Estrenos/BAFICI 2019: crítica de «Jamás llegarán a viejos», de Peter Jackson
El director de «El Señor de los anillos» cuenta la historia de soldados británicos durante la Primera Guerra Mundial mediante la proeza técnica de recuperar material filmado en esa época en malas condiciones y volverlo accesible al espectador de hoy.
Qué le interesó a Peter Jackson a la hora de hacer JAMAS LLEGARAN A VIEJOS? ¿La historia con sus conexiones personales, la comisión de parte del Imperial War Museum o el desafío tecnológico que provocaba el encargo? Tengo la impresión de que, más que ninguna otra cosa, el desafío era técnico, casi como lo ha sido siempre en la carrera del director de la saga EL SEÑOR DE LOS ANILLOS. Esto no invalida el proyecto, para nada, pero lo pone en perspectiva. Si uno lo piensa así, JAMAS LLEGARAN A VIEJOS es una verdadera proeza, una maravilla capaz de hacerte sentir que la Primera Guerra Mundial fue o pudo haber sido filmada con la misma capacidad tecnológica de la de Vietnam o guerras más cercanas en el tiempo. Hay una especie de milagro cinematográfico de resurrección en vida en lo que se ve. Y esa es una sensación que se impregna en el espectador y no se va fácilmente, como si las fotos ajadas y retocadas de abuelos o bisabuelos de golpe cobraran vida.
La proeza técnica de la película consiste en lo siguiente: digitalizar, animar y colorear imágenes y material fílmico muy deteriorado de la Primera Guerra Mundial y transformarlo en algo que podría haberse filmado con tecnologías que recién aparecerían unas décadas más adelante. El film es un compendio de experiencias relatadas por veteranos de esa guerra que son «ilustradas» con esos materiales de una manera nunca antes vista. La guerra que se extendió de 1914 a 1917 tiene poco material fílmico visible y accesible y el mérito mayor del film es que, luego de verla, uno puede establecer una conexión emocional creíble y más o menos realista con sus protagonistas.
Lo de «más o menos» viene a cuento de que muchas de las imágenes animadas tienen una característica un tanto, bueno, animadas, que las vuelven más cercana a esos experimentos de Robert Zemeckis que a material de archivo. Al transformar esa película en el material que vemos –con explosiones impactantes, sonidos de disparos y otras yerbas–, Jackson no pudo evitar que las atraviese un cierto glow fantasmagórico que, a la larga, no está del todo fuera de lugar ya que en el fondo esas caras y cuerpos no son otra cosa que eso, una posible reconstrucción de una experiencia no del todo accesible. Eso sucede recién a partir de los 25 minutos de película, que es cuando Jackson decide pasar del material de archivo avejentado al reconstituido.
La accesibilidad viene a partir de los relatos. La película se estructura con esas imágenes, pero fundamentalmente con los relatos de archivo –imagino que también digitalmente restaurados– de decenas de ex combatientes británicos que fueron contando distintas etapas de su experiencia bélica, desde el esperanzando reclutamiento hasta el decepcionante regreso al hogar pasando por las distintas situaciones que fueron atravesando durante los años en las trincheras. Jackson hace combinar las escenas filmadas con los relatos dando la impresión de que ambas cosas fueron armadas casi a pedido.
Lo más interesante de los relatos está en el giro que va desde la inocencia de los comienzos, cuando millares de jóvenes británicos se ofrecían a ir al frente aún mintiendo su edad para poder ser reclutados, en pleno fervor patriótico, a lo que fueron sus experiencias cotidianas en el frente de combate (lavar la ropa o ir al baño, por ejemplo), en su encuentro con el enemigo alemán y a su regreso, etapas que les demostraron que el patriotismo belicista se complica cuando tus compañeros empiezan a volar en pedazos enfrente tuyo por una guerra cuyo sentido ninguno comprende del todo bien.
El problema de JAMAS LLEGARAN A VIEJOS, que para mí no es menor, es que las voces en off abruman, están mal dosificadas, terminan molestando, obligando a un constante relato que jamás da respiro ni para apreciar las imágenes ni para tomar conciencia de la gravedad de las situaciones. Jackson no se permite ni un segundo de silencio y ante cada situación escuchamos decenas de voces muchas veces diciendo exactamente lo mismo que la anterior. Sabemos que la experiencia fue masiva, pero la manera en la que eso se expresa en el film la vuelve cacofónica, tediosa, repetitiva. La película podría haber sido una verdadera obra maestra si Jackson hubiera controlado mejor los tiempos de esos relatos en lugar de dejar que nos abrume la verborragia.
Por momentos uno tiene la sensación que la película funcionaría mejor, no digamos en silencio, pero escuchando solo de vez en cuando los relatos o tratando de entenderlos en inglés, ya que de esta manera (sin leer los constantes e interminables subtítulos) uno puede apreciar mejor la fuerza de las imágenes y no distraerse tanto. La experiencia contada vale pero la reiteración (un soldado cuenta que se alistó a los 15 años y lo mismo dicen diez más, uno habla de cómo lo ignoraron al regresar a casa y la misma historia se repite una docena de veces) la vuelve un tanto agotadora. Y las imágenes –originales y reconstruidas– merecían un mayor cuidado.
O sea que el problema es leer los subtítulos.