Series: crítica de «Trigonometry», de Duncan Macmillan & Effie Woods (BBC/HBO Max)

Series: crítica de «Trigonometry», de Duncan Macmillan & Effie Woods (BBC/HBO Max)

Esta serie británica que forma parte de la programación inicial de la nueva plataforma de streaming de Warner se centra en una historia de «poliamor» entre dos mujeres y un hombre. Los primeros cinco episodios fueron dirigidos por Athina Rachel Tsangari, la realizadora griega de «Attenberg» y «Chevalier».

Me enteré de la existencia de TRIGONOMETRY en la última edición de la Berlinale, festival que tiene una sección dedicada a las series. No tuve tiempo de verla allí, pero cuando me enteré que esta producción de la BBC era parte de la programación inicial de HBO Max me sorprendió. ¿Por qué? No es un producto usual para ser parte del lanzamiento de una enorme plataforma como esa. Se trata de una serie británica con un elenco poco conocido –para cualquiera que no siga cierto cine europeo– y con cinco de sus ocho episodios dirigidos por Athina Rachel Tsangari, la realizadora y productora griega que hizo ATTENBERG y CHEVALIER, además de producir los films de su compatriota Yorgos Lanthimos. Y, además, una de las protagonistas es Ariane Labed, que es la actriz de ATTENBERG, la esposa de Lanthimos y promisoria directora también.

Esa combinación pan-europea y muy del mundo del cine de autor incluida en la programación de HBO Max era de por sí una curiosidad. Tras verla, se entiende un poco más su presencia allí, ya que tiene más en común con buena parte de las series británicas jóvenes y «desprejuiciadas» de los últimos años que con el cine más radical y formalista de Tsangari. Quizás lo más cinematográfico que tenga TRIGONOMETRY sea su textura –parece filmada en 16mm– y un cierto realismo urbano de cámara en mano y edición brusca que uno suele encontrar más en el cine que en las usualmente más «prolijas» series de la BBC. El director de fotografía de esos cinco episodios es Sean Price Williams, conocido por su trabajo con los hermanos Safdie, Alex Ross Perry y otros grandes nombres del indie norteamericano. Y eso explica bastante.

En sus primeros episodios la serie promete mucho, acaso demasiado para lo que luego termina entregando, que no es poco pero que no termina de estar a la altura de su muy potente arranque. Es una historia de lo que se da por llamar «poliamor». En este caso: una pareja de tres personas. A la que conocemos primero es a Ramona (Labed), una chica francesa de 30 años que practica nado sincronizado y que tras un brutal accidente bajo el agua deja esa carrera y se queda sin trabajo. Ramona se muda a Londres y alquila una pieza en la casa de Gemma (Thalissa Teixeira, actriz británico-brasileña) y Kieran (Gary Carr), su novio. Ella es chef y está por abrir un café al lado de su casa mientras que él trabaja de paramédico. La química entre los tres es inmediata y muy poco tiempo después de mudarse ya son grandes amigos.

El problema es que Kieran está planeando casarse con Gemma y que ambos terminan enamorándose de Ray (el apodo de Ramona), lo cual complica las cosas para ellos y para todos los que los rodean, que sospechan que algo raro sucede con la inquilina. Gemma es bisexual y ha tenido varias parejas mujeres por lo que sus amigos invitados a la boda asumen que Ray tiene ese «rol» cuando los ven a los tres comportarse extrañamente en ese evento. Pero es un tanto más complicado que eso. Los padres de los tres, por distintos motivos cada uno, no tienen mucha idea de lo que está sucediendo.

TRIGONOMETRY tiene una frescura y una naturalidad en su inicio que uno siente que puede y quiere viajar con esos personajes hacia donde lo lleven. Gemma es divertida y salvaje pero también un poco tensa. Kieran es muy trabajador y solidario pero lleva encima un pasado un tanto traumático. Y Ray es tan francesa que duele: lleva sus emociones a flor de piel, puede ser divertida y simpática pero al rato dar una vuelta completa y volverse impredecible o insoportable. Tsangari consigue convencernos que, de algún modo, los tres son el uno para el otro. Y que quizás la relación poliamorosa pueda funcionar y ser más que una «etapa de experimentación».

A lo largo de la temporada se verá que no es fácil, primero, para ellos aceptar lo que les pasa y que luego tampoco lo será, del todo, para los otros. TRIGONOMETRY sale bastante del trío protagónico para explorar las vidas de los curiosos padres y hermanos de cada uno, de los empleados de ese café difícil de sostener económicamente, de los muy variopintos amigos de los tres, entre otros personajes que la serie intenta desarrollar. Lo que no puede evitar, en algunos casos, es caer en ciertas simplificaciones (a veces con intenciones cómicas) a la hora de utilizarlos para complicar los destinos del trío protagónico.

El problema de la serie –que empieza a notarse en el cuarto episodio, que funciona como una telenovela de enredos, y que recrudece sobre el final– es que toda esa naturalidad que consigue gracias a la actuación, la química y la puesta en escena la empieza a perder cuando los hilos y manipulaciones del guión se hacen muy evidentes y «convenientes». Suceden una cantidad de cosas en muy pocos meses –y muchas al mismo tiempo– que da la impresión que quisieron resumir cuatro temporadas en una. Y esa cadena de problemas, complicaciones y calamidades acumuladas por momentos se siente muy forzada ya que no permite ni que los personajes ni que la historia respiren con cierta naturalidad.

La serie crea a tres excelentes personajes y luego de instalarlos y convencernos de que vale la pena seguirlos decide arrastrarlos de acá para allá más por alguna decisión creativa (productores que suponen que todo el tiempo «tienen que pasar cosas» o guionistas a los que pareciera que les pagan por página escrita) que por la lógica de la situación. En un episodio hay, sucediendo casi al mismo tiempo, una muerte, un embarazo, un divorcio, un ataque de pánico, una internación por drogas, un enorme problema inmobiliario, un incendio y algunas otras cosas más, acumulación tal que termina llevando al espectador a tomar distancia de lo que se cuenta. Se pierde, como dicen los libros, «la suspensión de la incredulidad» y uno termina alejándose emocionalmente del asunto cuando la serie más requiere de nuestra cercanía y compromiso.

Este, que es un problema habitual de muchas películas (la acumulación de contratiempos entre sus segundos y terceros actos), suele ser evitable en las series en función del tiempo que hay para desarrollar cada una de las subtramas. Aquí, los creadores de TRIGONOMETRY parecen haber caído en una trampa que también se nota algunas veces en cierta literatura británica con personajes similares a estos (recuerdo ciertas novelas de Nick Hornby, por ejemplo): logran armar un universo creíble con personajes fascinantes y luego los manipulan de acá para allá, incansablemente, como marionetas de emociones, confusiones y conflictos.

Si el espectador logra no fastidiarse por esas manipulaciones –o si su poder de «credibilidad» es mayor que el mío– podrá pasar por alto esos problemas. Es que TRIGONOMETRY nos predispone a querer a estos tres personajes complicados pero encantadores que viven una extraña aventura romántica convertida en un tormentoso viaje emocional pero que, a la vez, nunca deja de ser una dulce y hasta tierna historia de amor tripartito. La sensación de estar compartiendo con ellos esas calles, barrios y bares de una zona de Londres que lidia (o lidiaba) con la gentrificación no se pierde nunca, ni aún en los momentos más pasados de rosca de la temporada. Uno quiere que ellos logren seguir juntos por más que sepa que su querido café, considerando los tiempos que corren, seguramente no va a sobrevivir por mucho tiempo. El amor puede ser más fuerte que la pandemia pero los emprendimientos gastronómicos quizás no la logren superar.


La banda sonora es un elemento muy a favor de la serie. Acá armé una playlist con muchas de las canciones que aparecen allí: