el cerebro por detrás de VEEP. Hay algo del estilo de esas dos comedias que se impregna en los diálogos veloces y furiosos de SUCCESSION, solo que aquí el tono preferido es el dramático (son episodios de una hora) y la comedia queda en un segundo plano. En cierto sentido, tampoco sería del todo absurdo compararla con THE NEWSROOM, la serie de Aaron Sorkin también de HBO, sólo que con un tono aún más ácido y un contexto bastante más sombrío y oscuro rodeándolo todo.
Hace años que Armstrong traía consigo un guion para cine llamado MURDOCH, guion que nunca había logrado producir. Y él mismo ha dicho que SUCCESSION es una evolución de ese proyecto. Estamos ante una familia billonaria que posee un imperio mediático y un patriarca un tanto déspota llamado Logan Roy (Brian Cox), cuya avanzada edad y delicado estado de salud hacen prever que pronto alguien deberá reemplazarlo a la cabeza de ese conglomerado. El problema es quién, ya que ninguno de sus hijos parece del todo capaz de hacerlo. De todos ellos, el más calificado podría ser Kendall Roy (Jeremy Strong), que ya trabaja en un alto cargo de la empresa, pero a la vez es un tipo un tanto inseguro y acomplejado por su propio padre, por lo que nadie confía demasiado que pueda llevar el pesado barco a buen puerto.
Los otros hijos son, en principio, más outsiders que el atribulado Ken, pero cuando el imperio tambalea también se quieren sumar a la pelea. Está Roman (Kieran Culkin), típico hijo menor díscolo, desinteresado y jodón quien termina metiéndose en cargos y puestos que jamás le interesaron antes. Y Shiv (Sarah Snook), la hija que se ha dedicado hasta ahora más a la política que al negocio familiar. Hay también un medio hermano, Connor (Alan Ruck), que es el que prefirió alejarse de todos y dedicarse a la ecología. Al menos por ahora…
Otros personajes pululan con sus propias agendas alrededor de ellos, como Marcia Roy (Hiam Abbas), la tercera esposa del patriarca, de origen libanés (no es la madre de ninguno de los hijos); Tom (Matthew Macfayden), la pareja de Shiv, que está a cargo de los parques temáticos de la empresa; Rava, la esposa de Roy, de quien se está separando, y Greg Hirsch (Nicholas Braun), un sobrino en apariencia algo tontuelo de Logan que cae casualmente en medio del caos y que podría terminar involucrándose en asuntos que le quedan todavía muy grandes.
Este tipo de drama familiar de padres, hijos, poder y dinero tiene claras connotaciones clásicas, de la tragedia griega a Shakespeare pasando por casi cualquier historia real o ficticia de políticos (de todos los reinados imaginables a los Kennedy o, ejem, los Trump) o empresarios de grandes imperios familiares (nombres hay miles, incluso locales, y hasta se podría sumar también a los Trump aquí). Con la enorme inspección mediática en las vidas privadas de los multimillonarios de los últimos años, solemos estar enterados de sus problemas, vicios, historias y, especialmente, de sus limitaciones. Y ese parece ser el gran drama de los Roy: el viejo tiene la fama de haber sido un déspota insoportable, un Rey Lear contemporáneo, pero por distintos motivos sus hijos no parecen capaces de sucederlo y mantener con vida un imperio que, encima, está amenazado por la propia lógica del mercado que obliga a los grandes pesos pesados de los medios a renovarse o morir. Ahora: ¿quién podrá llevar la empresa con mano firme? ¿Y hacia dónde? ¿Y a qué costos personales?
De eso va SUCCESSION, una mirada directa, ácida y a la vez divertida al detrás de la escena del poder. En los diálogos chispeantes y veloces, Armstrong deja en claro que gran parte de su inspiración viene de la comedia clásica, pero al menos en los episodios vistos hasta ahora la parte cómica queda reducida a algunos momentos con el siempre irónico Roman (un excelente Culkin) o a las esporádicas apariciones de Tom y Greg, cuya inesperada y bizarra dupla laboral tiene todo para ser la subtrama donde la historia se toma un descanso de la severidad empresarial/bursatil y se deja llevar por el absurdo más puro.
Lo interesante de la mirada de Armstrong es que no juzga a esta familia de billonarios creídos y un tanto pedantes ni es condescendiente con ellos sino que intenta entender qué es lo que los lleva a actuar de la manera que actúan. Es un ambiente tan ridículamente privilegiado que no suena absurdo contratar varios helicópteros para ir a jugar un rato al beisbol o apostar un millón de dólares a lo que se les cruce por la cabeza en el momento, pero más allá del humor o incomodidad que eso pueda generar, los Roy no conocen otra cosa y siempre han vivido así. Juegan con las vidas de los demás, así como otros juegan con las vidas de ellos en una suerte de complicada trama donde todos quieren sacar ventajas y nadie quiere perder a nada.
Pero detrás de eso está, de vuelta, la tensión familiar: entre los hermanos, entre ellos y la madrastra, entre ellos y otros miembros más profesionales y experimentados de la empresa, pero principalmente los que cada uno de los Roy tiene con su padre, una relación que se advierte difícil de entrada, que se complica a partir de la fragilidad física y mental del patriarca y que seguramente irá dando más y más material con el correr de los episodios y, si el éxito los acompaña, de las temporadas de esta prometedora serie.