Estrenos: crítica de «Nadando por un sueño», de Gilles Lellouche
Esta exitosa comedia francesa –llevó más de 4 millones de espectadores allí– junta a varias estrellas del cine de ese país interpretando a un grupo de hombres que tratan de superar sus crisis personales practicando nado sincronizado.
Enorme éxito del cine francés del año pasado, con más de 4,5 millones de espectadores, NADANDO POR UN SUEÑO es la versión francesa de ese tipo de películas que patentaron los ingleses en la década del ’90, como THE FULL MONTY y otras. En este caso, el eje es también un curiosidad: un grupo de hombres que practican nado sincronizado masculino. El «deporte» en sí es lo de menos. La idea del film es juntar a un grupo variopinto de estrellas del cine francés (algunos que vienen del cine más serio, otros comediantes populares, algún músico) y armar con ellos un entretenimiento popular. Comercialmente funcionó. Cinematográficamente, no tanto.
El film se construye en base a la idea de un grupo de hombres (y un par de mujeres) que encuentra en la práctica de ese deporte y en la amistad que se genera entre ellos un espacio para combatir la crisis de la mediana edad que cada uno de ellos, de distinto modo, atraviesa. Tienen distintas edades, vienen de distintos mundos y clases sociales, tienen trabajos muy distintos (o no tienen trabajo), pero todos pasan por diferentes frustraciones. Mathieu Amalric –que aparenta ser el protagonista, ya que inicia y cierra el relato con su voz en off, pero finalmente es uno más del grupo– está desocupado y atraviesa una depresión de un par de años. Guillaume Canet es un hombre que lidia con accesos de ira, es muy exigente y tiene una difícil relación con su familia. Benoit Poelvoorde, por su parte, es un vendedor de piscinas siempre al borde de la quiebra y Philippe Katerine encarna a un hombre solitario que trabaja en el club donde todos practican.
También está Jean-Hughes Anglade, un veterano rockero que nunca logró triunfar como tal y hoy trabaja en la cocina de la escuela a la que va su hija adolescente con la que tiene una difícil relación. Y se sumará luego el enfermero de un geriátrico que vive empastillado y tiene ataques de pánico. Al grupo –que tiene otros miembros cuyos roles son apenas decorativos y están puestos para el chiste fácil– hay que sumarle la entrenadora, Virginie Efira, que está superando una adicción al alcohol y Leila Bekhti, cuyo personaje aparece promediando el film y ya verán cómo es su personalidad y cuál su relación con los demás.
NADANDO POR UN SUEÑO está contada de manera en exceso convencional, extendida a dos eternas horas que podrían recortarse bastante, presenta una versión apenas modificada de la fórmula y tiene el igualmente previsible momento de emoción al final, cuando este grupo de mediocres «atletas» finalmente logre algo parecido a una presentación digna y viaje a competir a una suerte de Mundial de la especialidad que se realiza en Noruega.
Las bromas estarán siempre relacionadas con el choque evidente entre los físicos no muy trabajados de estos señores de mediana edad y tanto el deporte como los atuendos que deben utilizar para practicarlo. La parte dramática, obviamente, estará ligada a explorar los conflictos familiares que cada uno trae y cómo eso se pone en juego a partir de esta actividad que ellos realizan, que no es otra cosa que una suerte de terapia grupal con Speedos. Uno entiende que NADANDO POR UN SUEÑO haya sido un éxito y hasta puede imaginar una remake en cada país con un elenco de famosos locales diferente (prefiero ni pensar el local), pero salvo un par de escenas graciosas aquí y allá es muy poco lo que hay para recomendar de esta película que respeta y repite un formato probado con resultados apenas tolerables.