Estrenos: crítica de «La culpa», de Gustav Möller
Con una sola locación, un policía y un par de teléfonos esta película danesa construye una muy intensa historia, llena de suspenso, centrada en un secuestro con inesperadas vueltas de tuerca.
Con mínimos recursos –pero mínimos de verdad–, el realizador danés consigue un intenso thriller cuyos elementos fundamentales son un rostro, un par de teléfonos y las voces de personas que, en su gran mayoría, no vemos. Sí, podría ser una obra teatral o un podcast o hasta un programa radial, pero LA CULPA («El culpable», en realidad, era mejor títulos) funciona muy bien cinematográficamente ya que Möller encuentra, a partir del uso de planos muy cercanos y un extraordinario manejo del sonido, maneras de que el espectador pueda en cierto modo crear la película entera en su cabeza.
La película transcurre en algo que parece ser tiempo real y se centra en Asger Holm, un policía de Copenhague que trabaja atendiendo teléfonos en un centro de urgencias. Es claro al comenzar la película –por su forma entre impaciente e irritada de atender llamados rutinarios– que esa no fue siempre su función sino que ha sido «descendido» a esa tarea desde otra más importante después de algún tipo de falta que, al menos al principio, no conocemos.
Pero la nueva tarea la presentará un desafío inesperado cuando reciba el llamado de Iben, una mujer que está siendo secuestrada y logra llamar desde el auto en el que la tienen atrapada. Esta información desata el espíritu detectivesco de Holm y pronto el hombre empieza, siempre telefónicamente, a hacer llamados y conexiones tratando de interceptar el coche en el que la mujer está y entender bien qué sucedió, quién y porqué la ha secuestrado y hacia donde están viajando.
Revelar más sería arruinar las sorpresas narrativas del film ya que podrán imaginar que algunas cosas no son lo que parecen ser y las decisiones que Holm toma con la intención de resolverlas a veces resultan conraproducentes. De a poco, y en segundo plano, Möller va dando a entender qué es lo que llevó al intenso y dedicado policía a estar hoy en esa tarea nocturna poco atractiva.
Lo que vuelve a interesante a este film está en la capacidad del director danés de evocar una situación sin mostrarla. Por un lado, claro, es la solidez de la historia en sí (un guion con algunas sorprendentes vueltas de tuerca) pero igual o más importante son decisiones dentro de su limitada puesta en escena: no salir casi nunca del mínimo escenario del escritorio (o los escritorios) de Holm, casi no perder tiempo en personajes secundarios (hay varios compañeros en esa oficina) y poner todo el relato en la cara de ese excelente actor que es Jakob Cedergren (SUBMARINO, RAGE), cuyo conflicto interior ligado con la situación en presente y lo que eso repercute en su pasado se transmite claramente al espectador. No se trata de un héroe ni de un antihéroe, es un hombre conflictuado superado por una situación que cree saber manejar pero acaso no esté del todo capacitado para hacerla.
Pero lo principal de LA CULPA es la manera en la que, a través del uso de los efectos de sonido y las voces del otro lado de las líneas telefónicas, se va creando la película en la cabeza del espectador. Sin ver ninguna imagen de lo que sucede, podemos «ver» los sucesos: el auto, el secuestro, los otros escenarios, los lugares, las emociones de los distintos participantes. Aprovechando la cultura cinematográfica y hasta de series televisivas de los espectadores, Möller evoca desde el sonido las imágenes que la película no provee logrando involucrarnos en la historia oscura de un grupo de personajes que jamás vemos pero tenemos la sensación de conocer.
Algún espectador podrá cuestionar algunas improbabilidades de la trama (algunas de ellas, de orden tecnológico, se podrían haber solucionado con un cartel al principio ubicando la historia una década o más atrás), pero más allá de esos detalles la película danesa, de muy efectivos y compactos 85 minutos y que ya tendrá su remake hollywoodense con Jake Gyllenhaal en el papel principal, funciona a la perfección como una historia, literalmente, muy bien «contada».