San Sebastián 2018: crítica de “La camarista”, de Lila Avilés (Nuevos Directores)
La opera prima de la realizadora mexicana sigue a una mujer que trabaja en un hotel de lujo mientras atraviesaa todo tipo de situaciones, la mayoría de las cuales resultan humillantes y la llenan de frustración. Un preciso y formalista retrato personal marcado por la tensión social y de clase.
La ópera prima de Avilés absorbe cierto estilo que el cine latinoamericano viene desarrollando hace ya bastantes años. Y si bien esta es una película mexicana, se podría decir que posee cierto aire del minimalismo del nuevo cine argentino que era furor varios años atrás. Esto es: la descripción minuciosa y cuidada de las vidas cotidianas y por lo general bastante “ordinarias” de personas solitarias. En este caso esa persona es la “camarista” (o mucama) que da título al filme. Una mujer qué pasa casi todo su tiempo limpiando y ordenando un hotel bastante lujoso en una zona adinerada de la Ciudad de México.
Casi no se la muestra fuera de ese ámbito. Sabemos que tiene un hijo que casi no ve y que se esfuerza por cumplir todo lo que le piden en el trabajo con la ilusión de que le dejen ocuparse del lujoso piso 42 del establecimiento. Pero antes de llegar a eso atraviesa otra serie de problemas, rutinas y situaciones, nada en apariencia muy grave, pero que dejan en claro que las cosas no son fáciles para ella allí y que las diferencias sociales entre clientes y trabajadores se vuelven muy evidentes.
Pero los problemas de Eve son también con sus patrones y colegas. Pide un vestido rojo que una clienta olvidó y no reclamó, pero nunca parecen querer dárselo. Hay una huésped argentina que la convence de cuidar a su bebé. Una mujer más veterana en la empresa insiste con venderle cosas. Un hombre que limpia ventanas la observa lascivamente mientras ordena los cuartos. Y así, su vida pequeña y rutinaria se va colmando de frustración y molestias, mezcladas con algunas buenas sensaciones que encuentra gracias a la solidaridad de otros trabajadores. Si jefes y pasajeros abusan de ella, al menos sutilmente, quedan los colegas para dar alguna aunque sea mínima satisfacción.
Aviles filma LA CAMARISTA de manera sobria, distanciada, cuidada, con el silencio que se le suele imponer al trabajo de estas mujeres que recorren pasillos, comedores, oficinas y lavanderías de hotel. No hay, salvo uno que no conviene adelantar, grandes desbordes emocionales en Eve ni en otros personajes. Todo parece ser una larga cadena de frustraciones pequeñas que llevan al desencanto, sueños acaso poco importantes pero que no logra conseguir. Y eso va instalando cierto drama y tensión en un filme que es más observaciónal que otra cosa.
LA CAMARISTA es un logrado retrato personal y social que acaso no apasione pero que se ve con atención, especialmente por el cuidado de cada detalle por parte de la directora y la protagonista. Algunos pensamos que las diferencias entre este tipo de películas minimalistas mexicanas y argentinas tienden a hacerse notar sobre el final. No diré cómo termina la película de Avilés pero seguramente sorprenderá a muchos y alterará esas expectativas.