Estrenos online: crítica de «Greed», de Michael Winterbottom
La nueva película del director de «24 Hour Party People» es una sátira política bastante obvia y muy poco sutil que transcurre durante los preparativos para el extravagante festejo de cumpleaños de un multimillonario empresario del mundo de la moda. Con Steve Coogan, Isla Fisher y Asa Butterfield.
Recuerdan cuando Michael Winterbottom era un joven, inquieto y promisorio cineasta británicos? No fue hace tanto tiempo. Desde mediados de los años ’90 y hasta fines de los 2000, el director de 24 HOUR PARTY PEOPLE, IN THIS WORLD y TRISTRAM SHANDY, entre muchas otras, se caracterizaba no solo por ser prolífico (eso es algo que sigue manteniendo, ha hecho unas 30 películas en 25 años) sino por el llamativo nivel y calidad que tenían muchos de sus films, de los géneros que fueran. Winterbottom pasaba de la película histórica al western de ahí al drama contemporáneo con tintes políticos y a la comedia con rápidas paradas en el documental, la ciencia ficción o el universo de la música. Y todo parecía salirle llamativamente bien. Quizás no era un generador de obras maestras, pero uno podía confiar en que sus películas raramente decepcionaban.
Bueno, eso se acabó hace un buen rato. A excepción de la entretenida, aunque menor, serie de cuatro películas THE TRIP (centrada en las desventuras gastronómicas de los comediantes británicos Steve Coogan y Rob Brydon por diversos paraísos culinarios europeos), las últimas películas del director de BIENVENIDOS A SARAJEVO, EL CAMINO DE GUANTANAMO o NUEVE CANCIONES no han sido exhibidas en festivales importantes (la mayoría de sus películas hasta 2007 pasaron por Berlín, Cannes o Venecia; luego desaparecieron de ese mapa) ni han tenido demasiada distribución comercial internacional en salas.
GREED no cambiará seguramente ese recorrido. Se trata de una comedia muy simplista y bastante burda acerca de un magnate del mundo de la moda que se prepara para festejar sus 60 años a toda orquesta en la bella isla griega de Mykonos. Interpretado, previsiblemente, por Steve Coogan, Sir Richard McCreadie es un self made man inspirado en el verdadero Philip Green, dueño de Topshop. El hombre, mediante tácticas comerciales más que dudosas, logró volverse un todopoderoso hombre del fashion world. Y la película, que va y viene en el tiempo haciendo eje en los patéticos preparativos de la fiesta en cuestión, muestra no solo que su carrera está llena de víctimas y crueldades varias, sino que está siendo investigado por manejos turbios de dinero. A tal punto que muchas «celebridades» que esperaba en su fiesta están cancelando su viaje a la isla.
El agresivo y desconsiderado «Greedy» McCreadie (sus dientes postizos lo dicen todo) es un ser humano impresentable. Y alrededor suyo hay una serie de personajes aún menos interesantes que él. Su hijo veinteañero al que no le presta atención (Asa Butterfield), la ex mujer con la que creó todo su imperio (Isla Fisher), su nueva y joven novia (la modelo Shanina Shaik), su anodina hija (Sophie Cookson), su irritante madre (Shirley Henderson) y, fuera de su núcleo familiar, las dos miradas si se quiere críticas que representan la del director/guionista: la del medio tontuelo periodista encargado de escribir su biografía (el popular comediante británico David Mitchell) y la de una de sus empleadas (Dinita Gohil), de origen indio, cuyo pasado familiar está conectado al de la «factoría» de su patrón, ya que su ropa se produce a bajísimos costos en países como Sri Lanka y Bangladesh.
Además del recorrido por su discutible pasado, la película hace eje en la problemática preparación de la fiesta, una ambiciosa «superproducción» que incluye la construcción de un anfiteatro tipo Coliseo Romano –con león incluido, todo «inspirado» en la película GLADIADOR— que está muy lejos de terminarse. Los problemas que se generan con los ineficientes y mal pagos empleados locales, con refugiados sirios que se instalan en la playa y con un muy guionado «reality show» que filman con su vida van dando la idea de que la fiesta en sí será un desastre.
De todos los problemas de GREED el principal es que no es divertida como comedia, que sus personajes son tan estereotípicos como desagradables y que los temas «serios» que rodean a la propuesta –y que cobran mayor fuerza sobre el final– están metidos de una manera muy forzada. Es claro que Winterbottom y Coogan han querido hacer una sátira política, de denuncia si se quiere, sobre los excesos de todo tipo (económicos y humanos) de los billonarios del mundo de la moda, pero la película no hace más que martillar los mismos y obvios clavos de siempre. Es difícil que alguna de las denuncias que allí se hacen sorprendan (o cambien los hábitos de la gente) y lo que queda es tolerar unos 100 minutos de peleas, gritos y malos entendidos de un montón de gente irritante y desagradable. Tampoco la mirada «humanista» de los que ven el circo de afuera ayuda demasiado porque esos personajes son tan estereotipados como los ricos y famosos.
Hay algunas observaciones simpáticas aquí y allá, algunas ligadas a la historia de cómo Richard llegó a convertirse en un magnate (escenas que recuperan la moda británica de los años ’80 y ’90) y momentos graciosos relacionados con «la interna» de la fiesta (a Winterbottom le gusta dar nombres propios de famosos y se arman discusiones sobre cuánto dinero cuesta invitar a uno u otro para hacer tanto un show como un mero acto de presencia), pero son apenas diálogos casuales, breves situaciones risueñas en un todo que nunca sale de la medianía.
Y por más caras conocidas que aparezcan aquí y allá (hay muchos cameos dando vueltas), GREED nunca cobra verdadera fuerza. De hecho, en un punto hasta se vuelve un poco hipócrita en su mezcla, en paralelo, de exhibicionismo y denuncia. A lo largo de su carrera –y más aún desde que descubrió los textos de Naomi Klein y hasta dirigió un documental sobre «La doctrina del shock»— Winterbottom viene intentando darle un tinte político y crítico a la mayoría de sus películas. Pero ya no parece encontrar la fórmula ni el talento para hacerlo de manera efectiva. Queda la pose, el gesto y el supuesto enojo, pero el cine parece haber desaparecido por completo.