Clásicos online: crítica de «Primer», de Shane Carruth (Mubi)

Clásicos online: crítica de «Primer», de Shane Carruth (Mubi)

La compleja e inquietante opera prima del director de «Upstream Color» es un fascinante relato de ciencia ficción que analiza, de manera muy realista, las implicancias humanas de viajar en el tiempo. Está disponible en Mubi.

A 16 años de su estreno, PRIMER es hoy una leyenda del cine independiente norteamericano. Realizada por 7.000 dólares por un joven ingeniero y matemático llamado Shane Carruth, se trata de una pequeña pero muy ambiciosa y compleja película de ciencia ficción «realista» que él además produjo, editó, coprotagonizó y hasta compuso la música. Ganadora del Premio del Jurado del Festival de Sundance –y actualmente disponible en la plataforma Mubi–, PRIMER es una verdadera rareza y no solo dentro del universo «indie Sundance» sino en el cine en general.

Es una historia que involucra viajes en el tiempo pero en la que jamás se cambian los escenarios ya que los viajes en cuestión –la mayoría de ellos, al menos– son solo de unas pocas horas hacia el pasado. No hay efecto especial alguno ni personas u objetos que desaparezcan. Más bien, la mayor parte del tiempo los dos protagonistas tratan de hacer funcionar el sistema y entender sus implicancias y posibilidades, pero lo hacen solo para ellos, en su propia jerga científica. Es decir, nada se le facilita al espectador y es posible que al verla una vez uno se pierda muchísimas cosas.

Es hasta raro llamar a PRIMER una película de ciencia ficción si bien eso es precisamente lo que es, al menos en su versión dura, analítica. Es la historia de dos amigos que, trabajando en un garage con otros dos colegas y experimentando con la «reducción electromagnética del peso de objetos» (tuve que googlearlo, no tengo idea qué es) con la intención de patentar un producto y hacer algo de dinero, descubren por casualidad que los objetos con los que experimentan se mueven en el tiempo. Esto es: si los meten en el aparato construido para reducir su peso en un momento determinado, los pueden retirar en un punto temporal anterior. O algo así.

Lo cierto es que eso les da la idea –o, al menos, a uno de los dos, llamado Abe– de que pueden probar lo mismo en humanos. Es decir, con ellos mismos. Y para eso Abe construye un aparato («The Box», que le dicen), lo esconde en un depósito y lo usa para viajar al pasado. Específicamente, algunas horas hacia atrás. Pronto le explicará el asunto a su amigo Aaron –interpretado por el director– y harán la experiencia juntos. Cada uno se meterá en una «caja» distinta (la tecnología es muy muy casera) y saldrá de allí a la mañana de ese mismo día.

La idea es utilizar el invento, al menos en principio, para ganar algo de dinero invirtiendo en la Bolsa con los conocimientos que tienen de lo sucedido a lo largo del día. Para explicarlo más sencillamente: imaginen que ven un partido de fútbol, luego viajan unas horas atrás en el tiempo y, sabiendo el resultado, apuestan. Ganarán seguro. Parece sencillo, ¿no? Bueno, no tanto, porque de a poco van a empezar a notar que el sistema presenta algunas paradojas y complicaciones inesperadas. Y que, además, los dos tienen diferentes ideas acerca de cómo manejarse con sus nuevos «poderes».

No daré más detalles de la trama aunque, de todos modos, podría hacerlo sin spoilear casi nada porque es el tipo de película que necesita una guía para comprenderla. De hecho, al terminar de verla notarán, si buscan online, que hay incontables notas y videos explicativos para entender cómo funciona la trama de idas y vueltas en el tiempo… y que todas lo explican de maneras diferentes y contradictorias entre sí. En verdad: nadie lo tiene muy claro, salvo quizás Carruth. El principal punto a entender es éste: cuando cada uno de ellos viaja atrás en el tiempo se debería encontrar consigo mismo en la línea temporal previa. Digamos que los continuos saltos temporales generan una suerte de clones en el tiempo. Los amigos tienen una idea de cómo hacer para evitar esa problemática y paradójica situación, pero pronto se les empieza a complicar.

En los últimos 20 minutos, PRIMER desbarranca un poco. Lo que hasta ese momento viene siendo un muy complicado pero inquietante relato acerca de cómo estos dos sujetos tratan de funcionar en ese imposible esquema que han creado se enreda con una serie de hechos –un encuentro con el padre de la novia de Abe, una pelea en una fiesta, una pequeña venganza en el pasado– que la alejan de ese escenario casi de documental de investigación científica que parece tener hasta entonces. Ahí las líneas temporales se enredan aún más (mucho más) y las rapidísimas explicaciones se vuelven sencillamente incomprensibles. Lo que de todos modos permanece y hasta se acrecienta –permitiéndole al film mantener su potencia– es la tensión entre los dos amigos, que han venido escondiendo secretos el uno del otro a lo largo de todo este entuerto temporal.

PRIMER hace recordar, por su temática, al cine de Christopher Nolan, otro apasionado por encontrar formas cinematográficas para trabajar el tema del tiempo. Pero hay dos diferencias importantes. Nolan apuesta a usar esos complicados juegos temporales para crear escenas de alto impacto visual, mientras que a Carruth le interesan por su propia extrañeza y por sus implicaciones éticas y morales. Salvo por un par de rápidas secuencias al final (que no son demasiado logradas), acá no hay escenas de acción, suspenso ni nada que se le parezca.

Y la otra diferencia es más importante aún. Nolan se preocupa todo el tiempo en que el espectador entienda lo que está sucediendo aún a costa de que los personajes se expliquen la trama unos a otros constantemente, haciendo que el verdadero tema de la película sea entender la película en sí. Carruth se pasa –acaso demasiado– bien para el otro lado: los dos personajes saben de lo que hablan y a él no parece importarle mucho si entendemos algo, poco o nada. Somos testigos de conversaciones privadas, casi espías observando un experimento y nadie parece saber que estamos ahí, viéndolo y escuchándolo todo.

Otro de los logros de PRIMER en relación al cine de ciencia ficción contemporáneo –los de Nolan y otros ejemplos, como LA LLEGADA, AD ASTRA o la serie DEVS— es que aquí no hay misticismo alguno ni conflictos psicológicos de manual de guión. Hay complicados asuntos que fracturan la idea del universo tal como lo conocemos, pero no hay lugar para «escenas de hondo dramatismo» en torno a algún trauma personal o familiar ni revelaciones pseudo-religiosas. En ese sentido, es más comparable a películas como AL FILO DEL MAÑANA o la mismísima HECHIZO DEL TIEMPO. Los conflictos de los personajes son puramente éticos y clásicos: hay uno de ellos que es más ambicioso al que ciertas complicaciones lo tienen sin cuidado y hay otro que es más cuidadoso. Es, al fin de cuentas, la historia de una amistad que se arruina.

Realizada con poquísimo dinero y con un look decididamente low-fi, PRIMER hace recordar, por las maneras de comportarse de los personajes, sus actuaciones desafectadas y el aire de extrañeza que rodea a todo, a algunas películas de Hal Hartley o Lodge Kerrigan, cineastas que unos años antes que Carruth eran parte de la rama más analítica y, si se quiere, hasta gélida del cine independiente norteamericano. Formalmente, la película no tiene ningún elemento que la acerque a la ciencia ficción ni nada parecido. Podría ser un drama personal de bajo perfil centrado en la relación entre dos amigos que se dedican a la experimentación científica y nadie la confundiría con otra cosa. De hecho, las palabras «viaje en el tiempo» o «máquina del tiempo» jamás se mencionan en todo el film.

De todos modos PRIMER tiene sus problemas. Por momentos es excesivamente críptica y puede agotar al espectador por lo inexpugnable de su trama y, como mencioné antes, la última parte es tanto desmadrada y aún más incomprensible que lo previo. Es el típico film que espera ser visto varias veces y/o analizado luego en foros, websites y charlas con amigos incluyendo gráficos explicativos sobre líneas temporales y, no sé, física cuántica. Y, al menos en mi opinión, las películas deberían ser disfrutables y comprensibles durante el acto de verlas por primera vez. Si uno después quiere explorar más sobre los temas de alguna película o verla incontables veces, perfecto. Pero no debería ser condición necesaria para entenderlas. Dicho de otro modo: es mejor que una película genere textos analíticos y no explicativos.

En PRIMER suceden las dos cosas. Al verla por primera vez recién ahora (vi hace años UPSTREAM COLOR, que Carruth hizo en 2013 y es igual o aún más compleja pero un poco menos complicada) caigo en la cuenta que parte del mito tiene que ver más con la fascinación online que despiertan este tipo de paradojas espacio-temporales que por su factura en sí. Pero aún así creo que es una película ejemplar en muchos aspectos, ya que propone una narrativa que logra involucrar al espectador sin aparente intención de hacerlo. Digamos, casi a su pesar. Es como estar en un bar intentando entender de qué hablan dos personas que no saben que los estamos escuchando. Entendemos la mitad o menos de lo que dicen pero no podemos evitar querer saber más o imaginar el resto. Dentro de un tipo de cine que se preocupa por darle todo servido al espectador (le dice qué sentir, cuándo, cómo y por qué suceden las cosas, a quién apoyar, a quién no) y que vive pendiente de mantener despierta su atención, PRIMER prueba que el misterio es también un arma poderosa. Lo que se intuye o sugiere suele ser más fascinante que lo que se entiende.