Festival de Toronto: crítica de «76 Days», de Hao Wu

Festival de Toronto: crítica de «76 Days», de Hao Wu

por - cine, Críticas, Festivales
14 Sep, 2020 11:38 | Sin comentarios

Este desgarrador documental se centra en el esforzado y conmovedor trabajo del personal de salud de un hospital de Wuhan, China, desde los primeros y más brutales días de la pandemia hasta el final de la cuarentena estricta que allí duró dos meses y medio.

Una caja con teléfonos celulares, anillos, pulseras y documentos. Una mano que les pasa alcohol, los limpia, los envuelve uno por uno y los deja. Son los objetos personales de las personas que fallecieron por Covid-19 en el Hospital de la Cruz Roja de Wuhan. «Una vez que pase todo esto se los devolveremos a sus familiares», dice una de las enfermeras. El plano se acerca a uno de los teléfonos, que vibra. En la imagen se lee: «31 mensajes perdidos». No hace falta agregar mucho más.

76 DAYS se centra en la labor intensiva que se realizó en ese hospital durante los primeros días de la pandemia en la ciudad en la que se originó y se extiende hasta abril, cuando la cuarentena absoluta que hubo allí se empezó a levantar. Ya a fines de enero el asunto había explotado en esa ciudad de 11 millones de habitantes y la gente se agolpaba en la puerta de la clínica para ser atendida o internada. Las primeras escenas del film son desgarradoras: una mujer que, por el atuendo de seguridad parece profesional del hospital, llora la muerte de un familiar ahí mismo. Está desconsolada y sus compañeros no logran calmarla ante su desesperación. Es un inicio fuerte que hace suponer que el film puede llegar a ser demasiado doloroso, casi insoportable.

La segunda escena es igualmente dura. El personal de salud del hospital cree que tiene detrás de la puerta más personas de las que puede admitir en sus salas. Tienen la sensación que no hay capacidad suficiente para todos. Y mientras la gente aguarda bajo el frío de China en enero, el plantel hace lo posible para ir haciéndolos pasar de a pocos y encontrándoles un lugar a cada uno. Pero la gente sospecha que no todos entrarán, que es una pelea de vida o muerte, y pronto se generará una turba similar a la que quiere entrar a algún lugar que ya está lleno, generando que el personal tenga que contener la puerta como si se tratara de una invasión de zombies. De a poco, sin embargo, las cosas se calmarán, lograrán hacerlos pasar y distribuirlos en el hospital. El asunto urgente parece más o menos resuelto. El personal del hospital respira, descansa.

No por mucho tiempo, claro, ya que lo que les espera es una serie de permanentes corridas de acá para allá, de paciente en paciente y de sala en sala, solucionando problemas, atendiendo, respondiendo dudas, controlando a pacientes perdidos, mareados o que no quieren quedarse. La cámara se convertirá en otro miembro más del staff, registrando casi sin comentarios agregados lo que pasa allí. De vez en cuando, algunas cámaras aéreas mostrarán la ciudad completamente desierta, con alguna ambulancia atravesando un puente, portones cerrados, gente que se asoma por las ventanas y un silencio absoluto, fantasmal. Adentro del hospital, es todo lo contrario.

Es fuerte, sí. Duro, también. Pero seguramente necesario para que se visiblice la realidad del Covid-19 más allá de las noticias banales que aparecen en los medios, las disputas absurdas y políticas por las redes sociales y todas las conjeturas que hacen desde afuera personas que jamás han estado en la piel de estos trabajadores de la salud. De a poco, de todos modos, la situación empieza a controlarse un poco. No se deja de trabajar y de correr a destajo, pero un ritmo un poco más normal se impone. El director de 76 DAYS no construye demasiados personajes dentro del personal de salud más que nada porque, como dijo en alguna entrevista, es imposible reconocerlos bajo los trajes «de astronauta» que llevan puestos. Un poco más, sí, torna reconocibles a algunos enfermos y familiares, que atraviesan distintas situaciones con los suyos.

La película casi no sale de una rutina que, para algún espectador, puede volverse monótona pero que, vivida desde adentro, es de pura adrenalina, de constante resolución de problemas. En el medio de todo hay lugar para el humor, con dibujos y escritos que medicxs y enfermerxs se escriben en sus respectivos trajes y le dibujan a pacientes, y algunos personajes entre los enfermos, como uno que se queja permanentemente de todo y al que su nieto reta telefónicamente. «¿Cómo puede ser que un miembro del Partido Comunista sea el que peor se comporta en un hospital? Tendrías que ser el ejemplo», le dice. «¿Y eso que tiene que ver?», le responde su abuelo.

Si bien la película se cuida de no mostrar nada de manera morbosa o directa, habrá momentos duros –muertes, recaídas, entubamientos, etcétera– otros más felices, con los recuperados, y un detalle que es importante destacar: otros pacientes que el hospital recibe constantemente, evidenciando que el coronavirus no es lo único que ocupa su tiempo y esfuerzo. En muchos casos, lo que vemos son nacimientos, generando si se quiere una especie de contrapunto con las más graves escenas vistas en otras partes del hospital.

76 DIAS es un poderoso y por momentos desgarrador documento del trabajo en un hospital durante la pandemia, especialmente fuerte en los momentos en los que la capacidad del establecimiento no resiste y la energía del personal de salud flaquea. Aún cuando sea difícil reconocer quien es quien bajo la cantidad de trajes, gorras y pilas de tapabocas y visores que tienen puestos, lo que queda en evidencia es la paciencia, el esfuerzo, la comprensión, el cariño y el sacrificio puestos por todos los que allí trabajan. Y los pacientes lo agradecen, con emotivas declaraciones de algunos de ellos al salir («nunca me voy a olvidar de vos, te debo la vida») y reconocimientos a sus tareas. «Lo que ustedes hacen es un sacrificio mayor al que hicimos nosotros en la guerra», dice uno de los ancianos internados desde su cama.

Hay también espacio para simpáticas despedidas grupales a algunos de los pacientes más peculiares y, obviamente, el dolor de los familiares que vienen a buscar no ya a sus seres queridos sino a sus objetos personales: el teléfono, la pulsera o el documento de alguien que ya no está. Mientras la ciudad de a poco se abre y suenan emotivos bocinazos en Wuhan en honor a los muertos, la cámara vuelve al hospital, ya más vacío y tranquilo. Un paisaje desolado después de la batalla. En otros lugares, la batalla continúa.



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