Estrenos: crítica de «Arábia», de Affonso Uchoa y Joao Dummans
Bienvenido estreno –en pocas salas, pero estreno al fin– de una de las mejores películas brasileñas de los últimos años, un retrato de la vida de un trabajador «golondrina» a lo largo de varias décadas.
En lo que parece ser un combo entre ficción y documental (o un muy logrado registro neorrealista enmarcado en otro más clásico), ARABIA propone un recorrido por la experiencia diaria y sufrida, a lo largo de los años, de un trabajador migrante del estado brasileño de Minas Gerais. El filme empieza como un clásico relato ficcional acerca de un adolescente que vive con su hermano un tanto enfermo –sus padres viajan todo el tiempo– pero pega un giro brusco cuando el aparente protagonista encuentra un diario de un trabajador que acaba de morir en un accidente. La lectura del diario abre las puertas al cuento dentro del cuento, uno que será relatado por la lectura del propio manuscrito.
Los directores van narrando las diferentes idas y vueltas laborales de Cristiano, un hombre que se gana la vida haciendo todo tipo de trabajos y yendo de un lugar a otro, suerte de trabajador “golondrina”, un buscavidas que recorre el estado de fábrica en fábrica, de campo en campo, tratando de sobrevivir. A lo largo de este viaje que abarca dos décadas, Cristiano se va cruzando con gente (amigos, una pareja, jefes y así) que la película va mostrando a partir de pequeñas situaciones, cuentos y anécdotas, como la que da título a la película.
Con actores que parecen ser no profesionales y muchas historias que parecen provenir de las verdaderas experiencias de los que las narran, ARABIA va avanzando con paso lento pero firme en esta especie de pintura panorámica y sensible acerca de las dificultades –y, en menor medida, los placeres– de la vida de este tipo de trabajadores. El look excesivamente prolijo y estudiado de la película por momentos opera en contra de la espontaneidad y la urgencia de algunas situaciones que se cuentan y, acaso, al protagonista le falta un poco de carisma para soportar todo el peso de la historia. Pero también es cierto que su rostro funciona más que nada como un receptáculo de historias, monólogos y situaciones que les suceden a los demás.
Humanista y sensible, calma y pausada como un cuento de campo (no es del todo absurdo, aunque suena raro, que usen música country norteamericana en más de una ocasión), ARABIA –una de las ocho películas que compite por los premios Tiger en Rotterdam– es un filme que muestra a un nueva generación de cineastas brasileños buscando encontrar un lenguaje propio, en cierto sentido cercano al de películas como BOI NEON, de Gabriel Mascaro, pero sin la potencia narrativa y visual de ese filme. A ARABIA le falta, tal vez, un poco de fuerza y originalidad para ser vista como una propuesta cinematográfica novedosa o renovadora, pero su neorrealismo empático y su generoso poder de observación le dan un valor propio que no es para nada desdeñable.