Clásicos online: crítica de «Donnie Darko», de Richard Kelly (Mubi/Amazon Prime)

Clásicos online: crítica de «Donnie Darko», de Richard Kelly (Mubi/Amazon Prime)

La película de 2001 presenta una trama de ciencia ficción para narrar los conflictos de un adolescente de los años ’80. Esta película de culto, protagonizada por Jake Gyllenhaal, Jena Malone, Drew Barrymore y Mary McDonnell está disponible en streaming.

Hay tres viajes en el tiempo, o quizás algunos más, que se producen cuando uno ve ahora DONNIE DARKO. Uno tiene que ver con la experiencia del espectador: algo así como estar en 2020 viendo algo hecho en 2001 que transcurre en 1988. El otro con el film en sí y su narrativa de paradojas temporales y circulares que permiten imaginar tantos futuros como vectores y agujeros negros posibles, inspirados en los textos de Stephen Hawking publicados poco antes de los hechos que narra el film, referencia que Richard Kelly deja en claro en la propia ficción. Esa doble distancia –para los que atravesamos las tres etapas temporales– produce un efecto curioso, ya que obliga a pensar en el cine de cada una de esas épocas desde otro contexto.

DONNIE DARKO –que está disponible en MUBI y en Amazon Prime– es una de esas películas cuya reputación y fama se sostienen por cuestiones que quizás no sean las más importantes pero que sí sirven para descifrarla. Me refiero a la intriga que produce la paradoja temporal que la constituye narrativamente. Muchos textos sobre la película de Kelly se centran en explicar la circular estructura de un relato que transcurre durante 28 días –al final de los cuales, nos anuncia un gigantesco conejo, el mundo se autodestruirá– y que termina volviéndose sobre sí mismo como una cinta de Moebius que retorna pero no al exacto lugar desde el que partió.

Hay decenas de videos y textos que analizan ese costado de ciencia ficción de la opera prima de Kelly, pero a mí me parecen secundarios, o menos interesantes que otros. Si bien la película utiliza esa matriz de una manera que puede resultar «creíble» (a diferencia de films como QUE BELLO ES VIVIR o LA ULTIMA TENTACION DE CRISTO, en los que queda claro que lo que narran en buena parte son sueños o vectores temporales «potenciales») el juego no es más que una metáfora lúdica, a lo HECHIZO DEL TIEMPO, para analizar las conductas de un atribulado personaje en relación al mundo que lo rodea y al que le cuesta adaptarse o entender. Aclaración importante: si bien no son demasiado específicos, esta crítica está llena de spoilers.

Quizás no sea lo más atrapante del mundo –buena parte de estas películas de culto son sostenidas por un fanatismo adolescente o juvenil que prefiere centrarse en los elementos fantásticos del relato–, pero al rever DONNIE DARKO tengo más claro que antes la idea de que se trata de una película sobre las distintas formas o manifestaciones de la psicosis. Darko es un adolescente perturbado que, aún antes del grave accidente que tiene lugar en su casa y que dispara la acción de la película (la caída del motor de avión en su cuarto) ya estaba siendo medicado y visitaba a una psiquiatra por algunos acontecimientos previos de acting out. A lo largo del relato lo que seguiremos será fundamentalmente uno de sus trastornos delirantes, o sueños lúcidos, en el cual realidad y fantasía se mezclarán hasta generar lo que llamaríamos un universo paralelo, uno en el que las cosas suceden de otra manera o bien tienen, para él, un oculto y premonitorio significado. Lo que uno ve de afuera como alucinación, para quien lo vive de adentro puede ser una revelación.

A partir de la historia de Darko y Frank –el conejo en cuestión, su amigo imaginario que lo invita a reconsiderar las nociones clásicas del espacio y el tiempo–, Kelly propone una mirada oscurísima a los años ’80, tan o más dark que las referencias musicales de la época que utiliza. Si en VOLVER AL FUTURO se veía a los años ’80 de una manera desencantada pero fundamentalmente solucionable –a partir del retorno de ciertos valores tradicionales–, DONNIE DARKO, hecha más de una década después del momento que narra y con la capacidad de análisis que otorga esa distancia, ve a esa época como un camino de ida a lo que literalmente llama «el fin del mundo».

Las señales están todas ahí. Gurúes de auto-ayuda (Patrick Swayze) que son secretos pedófilos, profesores de escuela secundaria propensos a prohibir libros (y despedir a los docentes, como la que encarna Drew Barrymore, que los enseñan), bullying escolar desaforado (un muy joven Seth Rogen aparece ahí), acosos sexuales descarados, «empastillamiento» masivo para controlar cualquier desviación de la norma (con Darko como claro ejemplo de eso), violencia de género desmedida (la familia de Gretchen, encarnada por Jena Malone), sexualización de la infancia y conservadurismo político y económico. Todas marcas claras de una época en crisis que afectan personalmente al protagonista (encarnado por el entonces poco conocido Jake Gyllenhaal) y lo llevan a ejercer una suerte de bipolar respuesta: la inercia entre irónica y depresiva respecto al funcionamiento del mundo o la desatada y maníaca acción sobre él con la intención de destruirlo.

Darko es un adolescente representativo del llamado slacker de esa generación (que es la misma que la mía, aviso), alguien que se relaciona de manera crítica pero apática con la época en la que vive y que utiliza la ironía como forma superior de la rebelión ya que es incapaz de hacer demasiado para modificar la realidad que lo rodea. Su mayor gesto de confrontación es el encierro, el distanciamiento y el desprecio por el afuera. «Alejarse por desdén no es igual a la apatía», decía un personaje en SLACKER, la película de Richard Linklater hecha en esa misma época. Y eso parece definir a Darko… al menos hasta que llega el conejo Frank y lo fuerza a actuar. O acaso sea el hecho de que su psiquiatra (Katherine Ross) ha reemplazado la medicación con placebos.

El viaje que recorre Donnie es el que va del desdén distanciado a los actos vandálicos (Darko inunda el colegio y quema una casa, entre otros actos «sugeridos» por Frank). De ahí a la idea entre narcisista y mística de ofrecerse como «cordero» que se sacrifica para salvar a la humanidad existe tan solo un pequeño paso. La película puede ser vista como una fantasía suicida que supone erróneamente que el mundo corregirá su marcha a partir del dolor que debería generarle haberle causado daño a la persona en cuestión. Ante la imposibilidad de lidiar con el mundo que lo rodea –y con los hechos trágicos que se suceden a lo largo del film–, Darko delira un posible agujero temporal que permita ir hacia atrás y así enderezar la marcha del universo, prefiriendo ser él quien absorba, a lo Cristo, todos los pecados del mundo.

La película logra ensamblar muy bien todos los elementos que la constituyen, algo especialmente sorprendente viniendo de un cineasta de 25 años que escribía aquí su primer guión. Los elementos del fantástico se combinan muy bien con el tono de comedia suburbana –un John Hughes de humor negro– y sus elementos místicos enganchan a la perfección con todo el costado «psiquiátrico» de la trama. La música (Echo & the Bunnymen, Tears for Fears, The Church, Joy Division, The Cult, etc) en plan dark pop de los ’80 aporta lo suyo para crear ese clima de melancólica angustia. Y todo camina en paralelo con esa literal de bomba de tiempo que es el motor del avión que marca el loop temporal que la película narra, ese vector «maníaco» del tiempo (el «universo tangencial» en la lógica de la película) en el que el protagonista, conejo mediante, pasa a la acción.

DONNIE DARKO se inserta no solo a fines de los años ’80, sino también en su época de producción, que fue el cambio de siglo. Las películas sobre viajes en el tiempo, mundos paralelos y las consecuentes paradojas que esos asuntillos generan fueron un boom en ese momento. El período del que hablo podría extenderse desde mediados de los ’90 hasta mediados de los 2000, pero el pico máximo fue para el cambio de siglo. No todas son películas sobre viajes en el tiempo, pero sí trabajan sobre la posibilidad de universos paralelos y alternativos, muchas veces a través de narradores poco confiables que nos transmitían versiones sesgadas de los hechos. Podría empezar con HECHIZO DEL TIEMPO y de ahí seguir con LOS SOSPECHOSOS DE SIEMPRE, AL FILO DE LA MUERTE, PLESEANTVILLE y CARRETERA PERDIDA, entre otras, para hacer una parada en el pico frenético de la paranoia previa al cambio de siglo que fue 1999. Solo en ese año se estrenaron EL CLUB DE LA PELEA, MATRIX, QUIERES SER JOHN MALKOVICH?, EXISTENZ y EL SEXTO SENTIDO. Y poco después seguiría la moda por un tiempo más con MEMENTO, la propia DONNIE DARKO, MULHOLLAND DRIVE o ETERNO RESPLANDOR DE UNA MENTE SIN RECUERDOS, entre otras. Clima de época, que le dicen.

DONNIE DARKO puede leerse como una interpretación de unos años ’80 –que fueron menos luminosos de lo que nos presenta la cultura retro– teñida por la angustia del fin del milenio, relectura de una época ensombrecida por el presente oscuro de otra, con problemáticas específicas distintas pero igualmente densas y desgarradoras para el que las atraviesa en plena adolescencia. Lo mismo pasaba en los ’50, sucede ahora y seguirá sucediendo. En todas las épocas, de Holden Caulfield a «Lady Bird» McPherson pasando por otros miles de personajes clásicos de ficción, la compleja relación de un adolescente con un mundo adulto al que ve como corrupto, comprometido o amoral permanece bastante similar.

Lo que cambia, quizás, sea la respuesta a ese conflicto específico que aparece con el «coming of age«. Y eso quizás tenga que ver con el clima social y político de cada lugar y de cada época. El Donnie Darko «superhéroe» se inmola para salvar a la gente que quiere, o para castigar al mundo por su frialdad, o por el pánico a afrontar esa misma adultez que se le presenta como una valla insuperable, o porque un conejo gigante viene y le dice que tiene que hacerlo sino el mundo se acabará en 28 días. Elijan su opción favorita. La interpretación es un ejercicio que acepta todo tipo de tangentes paralelas.