Estrenos: crítica de «El precio de la verdad», de Todd Haynes
La nueva película del director de “Carol” y “Velvet Goldmine” es un drama legal de denuncia de formato clásico que funciona pero no sorprende. Una película efectiva y convincente pero algo chata.
Seguramente nadie imaginaba que el director de películas tan complejas, cinéfilas y estéticamente ambiciosas como SAFE, VELVET GOLDMINE, I’M NOT HERE o la propia CAROL tenía dentro de sí las ganas, el deseo y el talento como para hacer una película, en principio, tan radicalmente diferente a todas ellas como es EL PRECIO DE LA VERDAD. Es que su nuevo film, protagonizado y coproducido por Mark Ruffalo, es un drama legal de denuncia clásico, que funciona siguiendo muchos de los códigos existentes en este subgénero que suele centrarse en una persona que dedica su vida a llevar a la Justicia a empresas “peligrosas”. En este caso, las que contaminan el medio ambiente. Un poco como lo que hizo otro experimentador serial como Steven Soderbergh cuando estrenó ERIN BROCKOVICH, Haynes prueba saber adaptarse bastante bien también a este formato. Aunque es claro que no es su fuerte.
Lo que sí puede resultar raro es lo fiel que Haynes es al citado subgénero. Al saber que el director de películas tan estéticamente ambiciosas como las citadas, además de POISON, FAR FROM HEAVEN o WONDERSTRUCK, otra de las ideas previas que uno podía tener era que su película iría más allá de lo usual en el formato. Pero no. Si se quiere, SAFE es la película «rara» que habla de estos mismos temas desde una perspectiva inusual, misteriosa, inasible. EL PRECIO DE LA VERDAD, temáticamente, es una película «hermana» de aquella. Pero formalmente es su opuesto, ya que –salvo por algunos detalles– no se sale nunca de la norma.
Pero el caso de Haynes, creo yo, no es el de un cineasta que llegó a un momento de su carrera en el que eligió dejar de probar formas nuevas e ir a lo seguro o volverse “comercial”. Tengo la impresión que lo suyo es, por un lado, querer probarse a sí mismo en otros registros y, por otro, dejar que cierto costado más político salga a la luz de la manera más directa posible. El cine de Haynes siempre fue crítico, siempre cuestionó todo tipo de «status quo», desde los sexuales hasta los cinematográficos, pero muchas de sus películas eran celebradas más por su audacia formal que por sus cuestionamientos temáticos. De hecho, se ha dicho que su excesivo apego a cierto “formalismo” hace a veces que sus temas queden en segundo plano.
Aquí eso no sucederá. Haynes decidió “vaciarse” e ir al grano, aún corriendo el riesgo de caer en cierta chatura formal. Ruffalo interpreta al clásico personaje que, llevado por las circunstancias, se ve obligado a pegar un vuelco a su vida. El es Rob Bilott, un abogado (real) que trabaja para un estudio cuyos clientes son grandes y poderosas empresas, muchas de ellas con asuntos oscuros para ocultar. Entre ellas, la química DuPont, enorme potencia en esa industria. Casi por casualidad, le llega un pedido furioso de parte de Wilbur Tennant (Bill Camp), un hombre que conoce a su abuela: la empresa en cuestión, asegura Wilbur, está contaminando el agua de la zona y generando una enorme cantidad de deformaciones en el ganado y muertes en su condado del pobre estado de West Virginia.
Claro que, al principio, Rob no quiere saber nada con el asunto y menos aún sus jefes en el estudio de abogados, liderados por Tim Robbins, acaso el único que, con dudas, lo apoya. Pero la persistencia y combatividad de Wilbur, además de las muy evidentes pruebas de que DuPont esconde algo muy serio ahí, lo van haciendo meterse más y más en la investigación del caso, transformando por completo su vida tanto personal (su mujer la interpreta una desaprovechada Anne Hathaway) como profesional en una “cruzada” que se extiende muchísimo más tiempo que el pensado.
La película funciona pero no sorprende. Al contrario, por momentos sigue tanto las reglas que uno se queda deseando alguna evidencia de que Haynes está realmente detrás de cámara. Pero no. Nunca alcanza los niveles de clásicos del género como EL INFORMANTE, de Michael Mann o la propia BROCKOVICH. A la que más se parece es a SPOTLIGHT, pero el guion no es tan potente como el de aquella película ganadora del Oscar. Lo que más conecta a EL PRECIO DE LA VERDAD con su cine está en lo temático y en cierto tono, si se quiere, melancólico.
Los temas ligados a la contaminación ambiental estaban presentes ya en la mítica SAFE de una manera mucho más extraña. Acá son centrales y mucho más directos. No hay sutileza ni incomodidad alguna, sino un intento de convencer al espectador. Y el tono tiene que ver con que Haynes no puede (o no sabe, o no quiere) transformar a ésta en una historia optimista, como sucede en otras películas del subgénero. Por cada victoria que muestra, el director pone más la mirada y la atención en los costos y sacrificios. Y por cada buena noticia, deja entrever que una mala — o muchas malas— esperan a la vuelta de la esquina.
No la vi todavía pero creo que ya no se puede ser optimista. Un abrazo Diego.
Aunque coincido casi siempre con Diego esta vez no estoy de acuerdo con el comentario Diego. No me parece que esta muy buena película sea tan convencional porque no es una apología del héroe individual. En un momento el personaje que compone Mark Ruffalo dice que la solución no está en la Justicia ni en creer en los políticos sino en que se unan los que sufren las consecuencias de lo que hacen los poderosos. Esta frase no aparece en los alegatos políticamente correctos que convertirían al personaje de Ruffalo o al primer denunciante que murió de cáncer en héroes. En rigor aunque Dupont haya tenido que pagar más de 200 millones de dólares de su compensación a las víctimas, sus ganancias anuales son diez veces mayores así que todo lo que luchó el personaje central de la película tiene un costo para Dupont que puede leerse como un año flojo en ventas. ¿será ese el precio de la verdad?