Series: crítica de «Mrs. America», de Dahvi Waller
Esta miniserie se centra en la larga lucha que tuvo lugar en los años ’70 por aprobar en los Estados Unidos una enmienda constitucional que iguale derechos de hombres y mujeres. Cate Blanchett, Rose Byrne y Elizabeth Banks, entre otras, protagonizan este inquietante aunque poco sutil repaso histórico.
Una miniserie con importantes ambiciones históricas, MRS. AMERICA logra superar un inicio poco consistente y más cercano a una representación audiovisual de un contenido que bien podría encontrarse en Wikipedia para, de a poco, transformarse en una batalla más personal por los derechos de la mujer en los Estados Unidos. Con un elenco que incluye a Cate Blanchett, Rose Byrne, Elizabeth Banks, Tracey Ullman, Sarah Paulson, Margo Martindale y Melanie Lynskey, entre otras celebradas actrices, la serie creada por Dahvi Waller pasa de lo general a lo específico y de las «noticias» a las consecuencias personales que lo público tiene sobre lo privado. Y es así que, finalmente, logra hacer una pintura bastante precisa de una época de fuertes cambios políticos.
A lo largo de sus nueve episodios, MRS. AMERICA casi nunca deja de ser un tanto obvia y subrayada (la música elegida es clara al respecto, todos hits significativos de la época), y a la vez está claramente decidida a crear heroínas por un lado y villanas por el otro. Pero promediando la temporada hay un par de hechos que le permiten salir de su recorrido más previsible. El tema de MRS. AMERICA es la lucha que tuvo lugar a lo largo de toda la década del ’70 por ratificar en por lo menos 38 estados (los dos tercios que pide la Constitución de los Estados Unidos) la llamada Equal Rights Amendment, una enmienda constitucional que proteja la igualdad de derechos entre los hombres y las mujeres. Algo que parecía muy sencillo de hacer, ya que todo el Partido Demócrata y buena parte del Republicano estaban de acuerdo, pero que se fue complicando cada vez más.
¿El motivo? La mujer a la que se refiere el título de la serie. Phyllis Schlafly (Blanchett), una política de la rama más conservadora del Partido Republicano, una muy sagaz y convincente oradora que, más allá de sus muchas veces absurdas consideraciones, fue generando un movimiento alrededor suyo que puso freno y complicó muchísimo la aparentemente sencilla victoria de sus pares feministas, conducidas por figuras públicas relevantes como Gloria Steinem (Byrne), Bella Abzug (Martindale) y Betty Friedan (Ullman), entre otras.
La serie se despliega a lo largo de toda la década con un sistema narrativo un poco extraño. Por un lado, entre episodio y episodio suele pasar bastante tiempo (meses, incluso años) y, a la vez, cada uno de ellos tiene como eje principal un personaje en particular, si bien no se desentiende del resto. El otro detalle importante es que la serie va y viene entre ambos bandos, generando un permanente choque visual y de estilos entre las jóvenes y modernas feministas y las más tradicionales «esposas de…» que conformaban el grupo conservador liderado por Schlafly.
Promediando la serie suceden dos cosas que levantan, y mucho, lo que venía siendo hasta ese momento una suerte de repaso temático de las distintas subtramas de la pelea (un episodio dedicado a los problemas raciales, otro a las elecciones sexuales, otro al aborto y así). Por un lado –y curiosamente en función de la lógica y previsible simpatía de la serie con las mujeres que estaban a favor del E.R.A.–, el grupo de las «anti-derechos» va teniendo más y más peso en el relato. Si bien la mirada es más bien crítica y sarcástica –especialmente con la muy hábil pero cruel Phyllis– es un hallazgo que la serie se ocupe más de los «villanas» que de las «heroínas» de la historia, algo que claramente no gustó mucho a los cada vez más obtusos críticos en Estados Unidos, que no solo quieren corrección política sino que la quieren obvia y declamada.
Y, por otro, por entrar más a fondo en los conflictos personales de las diferentes protagonistas. Para eso la serie inventa a algunos personajes ficticios que le sirven para mostrar las tensiones existentes dentro de los dos grupos. El episodio dedicado a Brenda Feigen (Ari Graynor), una militante real que lidia con deseos sexuales que la confunden, o el peso que sobre el final tiene Alice (Sarah Paulson), un personaje ficticio dentro del grupo de Schlafly, ponen en primer plano qué es lo que pasa cuando el grupo que cualquiera de ellas integran no las representa o contiene de la manera en la que lo necesitan, más allá del bando en cuestión.
El grupo feminista es, pese a la simpatía que la serie tiene con él, el más caótico y complicado. Con muchos celos internos, peleas personales y posturas políticas enfrentadas acerca de qué tipo de proyecto presentar para ser aprobado, las líderes luchan de manera muchas veces muy dura por imponer su propio criterio en la mesa de negociaciones. La carismática Steinem –toda una celebridad– se enfrenta a la más tosca Friedan, la «madrina» del feminismo. Y, a la vez, la extrovertida Abzug termina rompiendo más puentes que abriéndolos con sus vociferantes y ampulosos modos. La republicana Jill Ruckelshaus (interpretada por Banks, cuyo ajustado trabajo evita la sobreactuación o «imitación» exagerada del personaje real en los que caen otras) es una defensora del E.R.A. que juega también un rol clave a la hora de llevar adelante la articulación política para que la enmienda avance. Pero algunos inesperados reveses van horadando cada vez más al grupo.
Por otro lado, lo que la miniserie muestra con eficacia (irónica, pero eficacia al fin) es cómo el movimiento conservador crece y crece a partir de una líder entre carismática y tiránica que no da mucho espacio a los debates internos. Más allá de lo que terminará pasando con el E.R.A. (se recomienda, si no lo saben, que no lo googleen), lo que MRS. AMERICA pinta son los inicios de lo que hoy conocemos como el movimiento Pro-Vida o de «valores familiares», cuyo comienzo algunos historiadores fechan en una marcha convocada por el grupo de Schlafly (llamado «Eagle Forum») en 1977 para oponerse a la Convención Nacional de Mujeres, manejada por las defensoras del E.R.A., a las que Phyllis llamaba, con mueca de asco, «liberales feministas aborteras».
Es un llamativo riesgo para una serie tan claramente celebratoria del movimiento feminista (de entonces y de ahora) hacer eje en un personaje que claramente se opuso a toda conquista de derechos para las mujeres. Schlafly explica una y otra vez en los debates públicos que se suceden que, según su opinión, era más lo que perdían que lo que ganaban de aprobarse la enmienda. Pero hacer eje en ella es, también, lo que le permite a MRS. AMERICA no convertirse en una obvia y hasta panfletaria serie armada para apoyar una causa sin ningún sustento dramático real.
Al poner el foco en Schlafly, MRS. AMERICA se convierte en un llamado de atención para aquellos que creen, confiados, que ciertos movimientos progresistas respecto a derechos humanos triunfarán por la importancia, la madurez y hasta la obviedad de sus reclamos. Dicho de otro modo: si alguien ve esta serie en Argentina pensando que tarde o temprano la ley del aborto tendrá que ser aprobada por el Congreso, la visión puede servir para no suponer que es solo una cuestión de tiempo y que los «enemigos» no tienen elementos o argumentos para sostener una fuertísima oposición. El surgimiento de esta derecha conservadora que fue creciendo y creciendo en Estados Unidos (y no solo allí) a lo largo de las últimas décadas, es un claro ejemplo de que el mundo no siempre está mejorando. Y que la pelea por la ampliación de derechos todavía tiene un largo camino por recorrer.