Estrenos online: crítica de «Citizen K», de Alex Gibney (Amazon Prime)
Este nuevo documental del realizador de «Taxi to the Dark Side» se centra en la figura del oligarca ruso Mikhail Khodorkovsky y su enfrentamiento con el presidente Vladimir Putin, pero sirve también para analizar a los fuertes vaivenes políticos de ese país a lo largo de los últimas tres décadas.
Quizás lo más inquietante de CITIZEN K sea que su protagonista no tenga necesariamente que caerte simpático para que su historia sea atrapante. De hecho, es más bien lo contrario. Uno lo mira y escucha a Mikhail Khodorkovsky contar su historia y sabe, claramente, que en alguna película de ficción estaríamos en presencia de un villano o de un antihéroe con bastantes cadáveres en el placard. Pero en el contexto de lo que cuenta aquí Alex Gibney, el llamado «Citizen K» parece algo así como la voz, sino de la razón, al menos de cierta sensatez.
La película del prolífico director de documentales políticos tales como TAXI TO THE DARK SIDE, MEA MAXIMA CULPA o WE STEAL SECRETS, entre muchos otros, así como películas dedicadas a músicos (como Frank Sinatra, Fela Kuti, los Rolling Stones o James Brown) o a deportistas, se centra –en términos generales– en los cambios económicos y políticos que tuvieron lugar en Rusia desde que desapareció la Unión Soviética hasta la actualidad. Haciendo eje en uno de los más grandes «oligarcas» que crecieron con la privatización que tuvo lugar allí en los años ’90 y que luego pasó a ser enemigo declarado del presidente Vladimir Putin (quien lo metió preso por muchos años), CITIZEN K aprovecha su historia para observar y analizar lo que pasó en la ex URSS con la llegada del capitalismo y, luego, con la duradera aparición del actual presidente.
Mikhail Khodorkovsky fue uno de los jóvenes que supo aprovecharse de la liberalización económica de Rusia durante los años de Boris Yeltsin, acumulando capital y empresas de una manera que ni él mismo considera demasiado honesta pero que, en esos momentos de literal capitalismo salvaje (en los que los hechos iban más rápido que las leyes), no era considerada ilegal. Fue así que acumuló muchísimo dinero y poder, principalmente a través de la adquisición de bancos, entrando con todo a dominar un negocio que aprendió leyendo un manual.
Pero como suele suceder con estos grandes empresarios sus ambiciones crecieron a la par de sus problemas. Años más tarde, Khodorkovsky decidió poner todo en el negocio del petróleo y su patrimonio e influencia creció de forma exponencial. El problema fue que, en paralelo a su crecimiento, Yeltsin no solo decayó física y mentalmente sino que fue rápidamente reemplazado por un entonces joven y casi desconocido Putin, un tipo salido de la KGB y una de esas fascinantes criaturas que solo pueden surgir de los pasillos más siniestros de la vieja Unión Soviética. Y el nuevo presidente, entrenado en los secretos y las intrigas de pasillo, rápidamente se enfrentó con este empresario afecto a las declaraciones altisonantes acerca de la corrupción en el Estado.
De ahí en adelante, el film de Gibney se centra en el cada vez más fuerte enfrentamiento entre ambos, los juicios un tanto abruptos y grotescos que le hicieron a Khodorkovsky, su paso por la cárcel y su actual reconversión en millonario en el exilio británico que busca, por todos los modos posibles, sacar a Putin del poder, pese a tener certeras amenazas de muerte sobre su persona. Pero es claro en todo momento –salvo, acaso, en la última parte– que el tal «Citizen K» es un tipo por el que uno jamás hubiese puesto las manos en el fuego. Enfrentado al casi inverosímil Putin, puede parecer un hombre sensato y éticamente noble, pero es claro que es solo la versión «guante blanco» (y hasta ahí, ya que pesan acusaciones criminales sobre él) del más brusco y cinematográficamente perturbador Putin.
Pero más que la línea narrativa del ascenso de uno y la caída del otro, de las peleas por el control político y económico del país, lo que más fascina de CITIZEN K (bueno, lo que más a mí me fascina) es esa gran ventana que ofrece a la vida rusa de los últimos 30 años, desde las oscuras tramas políticas hasta los circos mediáticos –con sus ridículas publicidades, discursos imposibles, absurdos eventos públicos y otras abominaciones similares– pasando por el control gangsteril del país y los conflictos entre los oligarcas surgidos en la década «yeltsinista» (cualquier similitud con las privatizaciones menemistas en Argentina no son casualidad) con la entonces nueva administración preocupada por retomar el control político y económico del país de manos de estos billonarios. O, por decirlo de otro modo, sacarse de encima a los oligarcas de Yeltsin y reemplazarlos por sus amigos y fieles colaboradores. Los oligarcas rusos 2.0, como les dicen.
Con muchísimo material de archivo de las distintas épocas y entrevistas con muchos de los participantes de los distintos hechos que relata, la película de Gibney funciona también porque el propio Khodorkovsky –más allá de lo que cada uno opine de él– es una persona en apariencia franca y sincera a la hora de hablar, no tan afecta a esconderse en subterfugios y sobreentendidos. En esas entrevistas, el «Ciudadano K» en cuestión (aquí sí que la «K» no tiene ninguna relación con la Argentina) no solo habla francamente de su historia sino que explica sus planes a futuro, ligados a que Rusia logre ser un verdadero estado democrático y no, como muchos entrevistados lo llaman, «una democracia teatral» que solo parece serlo frente a las cámaras.
A lo largo de sus dos horas, CITIZEN K resulta una fascinante exploración en la vida pública y privada de Rusia. Y que su protagonista no sea una clásica víctima de esas que suelen protagonizar buena parte de los documentales «políticamente correctos» que triunfan hoy lo hace aún más interesante. El propio Gibney sabe que no está ante un «denunciante» tradicional y, si bien no lo cuestiona demasiado de manera directa, deja entrever que su pretendido heroísmo de intentar llevar a su país por el buen camino no es otra cosa que una campaña política hecha y derecha. En ese sentido, la película se maneja en una línea delicada y hasta peligrosa, pero logra salir del entuerto con dignidad.