San Sebastián 2019: crítica de “La hija de un ladrón”, de Belén Funes

San Sebastián 2019: crítica de “La hija de un ladrón”, de Belén Funes

por - cine, Críticas, Festivales
26 Sep, 2019 09:50 | Sin comentarios

Esta opera prima de origen catalán es la gran revelación de la competencia del festival, un retrato crudo, realista y emotivo de la vida de una mujer joven tratando de salir adelante en medio de serias dificultades.

Para qué sirven los cuchillos?”, le dice Sara a su padre cuando lo ve cortar un pan con las manos y disponerse a comerlo así, en seco. La frase no es demasiado importante en el contexto de la historia pero sí lo es a la hora de entender muchas de las facetas que tornan a LA HIJA DE UN LADRÓN en una de las mejores óperas primas españolas recientes, probablemente desde VERANO 1993, de Carla Simón, película con la que tiene muchas coincidencias aunque no necesariamente estéticas. Narrativamente, esa frase habla de uno los mayores logros del film, la idea de construir suspenso y misterio con un pasado concreto que es por todos conocido menos por los espectadores. Es el clásico comentario que suena a frase repetida y retórica dentro de una familia, algo que seguramente el padre diría a su hija mucho tiempo antes. Sabemos que hay una historia dolorosa por detrás, pero la película la deja ahí, sostenida en el vacío.

La expresión también deja constancia del tema de la película: las heridas, concretas y psicológicas, visibles y no tanto, que cargan los personajes, especialmente Sara y su pequeño hermano, que tienden a lastimarse, sangrar y hacerse sangrar cuando no los vemos. Y por último, especulando, también la imagino como una frase improvisada entre Greta y Eduard Fernández, padre e hija en la vida real y también en esta ficción, que quizás haga parte de su propia transmisión familiar de expresiones. Es de suponer que tiene muy poco que ver la relación real entre ambos con la ríspida y dolorosa de la ficción, pero esa familiaridad e intimidad se traslada orgánicamente a la pantalla.

La hija de un ladrón

Si bien el título es engañoso (que Manuel sea o haya sido ladrón, de un modo no metafórico, importa poco, y ésta no es una película de robos ni de acción), el centro sí está en una relación padre-hija. Sara tiene veintipocos, tiene un bebé pequeño, vive en las afueras de Barcelona en un centro de acogida (departamentos en los que viven jóvenes con problemas familiares, entre otras personas de distintas maneras marginadas), tiene un hermano pequeño con problemas físicos y emocionales, y un padre al que casi no ve y que hace poco salió de la cárcel. Pero Funes no explica nada del pasado. Da todo por sentado o lo deja a nuestro impreciso criterio. La película está contada en un tiempo presente absoluto y el resto es elipsis pura. ¿Dónde está la madre? No lo sabemos. ¿Por qué Sara usa un audífono? Tampoco. ¿Qué pasó entre ella y el padre de su hijo? Ni idea. Y mejor así. No necesariamente para hacer pensar al espectador en eso que pudo haber sucedido sino para dejar claro que las marcas de una historia nunca cicatrizan del todo y lastiman en el presente.

Estilísticamente la película podría ser fácilmente definible como “dardenniana”, pero creo que Funes apunta a algo ligeramente diferente. Si bien la relación con clásicos como ROSETTA (o con ALANÍS, de Anahí Berneri, una película con la que tiene muchos puntos en común, incluyendo el rostro y la aparentemente dura pero a la vez frágil personalidad de su protagonista) es innegable, la película va de a poco calmando su ritmo frenético, a tono con las emociones e intensidad de Sara, para intentar indagar en algo más íntimo y menos performático de su personalidad. Ahí donde Sara deja de “hacer” para dejarnos en claro su deseo de ser una “persona normal”, algo que quizás ella no sepa muy bien qué es pero que siempre anheló.

La hija de un ladrón

El uso de la cámara y el sonido son fundamentales pero creo que el elemento central del film es el montaje. No solo por la electricidad y frenesí que genera sino por la manera en la que trabaja las elipsis, como pasa bruscamente de un momento a otro con el movimiento (físico primero, emocional después) como guía. La película que vemos es solo la punta del iceberg de otra que hay por debajo, que se fue borrando de a poco y que hoy solo existe fuera del campo y del tiempo. Y el otro elemento son las actuaciones, claro, que calibran esas emociones que van de la agresión y el caos a la más disimulada fragilidad.

Los personajes (Sara, su padre, pero también su hermano) pueden parecer recios y duros por fuera, capaces de enfrentar a cara de piedra lo que les pongan por delante, pero apenas se mueve un poco la máscara se los nota atravesados por las emociones y respondiendo ante ellas no siempre de la mejor manera. Hasta Manuel, lo más parecido que el film puede tener a la figura de un “villano” (padre abandónico, alcohólico, quizás golpeador), es alguien con quien el espectador puede, sino identificarse, al menos un poco comprender. Pero es cierto que los dañados son sus hijos y que nuestra empatía está con ellos.

La hija de un ladrón

Con pocas palabras (el anteúltimo plano es magistral en ese sentido) y mucho nervio cinematográfico, Funes genera un potente relato sobre una mujer joven, luchadora y sobreviviente, que enfrenta las duras experiencias cotidianas con una resiliencia inquebrantable. Su film no es un catálogo de miserias y Funes no pisa jamás la trampa de la sordidez for export (hay mucha solidaridad y fuertes lazos humanos en medio de las dificultades) sino que plantea un retrato realista y directo de la difícil experiencia de crecer y de crear lazos familiares en un mundo que es menos “normal” de lo que nos contaron cuando éramos niños.