Estrenos online: crítica de «Hamilton», de Thomas Kail (Disney+)

Estrenos online: crítica de «Hamilton», de Thomas Kail (Disney+)

La filmación de la muy exitosa obra teatral de Broadway llega a la pantalla chica gracias a la platafoma de streaming de Disney+. Una historia que intenta resignificar, musical y racialmente, algunos mitos de la historia política de los Estados Unidos, creada y protagonizada por Lin-Manuel Miranda.

Hay un cartel, pequeño, abajo de la pantalla, que se nota apenas arranca HAMILTON, la grabación que se hizo del musical de Broadway y que ahora llega convertido en película. «Junio, 2016«, dice. No es la fecha en la que transcurren los asuntos históricos, obviamente, ya que el musical se centra en hechos ligados a la independencia de los Estados Unidos y va del fin del siglo XVIII al principio del XIX. No. Es la de la grabación del show en el Richard Rodgers Theatre. El dato sirve como información concreta, como referencia a que veremos al elenco original de Broadway pero, también, ubica a la obra en su contexto de creación: el período presidencial de Barack Obama, que pocos meses después llegaría a su fin.

El musical, que Lin-Manuel Miranda craneó durante más de un lustro (se podría equiparar los tiempos del proceso creativo de HAMILTON al de las dos presidencias de Obama) es un producto de esa era y habla tanto de ese pasado reciente como del histórico que narra. Un musical multicultural en el que los Padres Fundadores de los Estados Unidos son interpretados por actores afroamericanos, latinos o asiáticos (el rey británico es el único blanco) y en el que casi todos los números musicales pertenecen a la tradición de la música negra (soul, blues, jazz, reggae, funk, R&B y, especialmente, hip-hop), el evento teatral reinterpreta la historia del país en función de una idea de presente. Idea que, apenas unos meses después de esta performance, iba a esfumarse. La independencia del país de 1776 se sostuvo en el tiempo ganando más y más batallas, pero esta aparente recuperación de su espíritu no pudo lograr superar las trampas creadas por el propio sistema.

El boom HAMILTON fue inesperado pero, en algún punto, previsible. Inesperado porque nadie imaginaba que un musical de hip hop sobre el primer Secretario del Tesoro de los Estados Unidos podía interesarle a alguien, pero previsible (o inevitable) porque conectaba a la perfección con el zeitgeist, el momento histórico. Se estrenó en 2015 en The Public Theatre, donde agotó todas sus funciones, y unos meses después ya estaba en Broadway, con la misma suerte. Conseguir un ticket para HAMILTON era entonces algo parecido a un milagro para cualquiera que viajara a Nueva York y le interesara el teatro musical.

Ahora que los teatros están cerrados hasta 2021, Disney+ decidió adelantar el estreno de esta grabación (planeada para ser subida a la plataforma en octubre de 2021) a este fin de semana de festejo de Día de la Independencia. Festejo opaco, obviamente, ya que al escribir esto Estados Unidos supera día a día su récord de muertos y contagios por Covid-19 generando un fuerte cuestionamiento interno acerca de todos los asumidos significados del llamado «excepcionalismo estadounidense» enseñados por los mismos fundadores del país que el musical retrata.

El musical de Miranda cuenta la historia de Alexander Hamilton, un inmigrante huérfano nacido en la isla Nieves, en el Caribe, que llegó a los Estados Unidos en su adolescencia y que pronto fue ascendiendo en el ejército revolucionario siempre como mano derecha de George Washington. Tras la independencia, Hamilton se convirtió en el arquitecto de buena parte del sistema financiero estadounidense, además de ser el escritor de muchos de los textos fundacionales de esa nación. Al no haber sido nunca presidente, su figura siempre se vio opacada por la de nombres más famosos como el propio Washington o Thomas Jefferson, ambos personajes del musical. Pero aquí es él quien cuenta su complicada historia.

El otro gran personaje del musical es aún más opaco históricamente: Aaron Burr, su gran enemigo, rival en muchas contiendas específicas pero principalmente un personaje que se desarrolló, según el musical, a su sombra. Ahí donde Hamilton era proactivo y bocón, Burr era esquivo y calculador, cada éxito en la esfera pública de Hamilton era una derrota para Burr, algo así como el Salieri de este Mozart de la política. A lo largo de 160 minutos, HAMILTON va desde la llegada de Alexander a Nueva York a su muerte, a manos del propio Burr (no es spoiler, se anuncia en la primera canción), recorriendo la guerra por la independencia, los conflictos políticos internos y la vida privada de Hamilton, casado con Eliza Schuyler pero secretamente enamorado de Angelica, la hermana de ella, entre otras subtramas.

Si bien es recomendable tener una cierta idea del tema antes de enfrentarse a la obra –su complejidad política local puede ser abrumadora para los neófitos–, HAMILTON envuelve su trama histórica específica a través de los conflictos humanos de los personajes involucrados y, fundamentalmente, de las canciones. Musicalmente, es un repaso muy creativo y lleno de matices por diferentes estilos, pero el eje es el hip-hop, que funciona fundamentalmente como reemplazo del diálogo, tanto para la exposición de las características de cada personaje como para los debates públicos entre los distintos políticos, transformados en batallas de MCs.

Pero HAMILTON no es solo rap (que aparece a lo largo de casi todas las canciones, en primer o segundo plano) sino que incorpora otras tradiciones musicales que no son las clásicamente usadas por Broadway en este tipo de relatos históricos, como R&B («Helpless», «Satisfied»), soul («Dear Theodosia«), jazz/funk («The Room Where It Happens», «What I’d Miss«) y hasta dancehall («Wait for It»). Sí, también están las típicas melodías derivadas de la tradición teatral, pero son pocas («It’s Quiet Uptown», «Who Lives, Who Dies, Who Tells Your Story»), o bien están interpretadas por personajes secundarios (como la eltonjohniana «You’ll Be Back», cantada por el rey de Inglaterra) y son tan efectivas como las otras. Se trata de un combo musical-emocional-político-cultural que reformula semánticamente la historia norteamericana. Y si bien no se atreve a derribar algunos de los mitos de la época, es lo suficientemente inteligente para mostrar la complejidad y las zonas oscuras de los personajes, sacándolos del mármol y de la lección escolar.

Es cierto que el musical tiene algo de educativo, de curricular. Es como si un grupo de jóvenes y progresistas profesores universitarios se hubieran hecho cargo de la cátedra de Historia de algún college neoyorquino y trataran de encontrarle la vuelta al problema de cómo hacer para que las jóvenes generaciones se interesen por eventos que parecen tan alejados, en tiempo y en espíritu, a sus experiencias. HAMILTON es eso. Tomando de Nas y de Beyonce, de Notorious B.I.G. y de Stephen Sondheim, de The Roots y de Gilbert & Sullivan, el boricua Lin-Manuel Miranda crea un tapiz musical en tiempo presente, que tira referencias y respetuosos homenajes al pasado de Broadway (es un musical rupturista pero no revolucionario en ese sentido), mash-ups que explican muy bien que el proyecto haya nacido con el título provisorio de «The Hamilton Mixtape». Aunque por momentos es muy divertido, no se trata de un ejercicio irónico ni gracioso sino de una alteración del paradigma estético-musical para contar una historia clásica.

Si bien puede tener algún bache narrativo (cerca del final del primer acto y promediando el segundo), sale del paso gracias a esas grandes canciones interpretadas por un elenco de increíbles cantantes y raperos como Leslie Odom Jr. (Burr) Daveed Diggs (Lafayette en el primer acto; Jefferson en el segundo); Renée Elise Goldsberry (Angelica Schuyler); Phillipa Soo (Eliza Schuyler); Christopher Jackson (Washington); Okieriete Onaodowan (Hercules Mulligan en Acto 1 y James Madison en Acto 2); Anthony Ramos (John Laurens/Philip Hamilton) y Jonathan Groff, como el Rey George. Miranda, el creador, es un caso aparte: excepcional MC, acaso no sea un gran cantante comparado a sus más capacitados colegas, pero reemplaza esa falta de caudal vocal con carisma, entusiasmo y energía.

Dirigida por Thomas Kail (la obra y la filmación), HAMILTON: THE MOVIE no sorprenderá desde la puesta en escena ya que trata de ser funcional y efectiva. No es la filmación estática de cámara fija de tanta obra filmada para televisión de las viejas épocas, pero tampoco es un clip de permanentes cambios entre las nueve cámaras disponibles. Y si lo hace, en general trata de mantener un cierto respeto por el punto de vista del espectador. Es cierto que algunos primeros planos son exagerados (en un momento a algunos actores se les ve hasta la saliva cuando cantan), pero se usan poco y en algunos momentos específicos.

Lo que sí se pierde un poco es la perspectiva del escenario: es difícil ver sus dos «bandejas giratorias» al mejor estilo DJ que hay en el piso y la parte coreográfica pasa también a un segundo o tercer plano. Es cierto que HAMILTON no está concebido como un show espectacular con efectos especiales –no cambió demasiado en su paso a Broadway– ni con escenas de baile de alto impacto, pero si se trata de capturar la energía del escenario bien hubiera valido la pena incorporar esos elementos. Pero el formato tiene sus limitaciones. Jamás podrá llevar a tu televisión la energía física y la potencia de ver a estos actores y cantantes en el escenario, pero Kail se pone a la altura de las circunstancias y trata de no hacerse notar demasiado.

HAMILTON no es un tracto revolucionario desde lo político (de hecho, celebra al considerado creador de Wall Street y del sistema financiero internacional) y quizás Miranda podía haber tomado un pequeño riesgo extra en ese terreno, uno que camine a la par de los musicales y formales. Pero en el fondo eso también es representativo de la Era Obama que el musical indirectamente refleja: promover una renovación generacional, racial y cultural respecto a la vieja política estadounidense, pero no una profunda ni radical. Cambios cosméticos que quizás no hayan sido demasiado arriesgados pero que, si se los piensa en relación a los cuatro terribles años que pasaron desde que este show quedó registrado, hoy parecen revolucionarios.