Series: crítica de «Betty», de Crystal Moselle (HBO)
La serie continúa con las desventuras de un grupo de chicas skaters de Nueva York iniciadas en la película «Skate Kitchen». Buenas ideas visuales pero dentro de una estructura reiterativa que no suma mucho a lo que ya se vio en el film.
Los habitués del BAFICI seguramente recuerden una película independiente norteamericana que compitió allí en 2018. Se llamaba SKATE KITCHEN y trataba acerca de unas chicas skaters que circulaban por Nueva York, un grupo adolescente muy heterogéneo desde lo racial y lo sexual que atravesaba algunas aventuras alrededor de la ciudad. No eran conflictos demasiado extremos –el principal tenía que ver con que una de las chicas, una latina de Long Island, se peleaba con su madre y la dejaba para irse a vivir con una de sus amigas recientes– y el principal placer de la película parecía estar en la libertad con la que ellas se movían por la ciudad subidas a sus skateboards mientras Moselle circulaba con su cámara a su alrededor, a veces en cámara lenta, casi siempre con música de fondo.
Esto, que funcionaba en un área intermedia entre lo que hacían los protagonistas de KIDS y una idea de juventud cool de alguna publicidad de marca de zapatillas, vuelve en BETTY sin demasiadas modificaciones. Casi las mismas chicas amigas con sus skates (algunas no están, una se agregó), algunas pequeñas diferencias de caracterización y de historias personales (lo más llamativo, acaso, sea que la chica latina tiene aquí una personalidad bastante distinta a la de la película), la serie no parece ser secuela ni precuela sino una ampliación del territorio, una exploración más expansiva del mismo universo.
Eso, que suena bien en los papeles, no es tan efectivo a la hora de verse reflejado en la pantalla. Lo que hace la directora del documental THE WOLFPACK en BETTY es loable, desde la teoría, pero no termina de funcionar en la práctica. Es claro que no quiere que la serie sea la versión «convencional» y narrativamente precisa de lo que era la película (mucho más episódica y visualmente contemplativa), pero el problema es que termina haciendo algo que es más de lo mismo. Es como si SKATE KITCHEN se extendiera por horas y horas y horas.
Es cierto, son solo seis episodios de media hora, pero la apuesta de BETTY no termina por resolverse. ¿Cuántos clips con las chicas y algunos chicos andando por skate por Nueva York se pueden poner? ¿Cuántas fiestas, discusiones, charlas casuales y romances pasajeros se pueden acumular hasta que no empiece a volverse todo un tanto reiterativo? Moselle intenta crear ejes narrativos para los distintos personajes, pero no terminan de funcionar del todo, acaso porque las limitaciones actorales de las chicas (la mayoría no son profesionales, sino un grupo real de amigas que hacen skate) impiden que esos conflictos crezcan en dramatismo y se notan así más sus costuras temáticas.
A Camille la encontramos de nuevo ante un conflictivo romance con un chico un tanto mayor, mientras que Indigo tiene un pariente que es dealer y una deuda que pagarle. Kirt es aún más que antes el bufón del grupo (en la película resultaba graciosa y natural, ahora parece leer sus diálogos de un teleprompter), Honeybear (la chica nueva) vive un romance con otra chica que parece auspiciado por alguna marca de moda y acaso la situación de acoso sexual que atraviesa Janay sea la más rica en análisis de todas, ya que produce algunas situaciones conflictivas inesperadas. Pero, como en la película, casi ninguno de los asuntos parece ser demasiado importante. Lo central es retratar al grupo: sus movimientos, su andar, su camaradería (o sus peleas) y la ciudad que las alberga.
Claramente, no hay nada malo en eso. Es una forma muy cinematográfica que escapa al lugar común de las series donde el guión es el rey y los personajes, sus esclavos. Pero el problema es que eso ya se hizo en SKATE KITCHEN y no termino de entender la necesidad de reiterarlo, una y otra vez, por más noble gesto de «representatividad» que eso implique o buena música que BETTY tenga. De no haber estado la película como antecedente seguramente sería más benévolo con la serie. De hecho, hasta podría estar entusiasmado con ella, algo que muy probablemente le suceda a quienes no vieron la película. Pero existiendo SKATE KITCHEN, la serie se parece mucho a esos skaters que siguen dando vueltas por el mismo circuito, una y otra vez. Ellos lo deben disfrutar mucho pero para el que lo ve es un poco más reiterativo.