Cannes 2019: crítica de “Abou Leila”, de Amin Sidi-Boumédiène (Semana de la Crítica)
Esta potente y visualmente impactante road movie se inicia como un thriller político y de a poco va derivando en un relato fantástico a partir de los traumas de uno de los protagonistas al que le cuesta distinguir entre realidad y pesadilla.
Revisando muchas de las películas de Cannes y, en especial, de sus secciones paralelas, se observa un fenómeno que ya más que curiosidad parece ser toda una tendencia. Me refiero a películas que mezclan realismo del más clásico con escenas que podrían considerarse fantásticas, alegóricas, de realismo mágico u oníricas. En algunos casos los films van y vienen entre ambos registros. En otros, son películas que van yéndose de a poco de algo que parece ser puramente representativo –llamémoslo realista, aunque con diferencias– a situaciones completamente «irreales». ¿Ejemplos? LILLIAN,
SICK SICK SICK y TLAMESS, en la Quincena de Realizadores. Y films como CENIZA NEGRA o este ABOUT LEILA. De hecho, hasta se le podrían sumar films de la competencia como BACURAU y ATLANTIQUES a la tendencia.
En algunos casos funciona mejor que en otros y en casi todos ellos parecen films deudores de un estilo casi patentado por Apichatpong Weerasethakul, el cineasta tailandés que logró en sus premiadas películas que esas transiciones no se sientan forzadas ni ridículas ni fuera de lugar sino parte intrínseca de una forma de ver y entender al mundo, en el que variantes del «animismo» de procedencia no occidental conviven con las formas más canónicas y menos místicas de observar al mundo. En América Latina la variante más clásica de este combo es el realismo mágico. Y, dependiendo de la capacidad y tolerancia del espectador a aceptar estos registros –junto a la de los realizadores de hacerlo estética y narrativamente comprensible–, las películas pueden funcionar o no.
ABOU LEILA es el caso de un film que arranca como un realista drama de corte en apariencia político que, de a poco, se va desviando de esa ruta para abrevar en un universo onírico que se adueña de la narración cada vez más al punto que sobre el final resulta complicado saber qué de lo que vemos es real y qué no. Y si el espectador se rinde a su formulación, tampoco debería importar demasiado. Tras lo que aparente ser un atentado terrorista en la Argelia de los años ’90 filmado en un lustroso y elegante plano secuencia, la película pasa a centrarse en el viaje de dos hombres, amigos de la infancia, que recorren el país en busca del criminal/terrorista cuyo nombre le da el título a la película. Uno de ellos, llamado S, parece un tanto desequilibrado emocionalmente, frágil y quizás con algún tipo de esquizofrenia. Y el otro, Lofti, es quien lo controla y ayuda, conduciendo el auto que los lleva a través del país en esa persecución. ¿Pero el tal Abou Leila existe o es solo un fragmento de la imaginación de S?
El director debutante Amin Sidi-Boumédiène filma de manera siempre elegante y hasta lujosa ese andar de la dupla por el desierto argelino. Pero de a poco empezamos a notar que algunas escenas no se corresponden con la realidad y que están más ligadas a la imaginación, los sueños y pesadillas de S, cuya infancia complicada vemos en uno de esos momentos. Estas escenas, que hasta la mitad de la película parecen claramente identificables como tales (el espectador entiende, por lo que ve y por cómo está filmado y sonorizado, qué es real y qué no), después de un hecho particularmente violento empiezan a volverse más y más confusas, como si la propia película quisiera ponernos en la cabeza de un personaje que ya no distingue una cosa de la otra. Todo es una gran pesadilla, más allá de que en una se enfrente y lidie con personas y en otra con, digamos, criaturas.
Exploración del trauma bélico, de los abusos sociales y familiares, de la fragilidad de ciertos hombres que no responden al modelo «macho alfa» que en apariencia se precisa para lidiar con la violencia imperante, ABOU LEILA es una más que inteligente y cruenta película que deja en claro las consecuencias de la violencia en las vidas de las personas que viven en medio de ella. En lo formal, sin embargo, ese salto al vacío que la película da a dos tercios de comenzada es un tanto excesivo, volviendo lo que hasta ahí eran sutiles metáforas en contundentes alegorías y haciendo que la propia película se pueda leer solamente de esa manera, totalmente distanciada ya de cualquier idea de trama más o menos lógica.
Este combo realidad/fantasía, que funciona muchas veces muy bien cinematográficamente, tiende a resultarme complejo de aceptar del todo –esta acaso es una sensación muy personal– cuando las películas que lo utilizan lidian con asuntos políticos fuertes. Y especialmente si transcurren en ciertos países del Tercer Mundo. Parece haber una idea discutible, allí, de que los conflictos bélicos o políticos en estas partes, sí o sí tienen que tener algún componente irracional, místico, mágico, extraño. Y hay algo entre folclórico y pintoresco en todo esto que me irrita. No dudo del talento de Sidi-Boumédiène ni me parece errada su lectura acerca de las consecuencias traumáticas de este tipo de conflictos, pero cuando personas se transforman en ovejas, leones o serpientes no puedo evitar cierto fastidio, la reiteración de la idea de que –solo en ciertos países y culturas– la vida es un tanto más exótica, colorida y extravagante. Y que los conflictos políticos no responden a luchas concretas entre poderes económicos sino a algo trascendente y mágico.
Congratulándome de que el visionado de un film como «Abou Leila» haya dejado suficiente poso para que hasta los menos conocedores de su trasunto histórico intenten analizarla, reparo en la proclividad insalvable al desatino que ello implica. Para quien subscribe, el hecho en sí le suma méritos, pues no se trata de una ópera prima fácil de fagocitar y sus interpretaciones requieren de lecturas profundas y nada prejuiciosas. Si el argelino Amin Sidi-Boumédiène pretendió enhebrar un discurso fílmico potente y absorbente que obnubilase hasta al más impertérrito en la sala ,lo logró con creces.
Hasta el momento no hay muchas críticas en español, y se agradece el hallar un intento de escrutinio que complemente la opinión que nos hicimos muchos una vez terminado su pase en el reciente Cannes. Es otra cinta argelina en el festival , tras «Papicha», de Mounia Meddour, que aborda (a su modo) el delicado tema de la «década negra» o,lo que es lo mismo, «la guerra civil argelina de los 90», un conflicto que duró de 1991 a 1999 y provocó la muerte de 150.000 ciudadanos. Está escrita,dirigida y editada por un debutante que tras tres cortos demuestra una pericia inusual y sui generis para con tan delicado tema. Los ecos de la película van más allá de Weerasethakul y se interconectan o coinciden con Lynch, Wojciech y el mismísimo Antonioni, en un estado de trance que enorgullecería a Tarkovsky. Habrá que conjeturar si el nombre de uno de los protagonistas remite a un sello kafkiano de tintes pesadillescos, muy ad hoc con su caos mental.
El análisis errado que conlleva interpretar el supuesto «salto al vacío» en que se torna la cinta «a dos tercios de comenzada», obliga a recordar que este viaje por carretera es más que nada una expedición a la psique fracturada de los personajes, con sus incertidumbres en paralelo a la vida aciaga de los argelinos en tan convulsa década. Por tanto, craso error hablar de «sutiles metáforas» iniciales que se diluyen en pos de «potentes alegorías» que distancian a la película de una «trama más o menos lógica». Se roza la estulticia si se piensa que esta es una crónica de los años de la guerra; de hecho, la fuerza del alucinante trabajo estriba en que a partir de ese momento Argelia no es vuelta a mencionar, ¿y por qué? Porque Sidi-Boumédiène no se interesa por los sucesos de la guerra per se y ,en cambio, ha creado un drama psicológico sobre los efectos de la violencia en la sociedad.
Si lo que es incómodo para muchos es el empleo del «combo realidad/fantasía» cuando de afrontar asuntos de orden político se trata, habría que analizar hasta qué punto dicha interpretación responde a un inveterado prejuicio y hondo desconocimiento sobre las dinámicas en las que en muchas zonas del mundo se lidia con un traumático pasado. El mismo uso de la despectiva/añeja expresión «países del Tercer Mundo» que conllevaría (me da la impresión)un sentimiento de distancia y exclusión del escenario escrutado, da fe de un sentimiento sobre escenarios en el que justamente el componente irracional no siempre dimana de sus entrañas para poder explicar todo. Esa es más que nada una mirada eurocéntrica, la misma que Breton y sus surrealistas le pidieron a América Latina y desmarcado de lo «real maravilloso», natural y no un producto de salones , que formuló Carpentier.
Pero volviendo a la cinta en cuestión, se puede afrontar el reto de tocar un asunto político serio desde una narrativa que nunca fue lógica y está más interesada en estados de ánimos y evocaciones de emociones . Si se hace uso del animalario, por fuerza no habría que presuponer que forma parte de un exotismo, pintoresquismo y folclorismo al alza para dilucidar la génesis de conflictos políticos que otros cineastas del país norteafricano han tratado desde ángulos y estilos distintos. Merzak Allouach, Hafsa Zinaï Koudil,Nadir Mokneche…, todavía se pueden enumerar otros más que personifican el denuedo por plasmar en celuloide una etapa obscura y acallada por las altas esferas gubernamentales. Ante la piel sensible del poder, ¿qué otros recursos quedan para afrontar el reciente pasado? Surge entonces la duda de si en vez de apresurarse y totalizarlo todo como una «tendencia», se está frente algo más inextricable y complejo en orígenes y con intencionalidades varias. Lo trascendente y lo mágico sobrarían, por tanto, no solo como una respuesta para conflictos políticos, sino como el unívoco modo desde el cual se cree ciertas cinematografías lo tratan a modo de rasgo inmanente. Un enfoque reduccionista, en definitiva, porque para irracionalidad basta la violencia en todas sus formas, con el mero terrorismo de estado como el corolario del que pocas sociedades se han librado, ¿o me equivoco? Bienvenido el tratamiento en todas las formas y el reto de su alcance.