Cannes 2019: crítica de «Rocketman», de Dexter Fletcher

Cannes 2019: crítica de «Rocketman», de Dexter Fletcher

Esta biografía de Elton John es un musical exhuberante y frenético que parece hecho también para ser adaptado al teatro en Broadway. Es entretenido, un poco ridículo y psicológicamente muy banal. Pero gana la batalla por energía y la inteligencia de hacer nuevas versiones de sus canciones interpretadas por Taron Egerton y el resto del elenco.

Hay varios modelos de entender el cine musical. No ya la biografía de músicos –que es otra cosa– sino el verdadero musical en una pantalla, ese en el que la gente se pone a cantar en lugar de hablar. Empecemos por definir entonces que, si bien ambas son biografías de músicos, ROCKETMAN es un musical mientras que BOHEMIAN RHAPSODY no lo era. Ahora bien, un musical puede tener ese formato clásico que explicaba antes (gente que canta en lugar de hablar en algunos momentos o en toda una película completa) o justificar sus momentos musicales de ciertas maneras, ya que existe la creencia que mucha gente no entiende, acepta o tolera el musical «break into song» que se popularizó junto a la aparición del cine sonoro.

El que usa ROCKETMAN es un híbrido que toma del teatro musical y del videoclip en un estilo cuyo representante más famoso quizás sea Baz Luhrmann, un cineasta en el que es imposible no pensar mientras se ve esta biografía exhuberante, apresurada, feroz y un poco tonta de Elton John. Sin el delirio de las películas del australiano pero con mucho de la rítmica y colorida puesta en escena, el film de Dexter Fletcher (quien terminó, sin figurar en los créditos, de filmar BOHEMIAN RHAPSODY cuando a Bryan Singer lo echaron del rodaje) es un musical muy cinematográfico pero también, curiosamente, de muy sencilla adaptación a Broadway. Uno supone que cuando lo escribieron y pensaron hicieron las dos versiones a la vez.

Claro que las locaciones, movimientos y montajes de la película serán difíciles de replicar en un escenario pero, por la lógica narrativa de la película, es fácilmente adaptable. Es que ROCKETMAN hace una suerte de rockola con la música de Elton John, usando como eje una sesión de Alcohólicos Anónimos (o Consumidores Compulsivos de todo lo Existente Anónimos) a la que el músico británico va en algún momento de su vida y desde la que va contando su historia (oficial): una carrera y una vida marcada por éxitos musicales y traumas personales.

ROCKETMAN utiliza a los propios actores como intérpretes y no las versiones originales. Y no solo Taron Egerton –que además de cantar muy bien transpira literalmente todo el vestuario durante dos horas en un esfuerzo titánico por interpretar a Elton John en todas sus excesivas subidas y bajadas de ánimo– sino que los que encarnan a su madre (Bryce Dallas Howard), a su padre, a él de niño, su manager (Richard Madden), al escritor de las letras de sus temas (Jamie Bell hace de Bernie Taupin) y así. Los temas se adaptan al tono y a los temas del relato, están usados fuera de cualquier cronología y ya estarán a punto de ser editados para su disfrute casero seguramente junto a un grandes éxitos del propio Elton con alguna canción nueva.

La película tiene a su favor esa exhuberancia y potencia. Por más que hoy parezca una caricatura de sí mismo (bah, siempre lo fue un poco), el británico era un pianista volcánico y excesivo, no solo en sus obvios vestuarios y anteojos sino en su personalidad. Y lo mejor está en las idas y vueltas entre las icónicas canciones y los distintos momentos de su vida, pasando desde el descubrimiento de su talento para el piano a su momento de máxima gloria en los ’70, de ahí a los excesos de todo tipo para llegar a ese «presente» que hace pivotear el relato y lo divide en un antes y un después. También hay que decir, a favor del film, que ROCKETMAN no disimula la sexualidad del músico –como sí lo hacía la película sobre el líder de Queen– sino que convierte el tema en uno de los ejes principales del relato.

El problema de la película pasa por otro lado y tiene que ver con la simplista idea que maneja respecto a «entender» al personaje. Uno de esos problemas era esperable: la simplificación de todo a un par de traumas infantiles. Veamos: «mi padre no me abraza, mi madre no me soporta, mi sexualidad es condenable». Si bien es cierto que son problemas enormes en la vida de cualquier persona, en ROCKETMAN están tratados de una forma tan banal que por momentos irrita. El otro problema, quizás menos esperable, es la falta de autocrítica que suele venir ligada a estas biografías. Aquí la idea es que el pobre Elton es víctima de un montón de gente horrible que le vive haciendo la vida imposible desde que nació (su padre no es una caricatura, es un compendio de ellas) y que sus adicciones son, básicamente, por culpa de los demás. Autocrítica, cero. Bah, muy pero muy poco.

Si uno acepta que el estilo de musical pop que plantea ROCKETMAN no suele incluir desarrollos complejos de personajes la disfrutará más y no se fastidiará con cuestiones tan banales como la falta de un buen guion o una inteligente mirada sobre sus personajes. La verá como un dibujo animado, como un videoclip tan fastuoso y elaborado como lo son las casas, los arreglos musicales o los vestuarios del músico. El fervor, el entretenimiento y las propias canciones esconden por lo general bastante bien los severos problemas que tiene la película. A un hombre que parecía flotar en el aire mientras tocaba el piano quizás conviene disfrutarlo y no tratar de entender demasiado cómo funciona el truco.