Festival de Toronto: crítica de «Enemies of the State», de Sonia Kennebeck

Festival de Toronto: crítica de «Enemies of the State», de Sonia Kennebeck

por - cine, Críticas, Festivales
11 Sep, 2020 08:39 | Sin comentarios

Este documental se centra en el caso de Matt DeHart, un veinteañero acusado por solicitar pornografía infantil que asegura que en realidad lo persiguen por ser miembro del grupo de hackers Anonymous y poseer información secreta de la CIA y el FBI.

Los mejores documentales del estilo que podríamos denominar «true crime» suelen ser aquellos en los que nos cuesta llegar a conclusiones apresuradas. Y ENEMIES OF THE STATE es uno de esos casos. Producido por Errol Morris, cuyos films dentro de este subgénero tienen una característica enigmática similar, se trata de una película que trata de funcionar a la manera de un pase de magia o como una thriller de ficción. Llevar al espectador por acá y luego para acá, varias veces. Y eso, que normalmente podría ser cuestionable dentro de un género que lidia con la verdad como es el documental, acá funciona bien por varios motivos. De todos, el principal es que, realmente, nadie sabe del todo bien la respuesta definitiva.

Hay otros elementos que vuelven a la película una experiencia absorbente sin atravesar del todo las líneas éticas del documental. En principio, porque buena parte del rodaje tuvo lugar durante el transcurso de los acontecimientos y no como reconstrucción a partir de sus conclusiones. De hecho, puedo imaginar que cuando los cineastas se sumaron a filmar las experiencias de Matt DeHart probablemente creían en una de las dos teorías que se exponen en la película y, al finalizar el rodaje, quizás habían cambiado de opinión.

El caso DeHart tuvo su «cuarto de hora» hace una década cuando este veinteañero de Indiana fue detenido por el FBI por poseer pornografía infantil. El hombre y sus padres no solo negaron los cargos sino que acusaron a las autoridades de haberlo detenido, en realidad, por ser miembro del grupo de activistas online Anonymous que en ese entonces se estaba haciendo célebre gracias a muchas revelaciones secretas que luego se publicaban vía WikiLeaks. Fue así que, con el correr de los años, las circunstancias y en pleno furor de casos como los de Edward Snowden, el asunto pasó a transformarse en una aparentemente clara persecución política al joven DeHart. Tanto que la familia decidió escaparse a Canadá y pedir asilo político allí.

ENEMIES OF THE STATE va y viene en el tiempo, arrancando por dicha fuga y yendo hacia el origen de las denuncias, así como la historia de Matt y sus padres, Paul y Leann, una familia de tradición militar y ligada al espionaje para el gobierno norteamericano, ya que ambos eran lingüistas dedicados a descifrar mensajes secretos en la época de la Guerra Fría. Ya retirados –Paul es pastor religioso– viven con su hijo veinteañero, quien pasa todo su tiempo sentado frente a la computadora y es de esos que, si bien sus padres al momento no lo sabían, operan por esas oscuras zonas conocidas como la «deep web». ¿Qué hace allí? Bueno, el FBI lo acusa de grooming: seducir a menores de edad con fines sexuales haciéndose pasar por alguien de su edad. Pero él asegura que todo eso es mentira. Lo suyo es el activismo político y las denuncias de secretos pactos entre la CIA y el FBI.

Quizás el hombre hacía las dos cosas. O ninguna de las dos. Lo cierto es que la película de Kennebeck seguirá a lo largo de una década las cada vez más bizarras peripecias de Matt y su familia. Peripecias que incluye cárceles, fugas a México, pedidos de ayuda a la embajada rusa y a la venezolana, campañas de apoyo político, archivos clasificados, espionaje, persecuciones y muchas otras vicisitudes en las que se enredó por su compromiso político. Supuestamente, claro, porque también están los que creen (los investigadores del FBI fundamentalmente) que toda la teoría conspirativa/persecutoria no es más que un elaborado esfuerzo por distraer la atención del verdadero delito del muchacho. Que es exactamente lo contrario a lo que dice la familia DeHart.

La realizadora entrevista a los dos lados de la contienda, salvo al protagonista que nunca se presta al asunto. Como sucede en los films de Morris, Kennebeck utiliza reconstrucciones pero lo hace de una manera original, usando muchas veces audio real acompañando esas escenas ficticias. Es así que vemos a actores participando en juicios o escuchando mensajes telefónicos pero las palabras que escuchamos o bien son las originales o son tomadas directamente de las transcripciones judiciales.

Es difícil analizar más la película sin dar a entender las conclusiones a las que se va llegando. Al conocer más y más a los protagonistas, sus historias, escucharlos hablar y confrontar las distintas posiciones, uno va funcionando como jurado en un juicio, dudando a quien creerle, quizás a partir de una lógica cinematográfica que nos lleva a darle prioridad a las teorías conspirativas mucho más que a las simples y directas. Eso mismo dicen varios de los investigadores y abogados que siguieron el caso: que cayó en un momento justo para que la idea de la conspiración gubernamental cobrara más fuerza que la otra. O al menos eso es lo que la película intenta que creamos.

ENEMIES OF THE STATE, como algunos documentales seriales vistos en los últimos años (THE JINX y WILD WILD COUNTRY, entre otros) gana por su creciente extrañeza. Lo que al principio parece simple y sencillo se va volviendo una trama complicadísima y casi absurda en la que al espectador se lo pone en la rara situación de no saber a quién creerle ni quién tiene razón. En un momento del relato las cosas quedarán un poco más claras y una posible verdad se hará más evidente. Pero de todos modos eso no cierra las puertas a otras opciones. Todo fanático de las teorías conspirativas internacionales sabe que las cosas nunca son lo que parecen. Ni aún las propias teorías conspirativas.