Festivales: crítica de «The Killing of Two Lovers», de Robert Machoian (Sundance)
Esta sorprendente opera prima del fotógrafo y cortometrajista norteamericano es un original estudio audiovisual acerca de un potencialmente violento triángulo amoroso en una pequeña ciudad perdida en medio de la nada.
El Festival de Sundance, al menos en el siglo XXI, no se ha caracterizado demasiado por el riesgo cinematográfico que asume en su programación. Sí, aunque muchos crean que se trata del epicentro del cine independiente en Estados Unidos, la mayoría de las películas que salen de ahí, si bien tienen temáticas, puntos de vista y personajes alejados del mainstream hollywoodense, raramente tienen ideas de puesta en escena novedosas u originales. Es por eso que una película como THE KILLING OF TWO LOVERS, que está apropiadamente en la sección más «vanguardista» NEXT, llama rápidamente la atención. No por su tema ni por sus personajes ni por nada ligado a lo que habitualmente se destaca en las películas que salen de Sundance –en esos aspectos está dentro de lo esperable– sino por decisiones de tiempos narrativos, posiciones de cámara y sonido que la acercan a criterios más europeos o vanguardistas: lo que solíamos dar por llamar arthouse cinema antes que esa definición perdiera casi todo sentido.
La película es un drama minimalista que transcurre en un pueblo chico de Utah cuyo aspecto resulta a todas luces bastante desesperante: nevado, desangelado, semivacío. Conocemos a nuestro protagonista, David (Clayne Crawford, casi irreconocible en relación a su papel en la serie RECTIFY) en una situación muy tensa, apuntándole con un arma a la cabeza a la que, sabremos luego, es su mujer Nikki (Sepideh Moafi) y a su nueva pareja (Chris Coy, cuyo rostro será familiar para todos los que hayan visto THE DEUCE, aunque aquí en un rol muy diferente) que están durmiendo juntos en una cama. David y Nikki están en pleno proceso de separación y si bien él está viviendo con su propio padre y visita a los cuatro hijos que tienen (una adolescente y tres niños más chicos) acordando horarios con su mujer, todavía le resulta demasiado brutal encontrarla con otro hombre en esa situación. Y mientras los tiene en la mira, llora desconsoladamente. Si bien se han puesto de acuerdo en «ver a otras personas», una cosa es decirlo y otra es topárselo en vivo.
Pero lo que más sorprende en THE KILLING OF TWO LOVERS es la forma en la que Machoian da cuenta de esos hechos. Su cámara pasa de estar literalmente pegada al rostro de David para luego retratar su salida del lugar –y buena parte del film– desde una distancia considerable, con planos largos y tratando de cortar lo menos posible dentro de cada escena. A ese brutal paso del plano casi detalle al general le agrega otro elemento discordante en la banda sonora, llena de ruidos y elementos no diegéticos que intentan que el espectador se ponga dentro de la cabeza del más que nervioso David.
La anécdota de la película seguirá ligada a las tensiones que al hombre le despiertan tanto la separación con su mujer como la distancia con sus hijos (la hija, especialmente, se está llevando muy mal con el tema) y cómo las circunstancias lo van violentando cada vez más, algo que suele resolver golpeándose a sí mismo o a ciertos objetos preparados para recibir ese tipo de violencia. David, un hombre dedicado a trabajos manuales, dice y quiere hacer creer a todos que es un tierno y pacífico sujeto al que le gusta cantar, tocar la guitarra y que ama a sus hijos. Y eso es cierto, claramente, pero también es evidente que tiene una violencia interior que está a punto de explotar.
Ella, que parece más «moderna» y actualizada respecto a relaciones de pareja (trabaja en un estudio legal), intenta llevar todo de la manera más civilizada posible, pero tarde o temprano tendrá que confrontar lo que es evidente: en un pueblo tan chico es imposible que él no se entere que ella está teniendo una historia con otro tipo (ella no sabe que él ya sabe). Y menos aún que los dos tipos se crucen. Es allí donde la película pegará un giro sobre sí misma que no revelaremos pero que conduce a un tercer acto bastante fuera de lo pensado y un final que queda abierto a varias interpretaciones posibles.
Pero, como decía antes, lo más llamativo de THE KILLING OF TWO LOVERS pasa por las decisiones estéticas de su realizador. Además del trabajo de encuadre y de sonido que mencioné antes, Machoian utiliza un formato de cuadro que cambia en un momento de la película, pasando del más clásico y casi cuadrado de 1.33 a uno más actual –1,66 o similar–, algo que hace dentro del mismo plano. El realizador –que proviene de las artes visuales, la fotografía y ya pasó por Sundance con tres cortos– por suerte no se enamora demasiado de este recurso y apenas lo usa una vez, pero deja en claro todo el tiempo que está tratando de tensar su historia de modos puramente audiovisuales, recurriendo a los diálogos o a la virulencia física solo cuando es necesario.
El punto de vista tan distante y clínico de la película hace que esas explosiones se sientan de lleno en el cuerpo, creando en el espectador una sensación de permanente nerviosismo. Es un film formalmente calmo pero que da todo el tiempo la sensación de que algo en algún momento explotará. Y claro que lo hace, aunque de una manera inesperada, poniendo en tela de juicio ciertas ideas y apariencias sobre la llamada masculinidad tóxica. Al tomar el punto de vista de un personaje ambiguo y complejo como David (capaz de ser muy tierno y amable pero también un asesino en potencia), algún espectador podrá ver a la película como una defensa de sus celos y maquinaciones, poniendo a su mujer y al tercero en discordia como los villanos de la trama. Pero queda claro que la película es más complicada que eso. Un poco como TAXI DRIVER –otra película que nos hacía poner a los espectadores del lado de un potencial psicópata–, THE KILLING OF TWO LOVERS juega con nuestras identificaciones y con la idea de un final feliz que puede no ser exactamente lo que parece.