Festivales: crítica de «Atlantis», de Valentyn Vasyanovych (Venecia)
La ganadora del premio a la mejor película de la sección Orizzonti –la segunda en importancia del Festival de Venecia– transcurre en un futuro cercano en el que Ucrania debe reconstruirse después de una guerra con Rusia que la dejó humana y ecológicamente devastada.
Ganadora del premio a la mejor película de la sección Orizzonti –la segunda en importancia del Festival de Venecia, supuestamente dedicada a películas con mayor riesgo que la competencia oficial–, la cuarta película de Vasyanovych, más conocido por ser el director de fotografía y productor de la brutal película ucraniana THE TRIBE, es una suerte de distopia realista que transforma pequeñas ciudades, fábricas, rutas y zonas abandonadas de su país luego de la guerra con Rusia en escenarios de películas tipo TERMINATOR o MAD MAX. ATLANTIS arranca con un cartel que dice «un año después del fin de la guerra» y solo por la sinopsis oficial sabemos que estamos en 2020, aunque bien podría ser 30 años más adelante en el futuro o en el pasado. Es el famoso paisaje después de la batalla: cadáveres desparramados por todos lados, minas desperdigadas que pueden matar a cualquiera en cualquier momento y un clima de frío, agobio y desesperación que resulta angustiante.
De hecho, gracias a la fotografía del propio director esa angustia es oscuramente bella, imágenes cuidadas y muy delicadamente compuestas que se nos muestran la mayor parte de las veces en largos planos fijos, más allá de algún que otro travelling. ATLANTIS es una película parca y silenciosa –hay poquísimos diálogos y los textos más largos los dice un encargado de revisar cadáveres, detallando su estado de descomposición– que pinta un universo desesperanzador en el que, más allá de haber superado una guerra, levantar el país puede tomar años. Y ni hablar de los desastres ecológicos. Estamos en un territorio no tan lejano al de Chernobyl cuando finalmente se controló el desastre nuclear. Lo peor ya pasó, es cierto, pero el futuro no pinta demasiado encantador que digamos.
El protagonista, Sergiy, ha combatido en la guerra y atraviesa un claro trastorno post-traumático tras esa experiencia. Junto a Alex, otro veterano, trabajan en un molino de acero y se entretienen disparando a blancos metálicos para descargar tensiones. Tan cargados están los muchachos que terminan sus sesiones disparándose entre sí, aunque sabiendo sus inclinaciones llevan puestos chalecos anti-balas. Pero el asunto se volverá más grave cuando Alex decida acabar con su vida de una manera shockeante. Y más todavía cuando la empresa decida cerrar y dejar a todo el mundo en la calle.
En este mundo gris, lluvioso y amargo no hay muchas opciones laborales y a Sergiy –quien, en apariencia, perdió a toda su familia en la guerra– no le queda otra que ganarse algún dinero manejando un camión transportando agua potable. En uno de sus recorridos por una zona fuertemente minada se topa con un equipo de gente que recoge cadáveres y allí conoce a una arqueóloga que, de alguna manera, le permitirá de a poco ver una pequeña luz al final del túnel. Si bien el realizador ucraniano conduce a su protagonista por aún más desesperantes situaciones de destrucción y desamparo (más allá de algún curioso placer mundano que ya descubrirán), ese contacto humano lleva a la película a recorrer un camino con algo parecido a una esperanza hacia el final.
ATLANTIS es una película de alto impacto visual, aun en su modo narrativo tan económico. Cada escena está tratada con delicadeza y un cuidado estético al borde de lo preciosista pero que permite al espectador un cierto placer visual en medio de tanta angustia. Como THE ROAD pero en Ucrania, el recorrido en su mayoría solitario y desesperante del protagonista no está plagado de eventos y circunstancias sino que se experimenta desde la pura sensación audiovisual. Viendo la película uno tiene la impresión que recorrer un escenario donde se combatió una guerra brutal debe ser algo parecido a lo que se muestra aquí.
Vasyanovych tiene la inteligencia, la delicadeza y, digamos, el buen tino de proponer una línea de salvación humana en medio de tanta soledad, miseria y desesperación. En la manera seca y hasta brutal del film, ese literal calor humano que exudan los cuerpos en contacto permite que ATLANTIS no sea solo un muestrario ni un regodeo en el horror sino una suerte de amargo poema visual acerca de la posibilidad de la reconstrucción aún en las más angustiantes de las circunstancias.