Festival de Toronto: crítica de «MLK/FBI», de Sam Pollard

Festival de Toronto: crítica de «MLK/FBI», de Sam Pollard

por - Críticas, Festivales
13 Sep, 2020 07:25 | Sin comentarios

Este documental se centra en la la investigación y persecución que el FBI le hizo a Martin Luther King con intenciones de desacreditar política y personalmente al líder de los derechos civiles de los afroamericanos.

Aunque a la distancia parezca muy diferente, la década del 60 no era tan distinta a ésta en lo que respecta a las relaciones raciales en los Estados Unidos. Viendo la enorme cantidad de material de archivo que hay en este documental, de no ser por las obvias marcas de época y por la textura del material fílmico uno podría sentir que está ante un tipo de batalla cultural que se sigue dando hoy. En la memoria histórica pública las épocas suelen quedar signadas por algunos hechos icónicos y los años ’60 están considerados como una década llena de cambios culturales, renovación generacional y un profundo giro en lo que respecta a los derechos sociales. Pero seguro que los que vivieron en esa época lo atravesaron como un período un tanto más confuso y complicado que solo después, a la luz de los resultados, tomó esas características en la cultura popular.

Viendo MLK/FBI, documental centrado en el espionaje que la agencia de investigaciones hizo durante más de una década a la figura de Martin Luther King, lo que uno entiende es que no se trató de un desatino, de un rompimiento de las reglas o de un abuso de poder ilegítimo forzado por los delirios de un desquiciado J. Edgar Hoover –el director del FBI durante casi medio siglo– sino que formaba parte de un modus operandi aceptado y hasta requerido por buena parte de los ciudadanos norteamericanos, incluyendo a los hoy retroactivamente progresistas presidentes John. F. Kennedy y Lindon B. Johnson. Como queda en evidencia allí ahora, no todo el mundo estaba del lado apropiado –o políticamente correcto– de la historia, como hemos querido creer. Algo similar, sin ir más lejos, pasó en relación a la dictadura argentina, cuyos defensores recién ahora parecen estar asumiéndolo públicamente por motivos que exceden los de este texto.

King no solo tuvo que luchar con delirantes sureños nostálgicos de la esclavitud o con fanáticos anticomunistas, sino con buena parte de los norteamericanos blancos que, de algún modo u otro, creía que tampoco era cuestión de que los negroes anden reclamando por cosas que no corresponden. Los entrevistados del film de Pollard dejan en claro ese sistema de cosas, especialmente los que atravesaron la época. King es un héroe hoy, pero era considerado un tipo peligroso entonces. Y había que bajarlo de su pedestal como sea.

Los archivos que fueron desclasificados de la investigación del FBI a King –no todos, los audios potencialmente más problemáticos siguen sellados hasta el 2027–, las imágenes de época y los testimonios cuentan la historia de esa persecución, que empezó a mediados de los ’50 cuando el líder por los derechos civiles de los afroamericanos empezó a cobrar peso político y a tener muchísimos seguidores. El film irá contando las distintas excusas y situaciones que fueron permitiendo que se aprobara el espionaje a King vía micrófonos, empezando por los intentos de unir su causa a la del Partido Comunista –un clásico norteamericano de los ’50– para luego meterse directamente en su vida privada, tratando de desacreditarlo por sus constantes infidelidades y otros vicios, deslices y potenciales asuntos espinosos de su vida personal.

Pollard se plantea –y le plantea a los entrevistados también– si dar espacio a esos cuestionamientos no es entrar en la misma zona en la que entró el FBI, ya que los problemas de la vida de pareja de MLK no tendrían que empañar su mensaje político. Es por eso que los trata con delicadeza y sumo cuidado. Para Hoover y su gente, la información sobre sus affaires y otras cuestiones eran una amenaza constante para King, especialmente en los momentos en los que se ponía más crítico con los gobiernos, como lo hizo al oponerse a la guerra de Vietnam, rompiendo el lazo y la amistad que lo unía a Johnson tras la salida de la Ley de Derechos Civiles de 1964 que terminó, al menos formalmente, con la segregación racial.

Usando también clásicas películas sobre el FBI para mostrar lo que era la imagen pública intachable de la agencia entonces y material de audio de entrevistas hechas en su momento a King, Hoover y otros involucrados, Pollard construye una versión retroactiva de los ’60 que los muestran bastante más parecidos a estos años de Trump y de recrudecimiento de la derecha más extrema. Cuando en una escena se ve a un entrevistador de la TV preguntarle a una enardecida mujer que tiene un cartel acusando a King de comunista por qué piensa eso, la señora muestra una nota periodística suelta y dice que está convencida que es así, que no tiene ninguna duda, ante la mirada un poco extrañada del periodista. Pasen del blanco y negro al color, cambien el fílmico por digital y la entrevista podría haber sido, sobre cualquier tema similar y en cualquier lugar del mundo, anteayer.