Festivales: crítica de «The Painted Bird», de Václav Marhoul

Festivales: crítica de «The Painted Bird», de Václav Marhoul

por - cine, Críticas, Festivales, Online
14 May, 2020 11:14 | comentarios

La adaptación de la famosa novela de Jerzy Kosinski es un catálogo de atrocidades cometidas contra un niño durante la Segunda Guerra Mundial a lo largo de casi tres insoportables horas de constante –pero bellamente fotografiada– brutalidad.

No siempre lo hago, pero hay películas en las que prefiero tomar notas, apuntes, pequeños recordatorios de diversas cosas. Pueden ser ideas, diálogos, escenas específicas, detalles de la trama, pensamientos que se me van ocurriendo mientras veo la película, etc. En el caso de THE PAINTED BIRD no tenía pensado hacerlo y por el ritmo lento, pausado, bien de la «vieja guardia» de Europa del Este que tiene el film me pareció que no hacía falta. Pero en un punto me fue imposible evitarlo. Y no, los apuntes que fui tomando no tuvieron que ver con ninguno de los puntos citados anteriormente sino que hice una lista de las calamidades que atraviesa y que, también, comete el protagonista.

Adaptada de la célebre novela de Jerzy Kosinski, publicada en 1965, en la que relata experiencias vividas por un niño separado de sus padres durante la Segunda Guerra Mundial (se la «vendió» en su momento como autobiográfica pero luego se supo que había mucho de invención y de anécdotas tomadas de prestado en la historia), la película dirigida por Václav Marhoul (realizador de TOBRUK, de 2008) ofrece una lista de sufrimientos, torturas y maltratos tal que podría organizarse como un catálogo para futuras producciones. Imaginen lo más horrible que le puede pasar a un niño que va de los 10 a 14 años, o eso parece, a lo largo de la historia, y todo eso estará. Y más aún: hay cosas que siquiera imaginan.

En el desfasado universo en el que funciona la película checa, la belleza de las imágenes son opuestas a las espantosas situaciones que se suceden dentro de ellas. Cualquiera que haya leído aquel texto mítico de Jacques Rivette llamado «De la abyección«, centrado en una cruenta aunque estilizada escena de una película de Gillo Pontecorvo (KAPO), acá podría hacerse un festín. No hay una escena así: todas las escenas son así. Una tras otra, una peor que otra, una más tremenda y bellamente filmada que la siguiente. Es evidente que Marhoul jamás leyó ese texto. O, si lo leyó, le interesa poco y nada lo que dice Rivette allí acerca de la estetización de la crueldad y la muerte. Es como una película hecha en contra de ese texto.

Joska es un niño que, en un país de Europa del Este que nunca se nombra (suponemos que es Checoslovaquia, pero a lo largo de las desventuras del chico es claro que va pasando de país en país), queda solo en medio de la Segunda Guerra Mundial. La anciana un tanto brusca que lo cuida se muere de golpe y el pequeño, por accidente, incendia la casa en la que viven por lo que tiene que empezar una marcha sin final visible en la que es recogido y brutalmente maltratado por diversos personajes, en una estructura episódica, separada con carteles que dan cuenta de sus distintas e invariablemente infelices «convivencias».

Es así que Joska, en planos de sobrecogedora belleza y en un estilizado blanco y negro que recuerdan al cine de Andrei Tarkovsky u otros grandes del cine del bloque soviético de la década del ’50 y ’60, va pasando de «dueño en dueño» como si fuera un esclavo en el sur estadounidense a principios del siglo XIX. En cada caso, invariablemente, lo maltratan, humillan, golpean, violan, torturan, sodomizan, agreden, violentan y cualquier otra cosa que puedan imaginarse. Y no solo a él sino a varios personajes con los que se cruza.

Mi lista incluye las siguientes (aviso que esto cuenta como SPOILER de torturas varias): le gritan, le pegan, lo entierran con la cabeza afuera para que se lo coman los cuervos, lo acusan de ser un enviado del demonio (varias veces), le roba la ropa a un niño recién muerto, lo violan, lo tiran a un charco lleno de mierda, lo azotan, lo torturan, lo cuelgan, lo vuelven a violar, lo atacan perros, lo vuelven a torturar y él luego empieza a matar para sobrevivir. Y no solo él sufre la brutalidad generalizada en la que se vive. Otros personajes son igualmente violados, asesinados, decapitados, golpeados, humillados y puedo seguir así detallando las escenas que componen gran parte de las casi tres horas que dura el film.

¿Qué sostiene esta cadena de calamidades? Digamos que la idea del film, y del libro, es la de mostrar el estado de cosas en el Este de Europa durante la Segunda Guerra. Por un lado, contra los judíos (el niño lo es), pero también contra cualquier persona «ajena» a determinadas comunidades cerradas. Es así que el chico, al llegar a un nuevo pueblo escapándose del anterior, es tratado de igual o peor manera. Y peor aún en el siguiente. Y sigue así, como por default. Salvo un cura (encarnado por Harvey Keitel) y, durante al menos unos minutos un soldado (encarnado por Barry Pepper) nadie le regala ni una sonrisa. Y hasta una joven solitaria que lo usa como objeto sexual termina maltratándolo porque el chico no «rinde» como ella quisiera.

EL PAJARO PINTADO es de esas películas tan previsibles que, ante cada situación o personaje nuevo que aparece en la narración, uno solo tiene que pensar qué es lo peor que podría hacerle al niño y seguramente eso (o algo peor aún) sucederá. Todo eso, reitero, filmado con una majestuosidad y belleza que envidiarían el 90 por ciento de los cineastas del mundo. Dicho de otro modo, estamos ante un desperdicio del talento fotográfico del septuagenario Vladimír Smutný (DF de KOLYA y muchas más películas de Jan Sverák, entre otras) en pos de una narración tan brutal y seca como mecánica y hueca.

En una película de poquísimos diálogos (el niño casi no habla) y en la que se combinan distintos idiomas de la región en una suerte de inter-eslavo, aparecen actores reconocidos como Udo Kier, Stellan Skarsgaard, Julian Sands o los citados Keitel y Pepper, entre otros, ampulosamente doblados, dándole a todo el proyecto un aura de coproducción pan-europea de esas que eran muy habituales en la segunda mitad del siglo pasado. Eso no necesariamente sería un problema (hay muchísimas de estas coproducciones internacionales dobladas hasta el absurdo que son muy buenas), pero aquí eso solo agrega otro motivo para fastidiarse con el film.

Hay un punto en el que uno ya no sabe mucho qué hacer con la película. Admito que en un punto me empecé a reír. Sí, mientras un bebé gritaba y lloraba al lado del cadáver baleado de su padre, a otro empalaban con una cruz en el pecho y un militar con cara de pocos amigos bebía de su botella de whisky y disparaba matando a diestra y siniestra a cualquiera que apareciera en cuadro, no pude evitar tentarme y reírme durante un buen rato. La situación, obviamente, no era para risas pero a la vez la puesta en escena era tan grosera en su brutalidad que no supe ni pude responder de otra manera. Sabrán disculpar…

Al final (sí, hay más SPOILERS aquí), el niño soporta tanta crueldad y humillaciones que se vuelve igualmente bestial, matando gente, robando, perdiendo cualquier contacto con su humanidad. «Ojo por ojo, diente por diente«, le dice un soldado con el que comparte una etapa de su epopeya. Y allí va él, a intentar devolver con saña el daño recibido. Pero pronto se encuentra con alguien central en su vida al que primero rechaza de mala manera hasta que, al darse cuenta de un importante detalle, entiende que debe perdonar y comprender. El golpe bajo es tan pero tan grande –acompañado, obviamente, por una música sensible ad hoc– que la «emoción» que esa escena genera es igual o más problemática que la cadena de brutalidades que vimos antes. A la inevitable lágrima que nos exprime saber que el protagonista, al menos en principio, se ha salvado, le sigue un fastidio que bordea con la repulsión y con la vergüenza, no solo cinematográfica.