Estrenos/Cannes: crítica de «Dolor y gloria», de Pedro Almodóvar
La película más personal y autobiográfica del realizador de «Atame» muestra al protagonista, un cineasta afligido físicamente después de una operación, reencontrándose –en el presente o vía recuerdos– con personas que fueron importantes en su vida. Una película dolorosa y directa, casi confesional.
Lo primero que atraviesa la pantalla es el dolor. Uno sabe, en cierto modo, que la película es bastante autobiográfica pero no sabe cuánto, de qué modo, en qué. Y la imagen de Antonio Banderas flotando en una piscina mostrando las marcas de las que –creo yo– son sus operaciones a corazón dan también a entender que no solo vamos a hablar del cineasta que él encarna (esta versión franca de Amodóvar llamado Salvador Mallo) sino del propio actor. O de sus dolores compartidos. En la película más directa del director de VOLVER nos queda claro de entrada, en una metáfora que quizás no sea demasiado sutil pero que sí marca el territorio, que estamos ante un relato a corazón abierto. Y que no hay vuelta atrás ni forma de escaparle al sufrimiento.
La película de Almodóvar recoge el guante de otros maestros del cine, especialmente europeos, que han intentado en ciertos momentos de sus carreras, hacer una suerte de memoir de varios momentos que marcaron su vida. Aquí el juego (o la memoir) es doble o si se quiere triple. Almodóvar filma a Banderas claramente haciendo del director un tiempo atrás (no busquen relaciones biográficas exactas, los tiempos no coinciden, pero los modos del actor son idénticos) en el que una operación de columna lo ha dejado sin posibilidades de filmar y ni siquiera de sentarse a pensar y escribir a futuro. Está sufriendo todo tipo de dolores y traumas que el propio film describe en una serie de imágenes y animaciones que casi serían risueñas de no ser tan terribles. El tipo tiene todas las aflicciones del mundo. Mallo, al menos. Seguramente Almodóvar comparte varias.
En pleno parate creativo, la invitación de la Cinemateca de Madrid a mostrar una película suya de 32 años atrás, SABOR (que, parece bastante obvio, es en «la vida real», LA LEY DEL DESEO) lo lleva a rever ciertos momentos de su pasado. Primero se contacta –a través de una charla con Cecilia Roth, en breve cameo que arranca con la autorreferencia– con el actor de aquel film, Alberto Crespo (Asier Etxeandia, quizás «versionando» a Eusebio Poncela), con quien está peleado desde entonces. Es que se llevaron muy mal en el rodaje y no han vuelto a hablar. El problema, dice Salvador, es que el actor hizo lo que quiso y jamás interpretó lo que él le pedía. Pronto se entenderá porqué y aquí entra a jugar un segundo elemento: las drogas.
DOLOR Y GLORIA habla de drogas pero en un sentido muy distinto al que se hablaba en las películas de los ’80 del propio Pedro. Aquí se trata de potentes combos que Salvador utiliza para calmar lo que, en principio, parecen dolores físicos, en especial los de su columna operada. Con Alberto prueba, por primera vez dice, heroína. Y luego lo veremos en su casa hacer un literal puré de medicamentos para calmar su cadena de dolencias. Pero la heroína funciona aquí también como disparador de una segunda memoir (la primera es la que estamos viendo) en la que Mallo rememora su infancia con su madre (Penélope Cruz). Y allí aparecen sus penurias económicas y sacrificios, su complicada educación religiosa, su pasión por el cine y la literatura, y un primer deseo sexual.
Esos recuerdos se van intercalando con el presente en crisis de Mallo, quien sigue revisitando otros momentos de su vida (con la madre, pero mucho después) y se reencuentra con otros personajes de su pasado (uno de ellos muy bien encarnado por Leonardo Sbaraglia), siempre acompañado por su fiel y sacrificada asistente que lo lleva de médico en médico y trata de reencauzar su vida, que parece haberse detenido en una suerte de estado de repaso permanente, un hombre excesivamente medicado que no hace más que echarse a rememorar su pasado sin casi salir de su casa.
Banderas (que en sí mismo es una autorreferencia al cine de Pedro) hace una versión de este medicado Almodóvar en modismos, vestuarios y habla, pero va más allá de la imitación obvia. Y también los demás elementos de la vida de Mallo están casi calcados de la de Pedro: los posters y títulos de sus películas son idénticos a los suyos, al parecer su casa es igual y hasta tiene los mismos cuadros. Y es asumible que buena parte del resto de lo que sucede y se ve en DOLOR Y GLORIA tiene mucho de esta «autoficción» de la que el propio realizador ha hablado en entrevistas. Muchas veces Almodóvar ha hablado de sí mismo y de su familia en su cine (de hecho, su madre ya anciana se queja de eso en un flashback), pero nunca ha sido tan descarnado y directo.
Lo que más llama la atención en la película es que no tiene ninguna de las complejas vueltas narrativas de gran parte del cine suyo y hasta estéticamente es un tanto menos estilizada, en especial en la parte del presente narrativo, ya que los flashbacks sí son un tanto más «almodovarianos» si se quiere. La puesta en escena es más plana, menos afectada, más sencilla y simple, por momentos casi «japonesa» en el sentido Ozu del término. Conversaciones se mezclan con recuerdos, intimidades del pasado se combinan con anécdotas simpáticas del presente (la escena de la charla en la Cinemateca es un gran momento humorístico, lo mismo que verlo mirar LA NIÑA SANTA tras consumir heroína) pero el tono general es pesadumbroso, casi funéreo, con un aroma de desazón que recorre todo el metraje. Es el retrato de un hombre cansado, dolorido y desesperanzado, que lidia con sus imposibilidades físicas y traumas psicológicos. Y si bien trata, a su modo, de salir de ellas y poder volver a la actividad, no le estaría resultando sencillo hacerlo. El dolor, parece, está siempre más a mano que la gloria.
Sin haber leído tu crítica, expongo algunas dudas que me dejó en torno a su «falta de vueltas narrativas» con la esperanza de que me ilumines o para abrir algún tipo de debate. Sin dar spoilers, publico lo que escribí en mi pag. de Letterboxd.
——————————————————————————————————————————
Mucho para decir… y pensar.
Lo primero: adoro a Pedro, pero no veo un film suyo desde LA MALA EDUCACIÓN. Pensada como una suerte de secuela del «deseo» (que inicia con su primera gran película, LA LEY DEL DESEO) lo que me produjo EDUCACIÓN es un gran fastidio por lo laberíntica que resultaba para decir que la educación católica es una mierda. Por supuesto, esto estaba expuesto pero Pedro prefería perderse en subtramas que se apartaban del concepto para convertir la película en un policial en el que el «deseo» encarnado en el personaje de Gael García Bernal más que un pecado era un crimen funesto. Es como si la pasión desatada de LA LEY DEL DESEO hubiese parido al «Bebé de Rosemary». En definitiva, si desear era doloroso en la primera, en la segunda se conviertiría en mortal. Era la negación tácita del deseo: el triunfo de Tánatos, la muerte, imponiéndose a Eros por goleada. Y en el marco del voyeurismo más banal. Que había curas muy interesados en someter psíquica y físicamente a niños no pasaba del anecdotario de una trama inicial, luego abandonada, para justificar a sus protagonistas. Por supuesto, el resultado de esa educación sólo es capaz de producir psicópatas, parecía querer decirnos Pedro. Sin disimular su abyección («rabia» para los defensores de la película; mala leche para mi). Era su película más dispersa desde KIKA y no existía un personaje remotamente humano, querible o alguien con quien empatizar (por lo menos, no en mi recuerdo); la amoralidad como principio, eje y razón de ser. No había resquicio para el amor aquí, sólo la maldad. Poco quedaba del humanismo de la primera. Por lo menos, KIKA no tenía más pretensiones que la de ser una comedia «borde». Absurda sí, malvada y abyecta jamás.
Esta introducción es necesaria porque me resultó difícil reponerme de LA MALA EDUCACIÓN. No el el buen sentido. No volví a ver una película de Almodóvar.
Pero DOLOR Y GLORIA, que según el propio Almodóvar vendría a completar una suerte de «trilogía» con aquellas dos, volvió a despertarme el entusiasmo… por LA LEY DEL DESEO.
Desde hace rato que Pedro filma películas más intimistas. menos disparatadas y muy introspectivas. Exactamente desde TODO SOBRE MI MADRE. Pero, especialmente, desde su obra maestra (para mi) que es HABLE CON ELLA.
La infinita tristeza que sobrevuela HABLE CON ELLA, para nada afectada, siempre sincera; su punto de vista masculino (pero no tanto), inédito en su obra (son hombres que se permiten llorar y amar como mujeres), la ambiguedad de esos personajes y sus mujeres dañadas irreparablemente… un tema escabroso, un acto delictivo, tratado con una delicadeza mayúscula (su referencia meta-cinematográgica en «El hombre Manguante» es una de las genialidades del cine de este siglo) y el castigo que sobreviene inevitablemente al crimen. Sólo un cineasta tan atrevido y genial puede convertir a ese personaje en alguien con el cual uno podia poner «peros»… alguien que despertaba empatía a pesar suyo; un enfermero llamado Benigno. Que estaba enfermo, claro. Un personaje con nombre almodovariano y corazón ídem. Un alter-ego cinematográfico de Pedro, que en su obsesión por una mujer, por la necesidad de meterse dentro de ella y conocer todos sus secretos, lo lleva a cometer un acto de extrema literalidad. Hoy Almodóvar, siempre políticamente incorrecto, sería quemado en una plaza pública por esta película. No la entenderían. Hay algo aberrante, si. Pero jamás hecho con maldad. No hay «mala leche» en Benigno. Algunos lo verán como un pobre tipo y quizás sea eso. Su defensa del «amor con locura» no es menos elocuente. Y por ello paga el precio justo . No olvidar que ese «pequeño» detalle puede ayudar a entenderla mejor. Lejos está de LA MALA EDUCACIÓN. Enfocado como nunca, y más creativo que de costumbre (visualmente es deslumbrante), HABLE CON ELLA inaugura la etapa más instrospectiva y «madura», donde el humor está presente pero asordinado. Sin embargo, pese al súbito cambio de tono, el melodrama persiste. Es su marca de fábrica.
Y aquí es donde DOLOR Y GLORIA me toma por sorpresa. Creí que me iba a encontrar con una película de tono más introspectivo y sombrío, pero no hay rastros ni de melodrama ni de ninguna compleja subtrama. Tampoco es una película sombría, en la acepción depresiva del término. Si cabe, y si no fuera por sus «flashbacks», estaríamos hablando de la película más lineal de su obra. Aclarando siempre de las que he visto hasta ahora. No hay saltos temporales ni elipsis que extiendan el relato más allá del presente del sexagenario director Salvador Mallo (Antonio Banderas; ya hablaré de él y de por qué es lo mejor del film) y de su niñez junto a su madre Jacinta (y un padre ausente) como un niño precoz, con oído para la música y voraz lector. Y, por supuesto, sumido en le extrema pobreza. Porque el contraste con su opulento presente es notable.
Que Almodóvar sea autoreferencial es sus películas y que involucre tanto al teatro como el cine en ellas no es nada nuevo. Pero en DOLOR Y GLORIA ambas cosas son literales. Salvador Mallo podria ser un homónimo de Almodóvar puesto que Banderas gesticula como él, se viste como él, lleva el cabello como él y su casa/departamento (notable diseño de producción con el que colaboró el propio director aportando cuadros, colores, esculturas, libros y quien sabe cuántas cosas más) se parece bastante a la de él. Lo dijo el propio Almodóvar.
Si no fuera porque Mallo hace mucho tiempo que no filma (padece escoliosis y todo tipo de dolores, migrañas y dolencias típicas de la vejez) diríamos que es Pedro. Hasta Almodóvar contiene todas las letras de Salvador Mallo. Parece un chiste. En la casa de Mallo, por supuesto, hay un poster enmarcado de 8 y 1/2. Por si había que aclarar algo más sobre el cine y la referencialidad de la película con su autor. El teatro está presente porque es escritor y porque finalmente se decide a lanzar un texto suyo para un unipersonal luego de años (nunca queda claro cuántos pero parecen muchos) en el que expondrá una intimidad amorosa que lo acercará a un antiguo amante. La obra, llamada «Adicciones», será cedida con derechos incluidos al actor que Mallo lanzó a la fama a principios de los años 80 con su éxito cinematográfico «Sabor». Y que en la actualidad es un «junkie», un adicto a la heroína.
Como Mallo, entre la depresión que sufre y sus dolores no ha hecho nada en años y vive con tanta holgura, suponemos que «Sabor» le debe haber dejado suficiente dinero como para vivir comfortablemente. Y aquí es donde las similitudes con Almodóvar se acaban. Al menos en cuanto a las dificultades laborales: Pedro jamás dejó de trabajar.
El «dolor» queda expuesto permanentemente en el presente del relato. La «gloria» parece estar más ligada a los flashbacks que estructuran la película (más adelante hablaré de ellos). Ciertas acciones del presente disparan un recuerdo del pasado. Que Mallo decida salir de su ostracismo creativo y supere sus dificultades tendrá que ver justamente con la falta de «deseo», ese motor tan necesario para vivir. Lo que en LA LEY DEL DESEO era tan joven como desaforado, EN LA MALA EDUCACIÓN adulto pero cínico, en DOLOR Y GLORIA es… la nada misma. Sin embargo, tratándose de una película sobre la vejez, no hay nada de cínico en la falta de deseo. Si hay algo que Almodóvar tiene claro es que los dolores en la vejez son un via crucis para un director que se hecho fama de díscolo y de vivir la vida en una montaña rusa durante la década salvaje de los 80. Eso sí, por razones que no conviene adelantar, siempre le escapó a las drogas. No Almodóvar, ahora hablo del personaje.
Como la película (para mi sorpresa) es tan simple, develar si Mallo encuentra ese «deseo» perdido para volver a afrontar un rodaje después de tantos años (décadas) y cómo lo consigue sería entrar en terreno de spoilers GIGANTES. Cualquier resumen de la trama en Internet cuenta de más. Incluso el que la propia productora de Almodóvar, «El Deseo», subió a su página web.
Párrafo aparte lo de Banderas. En lugar de hacer una mímesis barata de su amigo/director encuentra su propia voz y movimientos. Como un oso herido y viejo, representar la depresión sin caer en manierismos es muy complicado. Verlo a Banderas/Mallo «puesto» con la heroína que empezará a tomar de viejo para calmar sus dolores es antológico. Muchas veces sobreactuado, es Banderas quien saca a la película de algunos pantanos que el guión de Almodóvar, como una trampa, se tiende a sí misma. En especial el plano final, que está armado para la sorpresa y lo consigue (pero que si hubiese estado más atento a un detalla nada menor respecto de las madres que componen al Salvador niño y adulto debería ser evidente)
Todavía estoy pensando si me gustó bastante o un poco. Podria hablar largo rato de cómo Almodóvar consigue que lo que parece un texto de una obra de teatro, con dos o tres locaciones fijas y sólo cinco actores principales (contando al niño) parezca cine y no una charla en una reunión de consorcio con planos, contraplanos y cortes más las elipsis y los flashbacks. Pedro extrae de telas y texturas, de diseños de vestuario y hasta del novedoso uso de CGI (para explicar con radiografías y tomografías todas sus dolencias) algo muy parecido al arte. Sin embargo, visualmente la película es de una asepsia similar a los hospitales que Salvador Mallo y su amiga y asistente visitan frecuentemente. De un minimalismo concordante con su trama diáfana y lineal- Y sólo rompe estos parámetros con los colores de la casa del director (lo que me permite especular si en su vida real, el amante de los «colores» vivos» nunca ha sufrido una depresión, si no no se entiende semejante contraste)
Hay una escena que refleja al «nuevo» Pedro. Actúan como principios estatutarios de su estética minimalista. Y en DOLOR Y GLORIA los cumple al pie de la letra. Cuando Mallo se reencuentra con su actor de «Sabor» existe una antigua disputa entre ambos en la que Mallo aclara que no le había gustado su actuación en la película y que para la obra de teatro debería contener las emociones mejor. «Un buen actor no debería llorar. Debería contener sus lágrimas». Luego agrega que no tendría que haber ningún decorado, que él «con una pantalla de fondo y una silla es suficiente». Es Mallo el que habla, pero es Pedro el que ejecuta. Cero melodrama, menos diseño de arte (excepto su casa). El cambio es notable.
Si gusta o no a los viejos «fans» de Pedro es otra historia.
Y aquí, por último, vuelvo sobre la parte que no me gustó tanto, o la que más me cuesta digerir. La «trampa» del guión. Que se conecta con los «flashbacks» de la película. Cuando el plano final funde a títulos quedé en shock. Es muy ingenioso, qué duda cabe… pero ¿es verdadero? ¿es honesto con «los deseos» del protagonista, con su historia? «¿Eso es todo?», me pregunté a mi mismo.
Sin dar spoilers, lo que ocurre en las escenas de Salvador niño, su madre (Penélope Cruz) su padre ausente y siempre de copas, y cierto albañil, pintor iletrado y muy guapo, al que el pequeño Salvador le enseña a leer y escribir a cambio de que éste ayude a arreglar la cueva en la que viven (literalmente) es el viejo Pedro de siempre. Su cámara panea alegremente, aún en medio de la pobreza de ese lugar. Jacinta, la madre, aparece lavando la ropa en el río con sus comadres. Todas cantan. Lo que sucede en los flashbacks es la película que yo fui a ver.
Es el Pedro de siempre. Y es extraordinario.
Parte del «deseo» del Salvador adulto vuelve a la vida con estos recuerdos. Pero da la sensación que Mallo (tanto como Pedro) escamotean información vital, que los protagonistas sólo cuentan algunas cosas pero no las muestran. Como por ejemplo que Salvador hizo el seminario sólo para poder estudiar en el secundario y salir de la pobreza. Pero no hay nada sobre su vida de adulto. Su auténtico despertar sexual. Su viejo amor. Sus amores, bah. ¿Tengo que aclarar la sexualidad de Mallo a esta altura? Es información vital para su recuperación, pero no profundiza mucho más allá de su niñez. ¿Por qué? Me dio la sensación que algunos recuerdos, si bien muy puntuales, son bastante caprichosos.
Ahora entiendo por qué. Y no se si es una genialidad de Pedro o una artimaña para lograr ese plano final y resignificar los recuerdos. Por momentos, me parece sólo la artimaña de un viejo zorro astuto.
No creo que a Mallo se le hubiese ocurrido algo semejante. Otra diferencia para apuntar entre ambos.
REPRODUZCO PARCIALMENTE MI COMENTARIO EN EL PORTAL «OTROS CINES»
Como cinéfilo admirador del cine de Almodóvar que soy he visto sus 21 películas y deseo manifestar que DOLOR Y GLORIA es, en mi modesta opinión, su mejor película. Paso a fundamentar.
En un reportaje después de ganar sus dos Oscar con TODO SOBRE MI MADRE(1999) como la mejor película y HABLE CON ELLA(2002) como mejor guión, el director manifiesta que LA LEY DEL DESEO es su obra maestra imperfecta, apreciación con la que coincido .
No casualmente se lanzó despuésde la gloria de su reconocimiento en Hollywood,a filmar LA MALA EDUCACIÓN(2004) intentando volver a LA LEY DEL DESEO pero el resultado fue fallido con una interesante historia en la primer mitad pero con un thriller demasiado forzado en la segunda parte.
Ahora, después de la muerte de su madre y al borde de los 70 años, decide desde su obsesión por la perfección,hacer esta película con un personaje central que tiene y no tiene mucho de él.
Al director Salvador Mallo le duele todo el cuerpo y toda su vida donde hay una profunda soledad que es tan grande como su fama. A medida que se acerca a la muerte permanecen sus recuerdos más fuertes: la fuerte presencia de su madre, la primera vez que deseó a un hombre, el gran amor que sintió por un hombre que después se fue de su vida, la pelea mayúscula con un actor que fue protagonista de su gran obra llamada SABOR (filmada el mismo año que LA LEY DEL DESEO) y el cuidado de su amiga de sospechoso parecido físico con Carmen Maura.
Una vez más las actuaciones son brillantes, empezando por Antonio Banderas, justo vencedor en Cannes, siguiendo por Penélope Cruz (su madre joven) y la gran Julieta Serrano (su madre anciana) con buenas intervenciones tanto del actor Asier Exeandía y de nuestro Leonardo Sbaraglia
Resulta imposible no conmoverse por el relato, más allá de preguntarnos qué porcentaje de Mallo pertenece realmente a Almodóvar, pero lo que importa aquí es que Almodóvar, a través de Mallo, asume sus fragilidades y sus imperfecciones como nunca antes lo había hecho, como si quisiera hacer una suerte de testamento cinematográfico.
Es así como se confirma una vez más que para transitar el camino de los genios lo primero que hay que hacer es asumir humildemente las imperfecciones.(10/10)
.