Festival de Mar del Plata 2019: críticas de la Competencia Argentina

Festival de Mar del Plata 2019: críticas de la Competencia Argentina

por - cine, Críticas, Festivales
09 Nov, 2019 04:21 | Sin comentarios

Este post se va renovando, día a día, con los estrenos de las películas nacionales en competencia. Una sección en la que ocho de los diez títulos fueron dirigidos por cineastas mujeres.

LAS POETAS VISITAN A JUANA BIGNOZZI, de Laura Citarella y Mercedes Halfon. “¿Cómo filmar la poesía?” es una de las preguntas que se hacen las codirectoras de este film. A esa duda se le podría agregar otra: ¿Cómo llevar al cine la vida de una persona que ya no está ahí y de la que solo quedan sus objetos, su departamento, su obra, los “elementos” que les dejó a tres jóvenes poetas como herencia y responsabilidad? El asunto es cómo evitar la biografía clásica, de canal de cable, sobre alguna celebridad de la cultura local, cómo sacarla de la hagiografía en la que se le celebra y se le canta, cómo salir de la trampa (mortal) del lugar común y a la vez lograr que la obra y la persona queden resonando en la mente de los espectadores.

Eso es lo que tratan de hacer Citarella, Halfon y equipo. Como las propias directoras y protagonistas del film dicen ahí, la primera parece más preocupada por el objeto cinematográfico y la segunda por la transmisión de la obra. Acaso solo sean roles que juegan en esa suerte de ficción, de relato de investigación, que envuelve a la película hasta que esa cuarta pared más que rota se vuelva inexistente. Lo cierto es que ese “perno” que la poeta Juana Bignozzi le pasó a Halfon al declararla albacea de su obra (ordenar el caos de una vida dedicada a la escritura), ella se lo pasó a Citarella al convocarla para poner en imágenes ese particularmente arduo pero revelador proceso.

El film es fruto es de esos vectores cruzados, de esas amables fricciones entre objetivos y estilos, unidos por el deseo, común, de salir de los formatos previsibles del género. Y el suceso de la película está en la manera en la que el dispositivo de construcción del propio film va de a poco dando paso a una desnudez mayor respecto a la vida y obra de Bignozzi, poeta de la generación del ‘60 que intentó siempre conectar con sus colegas más jóvenes. Algo que se logra mediante un acercamiento más directo a la lectura de sus textos.

La película no intenta explicar ni psicoanalizar a la autora ni a su obra sino que prefiere armar una suerte de parodia de un trabajo detectivesco imposible, uno en el cuál un artista sólo puede ser revelado a partir de las pistas sueltas y contradictorias dejadas a lo largo de una vida. Y así, LAS POETAS… ofrecen las partes de un rompecabezas y no lo terminan de armar. Se lo dejan al espectador, quien a partir de lo visto y oído aquí, seguramente querrá saber más de Bignozzi y más de su poesía que, como esta película, existe y vibra a través de sus contradicciones.

DE LA NOCHE A LA MAÑANA, de Manuel Ferrari. Una comedia de espíritu “woodyallenesco”, muy distinta a todo lo realizado previamente por el realizador, esta coproducción entre Argentina y Chile se centra en Ignacio (Esteban Menis), un arquitecto argentino que es invitado a participar de un congreso en Valparaíso, en Chile, y va hacia allá dejando —con culpa, claro— a su pareja que acaba de enterarse que está embarazada. Pero al llegar allí todo empieza a salir mal, una cadena de eventos desafortunados que arranca cuando no consigue comunicarse con quienes lo invitaron, luego le pierden la valija en el vuelo, allí nadie lo recibe y, al llegar por sus propios medios a la ciudad, ni siquiera encuentra la universidad en cuestión. Y cuando la encuentra, bueno, ya verán lo que sucede.

La cadena de malentendidos y situaciones incómodas está jugada en un tono que es cómico pero de modo asordinado, con la neurosis del personaje de Menis aportando una parte importante de la simpatía y el nervio del film, pero llevándolo cada vez más a un terreno lindante con lo angustiante. Lejos de apoyarse en gags efectistas, Ferrari prefiere ir usando el derrotero de Ignacio para hacer una suerte de recorrido asombrado por el lugar (bastante politizado por un lado y elitista por otro, algo que conecta al film con la situación actual del país) y por los personajes con los que se va encontrando, como una colega profesora de arquitectura (Manuela Martelli) que lo ayuda cuando el hombre está absolutamente perdido en esa fascinante ciudad, entre otros curiosos seres con los que se cruzará en esta suerte de DESPUÉS DE HORA de un argentino en Chile.

Entre mini-terremotos que lo afectan (y que todos allí naturalizan y consideran inexistentes), mareos, ataques de pánico y más y más desencuentros, Ignacio entrará en una espiral que afectará también su regreso, aumentando su angustia, quizás, respecto a su inminente paternidad. Una película simpática y a la vez un tanto inquietante que trata, fundamentalmente, sobre el miedo. El miedo al futuro, al trabajo, a la pareja, a los viajes, a la profesión, a los extraños y, más que nada, a crecer y convertirse en un adulto.

ANGELICA, de Delfina Castagnino. La depresión de Angélica va en serio. La mujer acaba de separarse de su novio, está a punto de cumplir 40 años —lo que no la pone precisamente de buen humor— y tiene que mudarse de la casa que habita. A esto hay que sumarle que su madre parece haber muerto hace no mucho tiempo y todavía no ha superado del todo el hecho. Sin otra opción, no le queda otra que mudarse a la casa de su infancia. Más bien colarse ya que la casa en cuestión está cerrada y aparentemente a punto de ser tirada abajo. Es así que Angélica pasa a vivir en ese departamento semiderruido y escondiéndose en el altillo cuando los obreros vienen a trabajar.

Castagnino va profundizando la soledad y alienación de Angélica (una excelente Cecilia Rainero), quien parece cada vez perder más contacto con la realidad, usando vestidos de su madre y viviendo extrañas aventuras que pueden estar solo en su imaginación. Su único contacto con el mundo es su hermana (Andrea Garrote), pero ni siquiera ella puede saber en donde se esconde la cada vez más perturbada mujer. En una película oscura (no solo en lo temático sino en el propio look del film, que transcurre en buena medida en la oscura casa y el aún más oscuro altillo), la directora va adentrándose en el derrumbe psicológico de Angélica, que va clara y metafóricamente en paralelo con el derrumbe de su hogar (y su historia) familiar.

Castagnino encuentra soluciones visuales fabulosas para el pequeño y poco iluminado espacio en el que la película se mueve, algo que logra también entrando y saliendo de la imaginación de Angélica y gracias a un simpático Antonio Grimau, tomándose un poco en broma a sí mismo en un rol secundario pero clave. Si bien la película podría ser un tanto más breve (su, digamos, segundo acto, estira demasiado lo que se adivina inevitable), para el final la película adquiere una potencia y una virulencia inesperadas, casi shockeantes, que sorprende tanto a los espectadores como a los propios protagonistas. De algún modo, ANGÉLICA termina siendo una película de horror, pero del horror más profundo y angustiante: a la soledad, a tener que sobrevivir aferrándose al pasado y a no encontrar motivos para querer seguir viviendo.

LOS QUE VUELVEN, de Laura Casabé. Esta suerte de drama de época envuelto por una pátina de cine fantástico va cambiando y evolucionando de a poco hacia un film de terror hecho y derecho a partir de una historia que combina muy bien temáticas sociopolíticas con una trama de suspenso. El segundo film de la directora de LA VALIJA DE BENAVIDEZ se instala en un modo de relato clásico al contar lo que sucede en una plantación misionera a principios del siglo XX (la década del ’20, más precisamente) cuando una mujer invoca a «La Iguazú», una suerte de diosa todopoderosa, para salvarle la vida a su bebé recién nacido que no respira.

Tras esa escena inicial la película se dividirá en tres partes en las que se contará las consecuencias de haber invocado a este personaje mítico que, se dice al comenzar el film, suelen ser bastante nocivas («La Iguazú es dadora y destructora», nos advierten). Todo empieza cuando un hombre (Cristian Salgado) llega de la selva como poseído y empieza a mirar con odio y desprecio al hijo de la dueña de casa y a ella (María Soldi). Otros misteriosos hechos –trabajadores que huyen, apariciones extrañas en la jungla– van sucediendo en la plantación, lo que lleva al dueño del lugar (Alberto Ajaka), su hermano (Edgardo Castro) y el cura católico (Javier Drolas) a intentar descubrir qué sucede. Al pasar al segundo episodio (un flashback a un año atrás) se empezarán a despejar los misterios y las posibles confusiones. Y, en el tercero, empezará a correr sangre.

La película de Casabé tiene como tema central la maternidad, pero detrás de eso hay una serie de ejes igualmente interesantes que tienen que ver con el deseo, el poder, la apropiación cultural, el machismo y el racismo de los terratenientes argentinos respecto a los pobladores originarios del lugar. Esos distintos vectores confluirán en un anunciado baño de sangre en el que esas diferencias culturales se enfrentarán ya en plan más propio del cine de género puro y duro que la realizadora filma con solvencia y efectividad. En un elenco parejo se destacan los trabajos de la cada vez más solicitada Soldi (como Julia) y de la actriz paraguaya Lali González (SIETE CAJAS), en el inquietante papel de Kerana, la sirvienta de la dueña de casa, quien sirve de lazo y conexión entre ambos universos.

LA MUERTE NO EXISTE Y EL AMOR TAMPOCO, de Fernando Salem. Esta adaptación de la novela de Romina Paula titulada «Agosto» (el cambio de título no es necesariamente feliz) mantiene la línea narrativa de la corta novela solo que, al perder la particular voz en primera persona del libro, la trama en sí se vuelve un tanto menos original. Es la historia de Emilia, una chica de la Patagonia que se ha ido a vivir a Buenos Aires hace ya tiempo y a la que le llega la «invitación» a volver a su pueblo natal a esparcir las cenizas de una amiga suya que murió tiempo atrás. Tras algunas dudas (Emilia está en pareja, aunque no están del todo bien) y con el miedo del regreso, la chica va hacia allí.

Como en toda historia de retorno al pueblo natal que se precie, aparecerán los reencuentros con personas que dejó de ver (especialmente una pareja que fue muy importante en su adolescencia), con la familia de su amiga y, también, los recuerdos de sus vivencias juntas, además de las experiencias específicas relacionadas con la ceremonia en cuestión. Esa vuelta disparará, además, algunas sorpresas, otros reencuentros inesperados pero, especialmente, un posible replanteo de Emilia acerca de lo que quiere hacer con su vida en el futuro. Y lo que pudo haber sido de ella de haberse quedado viviendo allí.

La nueva película del realizador de COMO FUNCIONAN CASI TODAS LAS COSAS es una sensible aproximación al universo de la protagonista, a través de sus dudas, sus miedos, sus dolorosos recuerdos y lo que eso significa en relación a su futuro. Muy bien interpretada por un elenco que incluye a Antonella Saldicco como Emilia, junto a Justina Bustos, Agustín Sullivan, Osmar Núñez y Susana Pampín, y con un tono melancólico apropiado para el tema y los escenarios patagónicos, se trata de un sólido segundo largo de Salem que confirma la buena impresión –y varios de los temas, que son similares– que había dejado su opera prima.

LA BOTERA, de Sabrina Blanco. Otra interesante opera prima argentina dirigida por una mujer, la película de Blanco cuenta las experiencias de Tati, una chica adolescente que vive en Isla Maciel, del otro lado del Riachuelo, frente a la Boca. Seca, seria, poco cómoda en su vida cotidiana, no se encuentra a gusto en la escuela y tiene una tensa relación con su padre remisero, con quien vive tras la muerte de su madre y quien prefiere pasar más tiempo bebiendo y mirando fútbol por TV que prestándole atención. 

Uno de los sueños de Tati es trabajar como «botera» (manejar un bote que cruce el Riachuelo de un lado a otro transportando personas u objetos, un trabajo que hacía su padre) pero todo el mundo piensa que no es una tarea para chicas. Hasta que aparece un chico mayor que ella que, a regañadientes, acepta enseñarle el oficio. Ella acepta pero la conexión con él traerá otras complicaciones que, quizás, Tati todavía no está del todo preparada para manejar.

LA BOTERA es otro relato que se podría definir como «coming of age» en el que seguimos a una adolescente lidiando con sus primeras frustraciones de la edad y, también, algunos logros y alegrías. En el universo de barrio de clase obrera en el que transcurre la historia es claro que la vida de Tati es difícil y áspera (su aspecto varonil y su tono agresivo no le hace fácil hacerse de muchos amigos), pero lo que Blanco intenta contar tiene que ver, no ya con la posibilidad de escapar de ese ambiente, sino con hacerse cargo de lo que uno es y llevarlo con la frente en alto. Una película pequeña, realista y muy humana.

HOGAR, de Maura Delpero. Esta coproducción argentino-italiana –que compitió en el Festival de Locarno, entre otros eventos internacionales por los que pasó– dirigida por una realizadora nacida en el norte de ese país y radicada en Buenos Aires utiliza todas las metáforas posibles para el título local del film. «Hogar» es el lugar en el que chicas embarazadas y con bebés residen, manejado por monjas italianas. «Hogar«, en el sentido clásico, es lo que esas chicas no tienen. Y, en tercera instancia, un «hogar» es el que intentan formar esas mujeres (este es un mundo sin hombres a la vista, exceptuando a los niños varones), de maneras no necesariamente tradicionales.

La película puede dividirse claramente en dos partes. La primera se centra en la relación entre dos de las jóvenes madres que viven allí, amigas pero muy distintas entre sí: Fátima tiene un niño y está embarazada, pero es una chica tranquila que parece cómoda en el hogar en cuestión. Luci tiene también una niña pero, a diferencia de su amiga, no soporta el lugar y en cada oportunidad que puede se escapa para pasar la noche con algún hombre (las desventuras de Luci se mantienen siempre fuera de campo), sin parecer importarle la violencia con la que a veces terminan esas escapadas. Esa primera parte del film es bastante convencional, mostrando a personajes que parecen un tanto esquemáticos peleando entre sí, manteniendo discusiones con otras madres, con las monjas y en distintas situaciones que trabajan un registro que bordea el costumbrismo televisivo.

Pero la segunda mitad se vuelve más interesante y está más centrada en la Hermana Paola, una monja italiana joven recién llegada y muy tímida, que empieza a entablar una relación afectiva con la pequeña hija de Luci, a la que su madre prácticamente no presta ninguna atención. Ese conflicto (que suma otra acepción a la palabra «hogar») está manejado con mayor sutileza por parte de Delpero, que de a poco va dejando de lado el costumbrismo inicial para acercarse a un asunto más profundo, humano y universal. Y sin tomar necesariamente partido, sino tratando de entender, con generosidad, las distintas posturas de las protagonistas (las dos chicas, la joven novicia, los niños y las monjas severas que manejan el hogar), cada uno intentando darle su propio significado a la palabrita en cuestión.

LAS BUENAS INTENCIONES, de Ana García Blaya (link)

THOSE THAT, AT A DISTANCE, RESEMBLE ANOTHER, de Sarah Jessica Rinland. Si bien es relativamente poco conocida en el país, Rinland –una cineasta de origen argentino radicada en Gran Bretaña– viene ya hace muchos años desarrollando una carrera, mayormente a través de cortometrajes, que están en el cruce entre lo cinematográfico, lo ensayístico y, si se quiere, la fotografía e instalación. En este largo, que viene ya siendo aplaudido en varios festivales, la realizadora elige como eje temático la dicotomía entre original y copia. Y lo hace explorando el trabajo de arqueólogos que se dedican a reconstruir, en este caso, un colmillo de elefante, con muchísimo cuidado y atención por el detalle.

Se puede decir que el film tiene dos ejes simultáneos. Uno, que se explora visualmente, ligado al trabajo de orfebrería de las manos sobre los materiales. En una película en la que apenas se ven rostros, lo más constante es la imagen de manos trabajando (en algún caso son las de la propia realizadora) con mucha dedicación en esta suerte de copia para ser exhibida en un museo. La seriedad del asunto está entrecortada por conversaciones a veces casuales y música bailable que se escucha mientras trabajan los restauradores, en su mayoría latinoamericanos.

Por otro, la película funciona como una reflexión sobre el tema copia vs. original inspirada, dice Rinland, en algunas ideas propuestas en la película CERTIFIED COPY, de Abbas Kiarostami. Aquí, como allí, se debate sobre aquellos conceptos, intentando pensarlos de un modo no tradicional («el original en la naturaleza también es una copia de un ADN previo», «la copia no es víctima del paso del tiempo a diferencia del original», etcétera) que pueden aplicarse también a la propia imagen cinematográfica. No solo con respecto a su conservación en el tiempo sino en la propia práctica y en la «diferencia» entre lo que se hace en el momento y lo que se documenta y luego se proyecta. Una película sobre el trabajo, fundamentalmente, y una reflexión sobre todo tipo de preservación.