Series: crítica de «The Boys – Temporada 1», de Eric Kripke (Amazon Prime)
Esta serie crítica, corrosiva y violenta sobre los superhéroes más perversos del mundo y quienes se dedican a detenerlos es una sorpresa que se aleja de las convenciones tradicionales del subgénero.
No pienso ver series de superhéroes. Es casi una promesa que me hice a mí mismo un buen tiempo atrás. ¿Por qué? Varios motivos. El principal es que la cantidad de películas de ese subgénero que hay circulando supera ya mi capacidad de tolerancia y absorción, más aún si tomamos en cuenta que no soy un consumidor de ese tipo de material, de esos chicos que crecieron fanatizados por las aventuras de hombres en capas. Un par de buenas reseñas de materiales televisivos o de streaming ligados a superhéroes me decidieron a probar algunos productos supuestamente «mejores» que la media Marvel/DC Comics a la que estoy acostumbrado pero –con excepción de WATCHMEN, que me resultó medianamente ingeniosa y original– nada me movilizó demasiado.
Algún comentario perdido en redes sociales me alertó acerca de THE BOYS, pero no le presté demasiada atención. Unos días después, entre cansado y curioso por la constante promoción que Amazon Prime hace de la serie en su página (o me hace a mí, acaso lean mi timeline tuitero), decidí darle una oportunidad. Y si bien me sorprendió de entrada por su lógica irreverente, violenta, humorística pero a la vez perturbada, pensé que solo iba a durar lo que esas cosas duran: dos o tres episodios hasta que el ingenio del primer acto se acaba y hay que pasar a la acción, donde todo suele volverse igual a sí mismo.
Pero eso nunca sucedió. Pasé la «frontera imaginaria» de los primeros dos o tres episodios –todos saben que por ahí hay una especie de límite algorítmico de tolerancia en series y muchas se abandonan a esa altura– y, cuando me quise dar cuenta, estaba viendo dos o tres seguidos. Sí, de una serie de superhéroes. Una verdadera sorpresa. ¿Quién sabe? Quizás con esto de la pandemia y el break de películas de Marvel ya los estaba extrañando.
No, no creo que sea eso. THE BOYS se presenta desde un lugar muy diferente al común de este tipo de productos. Es cierto que no es la primera saga irreverente, crítica, violenta y ciertamente despiadada sobre el universo de los superhéroes, pero es la primera que veo –en formato serial– en la que esas ideas no se quedan solo en la postura cool del fan del género que se sabe más áspero y filoso que el resto de sus pares. Aquí ese guiño está, pero Kripke y su equipo de guionistas logran –en base a la novela gráfica de 2006 de Garth Ennis y Darick Robertson– construir un mundo alrededor de todo eso y hacerlo funcionar a lo largo de ocho episodios, que continuarán en septiembre con el desembarco de la segunda temporada.
La variante realista, oscura y ácida del universo de los superhéroes no es ninguna novedad y forma parte de la cultura de las novelas gráficas desde la década del ’80 por lo menos. Pero lo que distingue a THE BOYS, al menos para mí, son dos cosas. Por un lado, no estamos ante personajes de los universos ya conocidos ni parece haber interés alguno en armar una genealogía de esas complicadísimas de seguir sin mapas. Y si bien los Siete grandes superhéroes de la serie se corresponden, con algunas diferencias, a personajes ya famosos de otros estudios, las coincidencias terminan ahí. Y, por otro, tengo la impresión que la serie va más lejos que la mayoría de las que yo vi en su idea de conectar a los super con lo que podríamos llamar el «complejo militar-industrial-cultural» de los Estados Unidos, de una manera tan crítica como graciosa.
THE BOYS empieza como una suerte de parodia del género pero pronto revela su costado más oscuro cuando A-Train, uno de los Siete (los Avengers/Justice League de este universo), mata accidentalmente corriendo a velocidad supersónica a la novia de Hughie Campbell (Jack Quaid), por motivos que serán centrales para entender el funcionamiento de estos muchachos. En otra línea paralela del relato está Annie (Erin Moriarty), una superhéroe menor del medio-oeste norteamericano que se hace llamar Starlight y que se suma al supergrupo con todo su entusiasmo e inocencia para terminar siendo sexualmente abusada por The Deep (Chace Crawford), el Aquaman de este grupo, a modo de brutal bienvenida.
Eso podría parecer solo una provocación de esas que el espectador podría considerar como un guiño «adulto» para entrar en una propuesta, pero pronto THE BOYS prueba tener una visión más abarcadora del universo que propone. Los superhéroes son las figuras decorativas, casi, de una corporación llamada Vought, cuyo rostro público es el Madelyn Stillwell (la excelente Elisabeth Shue), quien los maneja como si fueran celebridades con una muy bien cultivada y protegida imagen. Los Seven tienen sus agentes de marketing, publicistas, community managers y su vida pública está controlada hasta el más mínimo detalle. Como cierto presidente actual, todo lo que hacen es por el rating y las encuestas que buscan una «imagen positiva» que genere mayores ganancias a la compañía.
A su modo, Vought es una empresa que vende armamentos, solo que estas armas tienen rostros y habilidades sobrehumanas. Los superhéroes, en este universo, son celebridades carismáticas que funcionan, fundamentalmente, como instrumentos de control cultural, social y político. Y la intención de Vought es usarlos como tal, tratando a la vez de que el Congreso apruebe una ley para que sean ellos los encargados de la seguridad nacional y completar así el círculo perfecto.
De a poco el mundo de THE BOYS se va complicando y agrandando. Además de darnos cuenta de los alcances y perversiones tanto de Vought como de los propios Seven (la mayoría de ellos mostrados como superestrellas pedantes, decadentes y despreciables a las que solo le importa la fama, el ego y el dinero, empezando por su líder, Homelander, un criminal hecho y derecho), la serie se apoya en un grupo, los Boys del título, que se dedica a cazarlos. El tímido y devastado Hughie se suma a los más experimentados Billy Butcher (Karl Urban), «Frenchie» (Tomer Capon) y Mother’s Milk (Laz Alonso) en la difícil tarea de desenmascarar lo que, algunos saben y otros van descubriendo, es un emprendimiento criminal. Pero como todo el mundo los adora o les teme, no les resulta sencillo hacerlo y pronto pasan a convertirse en enemigos públicos. Convengamos, además, que sus métodos no son tampoco demasiado sutiles ni prolijos.
No voy a contar mucho más porque los que la vieron ya lo saben y los que no se enterarán al verla, pero THE BOYS logra construir un universo que es, a la vez, ligeramente fantástico y oscuramente realista. Es un mundo muy crudo y directo desde lo sexual y su grado de violencia es mayor que la media, aún de las series y películas de superhéroes que apuestan a un público adulto. El mérito de Kripke (junto a la dupla de socios y colaboradores creativos Seth Rogen y Evan Goldberg) consiste en haber logrado ir más allá de la actitud contestataria de las sagas de este tipo para proponer algo que es bastante más cercano al universo hipercrítico de Alan Moore y que tiene que ver con desnudar la idea mitológica de este tipo de criaturas para develar el sistema que los produce y los vende.
Es cierto que la mayor ironía de esta versión de THE BOYS es que una serie supuestamente crítica del establishment del entretenimiento, de la cultura de los medios masivos de comunicación y del consumo desenfrenado, hueco e innecesario sea ofrecida a los espectadores de todo el mundo a través de Amazon, acaso lo más parecido que el mundo real tiene a una empresa de esas características. Pero es ese tipo de contradicciones con las que nos acostumbramos a convivir. Quizás sea bueno que, para la segunda temporada, los «Boys» intenten desenmascarar los secretos de alguna mega-empresa de venta online. Pero no apostaría demasiado por eso. Al fin y al cabo, el show debe continuar.